Julio Bocca: “Los mejores bailarines se tuvieron que ir de Argentina”

Julio Bocca (Munro, Buenos Aires, 58 años) tenía ocho años cuando su abuelo lo llevó por primera vez a un estadio de fútbol, el de Boca Juniors, y él le preguntó si allí hacían ballet. La respuesta negativa que recibió fue una sorpresa para ese niño argentino que había comenzado a colgarse en la barra del estudio de danza de su madre como un juego y que a esa edad acababa de entrar a la escuela del Teatro Colón. Su ascenso fue meteórico: ganó la Medalla de Oro en Moscú con 18 años y entró como primer bailarín en el American Ballet Theatre. En 1990 creó su propia compañía, el Ballet argentino, y comenzó a llevar la danza a todas partes, incluso a canchas como la Bombonera y la de su rival, River Plate. Su despedida de los escenarios fue a lo grande: cerca de 300.000 personas lo aplaudieron a rabiar y corearon “Julio no se va” frente al Obelisco porteño.

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 El director del Ballet Estable del Teatro Colón pide más horas de ensayos, clases, funciones y giras para estar en la cima mundial  

Julio Bocca (Munro, Buenos Aires, 58 años) tenía ocho años cuando su abuelo lo llevó por primera vez a un estadio de fútbol, el de Boca Juniors, y él le preguntó si allí hacían ballet. La respuesta negativa que recibió fue una sorpresa para ese niño argentino que había comenzado a colgarse en la barra del estudio de danza de su madre como un juego y que a esa edad acababa de entrar a la escuela del Teatro Colón. Su ascenso fue meteórico: ganó la Medalla de Oro en Moscú con 18 años y entró como primer bailarín en el American Ballet Theatre. En 1990 creó su propia compañía, el Ballet argentino, y comenzó a llevar la danza a todas partes, incluso a canchas como la Bombonera y la de su rival, River Plate. Su despedida de los escenarios fue a lo grande: cerca de 300.000 personas lo aplaudieron a rabiar y corearon “Julio no se va” frente al Obelisco porteño.

A sus 58 años, el hijo pródigo regresa al Teatro Colón para seguir desafiando los límites. En febrero tomó los mandos del Ballet Estable con el objetivo de darlo a conocer fuera del país y guiarlo hacia la cima mundial. Lograrlo, asegura, depende de si quienes integran el teatro “están dispuestos a cambiar o no”. Es un momento especial: el Teatro Colón celebrará el centenario de sus cuerpos estables —la Orquesta, el Ballet y el Coro— el próximo 7 de agosto con una gran gala.

Bocca llega acelerado a la entrevista pactada con EL PAÍS. Pasan unos minutos de las diez, los bailarines ya están en la primera clase del día, hay en marcha una audición para el coro y un grupo de turistas y otro de estudiantes recorren este lujoso edificio, inaugurado en 1908 como símbolo de una Argentina próspera que quería un templo lírico a la altura de la Ópera de París y La Scala de Milán. El director del Ballet frena el ritmo ante la cámara y lo reanuda después para cruzar por detrás del escenario y encaminarse hacia el cuarto piso, donde está su austero despacho.

Pregunta. El Ballet Estable del Teatro Colón cumple 100 años. ¿Cómo explica su continuidad en un país tan inestable como Argentina, con crisis económicas recurrentes?

Respuesta. En estos 100 años en el Colón hubo tragedias, grandes momentos y otros que no tanto, va un poco como el país, que sube y baja. Pero creo que la gente siempre apoya lo que se hace acá, los que trabajan dentro tratan de seguir apostando a que este lugar siga vivo, y también es un edificio espectacular que turísticamente ayuda mucho y hace que muchos artistas quieran venir acá por su historia y su acústica.

P. ¿En qué momento está ahora?

R. En un momento en el que necesita mejorar su nivel, modernizarse, llegar a más gente y darse a conocer en el mundo. Viste lo que es el edificio para la época en la que se hizo y que tenés sastrería, zapatería, peluquería, talleres… todo se hace acá y está bueno que se sepa. Hace poco, trabajando con el Royal Ballet en Londres, cuando comenté que tenía la gala de los 100 años no lo podían creer. El ballet de la Opera de París, el Royal Ballet, el Bolshoi… Los conoce todo el mundo; el del Teatro Colón, no.

P. Pero hay figuras argentinas de renombre mundial.

R. Sí, pero tampoco están acá. Lamentablemente se tuvieron que ir, nunca nadie tuvo la visión de decir que si quieren verlos, que vengan y no tener que irnos. Eso también hay que cambiarlo.

P. ¿Por qué se van?

R. Porque quieren bailar, quieren trabajar de otra forma, ensayar más porque saben que los va a mejorar y que van a tener más funciones y quizás van a tener más posibilidades.

Julio Bocca, en el Teatro Colón.

P. ¿Al ballet argentino le ha pasado como al fútbol, donde años atrás había grandes individualidades pero faltaba el juego en equipo?

R. En una época realmente el juego en equipo era muy bueno y creo que se puede volver a eso. Tenemos que rearmarnos y tener una visión como el resto del mundo, no estar aislados. Tener más tiempo de formación, más cantidad de funciones, llevar la compañía de gira para que se la conozca y tener un repertorio más de uno, más especial.

P. ¿No es un sueño para un bailarín formarse en la escuela del Colón?

R. No digo que la formación es mala, pero hoy si no sos 100% bueno en contemporáneo y 100% bueno en clásico es bastante difícil entrar en una compañía y hasta ahora estuvo más bien separado, vos sos clásico, vos sos contemporáneo y falta esa unión y más trabajo. Yo me formé como clásico y cuando empecé a hacer cosas contemporáneas me fascinaba, pero no me sentía preparado para hacerlo como hay que hacerlo.

P. Tiene fama de exigente.

R. Soy exigente y mi vara es muy alta. Trabajé con las mejores compañías y los mejores bailarines del mundo. Quiero ver eso porque se puede hacer, pero hay un trabajo detrás. Acá a las 10 hay clase y se trabaja de 11 a 5. Entonces, de ensayo solo tenemos cuatro horas y 40 minutos. Tengo coreógrafos que me piden seis horas seis días a la semana. Es imposible, acá no existe.

P. ¿Su formación fue distinta?

R. Empezaba a la mañana en la escuela primaria en Munro, en la provincia de Buenos Aires, y después viajaba hacia la Escuela Nacional de Danza primero y después a la escuela del Colón. Era desde las seis de la mañana hasta las once de la noche, pero estaba haciendo lo que a mí me gustaba y había un esfuerzo de mi familia detrás. Uno tiene que estar agradecido por eso porque es muy importante. Si no tenés el apoyo de tu familia que te paga las zapatillas, te paga los estudios, el pasaje, vos no podés hacerlo. Es mucho sacrificio.

P. ¿Cuánto influye el clima de época en el que vivimos de buscar el éxito rápido, con el mínimo esfuerzo posible?

R. Tuve que cambiar mucho mi mentalidad cuando empecé a ser maestro y dirigí el Ballet Nacional del Sodre, en Uruguay, o cuando voy como coach a diferentes compañías del mundo por los protocolos que hay. Antes yo hacía lo que mi maestro decía y sé que lo hacía por amor, por tratar de buscar esa perfección que no existe. Venía y te colocaba el brazo, pero eso a veces es imposible. Lo muestro en mí, para que puedan entender y si voy pido permiso. Lo entiendo, porque han pasado cosas que llevan a que esto suceda.

P. Había abusos de los que no se hablaba.

R. Sí y tenemos que tener cuidado, pero también encontrar un equilibrio para que haya comunicación y respeto mutuo, porque a veces exigen mucho respeto, pero no tienen respeto por quien está delante y cuesta el trabajo cotidiano. Yo no vengo a destruir al bailarín, vengo a transmitir y a que como espectador se levante ese telón y esté todo perfecto, que sea mágico.

P. Se había negado a aceptar en otras ocasiones y ya sabía que iba a ser difícil.

R. Por supuesto. Los elencos del Colón cumplen 100 años, pero yo cumplo 50 acá, desde los 8 años que comencé en la escuela. Lo conozco muy bien el teatro, es una pequeña Argentina.

P. En el último espectáculo que estrenaron había dos piezas de coreógrafos españoles, Nacho Duato y Goyo Montero, y ahora están ensayando El Quijote. ¿Cómo surgió esa conexión con España?

R. En los grandes teatros se trabaja con uno o dos años de anticipación, pero cuando empecé no había ninguna programación hecha. Tuve que ver lo que podía llegar a quedarle bien a la compañía, cosas que sean llamativas, que a la gente el nombre le sea familiar, y que sean obras que también me gustan. Y lo más importante es tener esos amigos a los que llamás a último momento. Con Quijote es distinto, Silvia [Bazilis] y Raúl [Candal] son dos grandes figuras argentinas del Colón que creo que no se les dio el reconocimiento adecuado, entonces era una forma para mí de dárselo. Con el Cascanueces también, siempre fue un sueño de Silvia tener su Cascanueces en el Colón. Así salió esta programación, pero son obras que me gustan, son diferentes, alegres. Era casi todo nuevo para el Ballet también, que eso también es bueno, incentivar a los bailarines que hagan cosas nuevas.

P. Se retiró a los 40. ¿Hasta qué edad da el cuerpo?

R. Hay que saber que es una carrera corta y prepararse mentalmente. Ahora podés llegar a los 45, porque la preparación física es diferente, está mucho más acompañada. Pero después la vida sigue. Podés ser maestro, coreógrafo, director, periodista, chef, poner un bar, millones de cosas… Yo siempre digo que estoy feliz porque tuve dos posibilidades de vida, como bailarín y ahora como director y maestro.

P. ¿Qué es lo que más valora en un bailarín o bailarina?

R. Primero, que tenga su personalidad. Segundo, que sea un artista. Y también que sea un profesional en serio, que trate de mejorar y conozca su cuerpo y que tenga una técnica limpia. No me importa si hace 20 o 100.000 giros o salta 4 metros. Por supuesto, genial si lo hace, pero prefiero la calidad, las pequeñas conexiones entre cada gran paso, que se pierde muy fácilmente si no tenés disciplina.

Julio Bocca, en Buenos Aires, el pasado 10 de junio.

P. ¿Cuáles son los primeros recuerdos que tiene de la danza?

R. Mis abuelos hicieron la casa en Munro y atrás había un patio. Mi madre era hija única y cuando se recibió mi abuelo le construyó un pequeño estudio donde ella podía empezar a dar clases. Era una casa pequeña, cuando era pequeño dormíamos en el mismo cuarto mi madre, mi hermano y yo. Y ahí es donde tenía esa relación constante con la música y con los movimientos. Empezó como un juego, colgado ahí en la barra. Mi madre siempre hacía la función de fin de curso en el Teatro Globo y yo ponía música, bailaba, me disfrazaba y todo. Y sentía una necesidad de hacerlo. A los siete años le dije: quiero estudiar ballet.

P. ¿Tuvo que enfrentarse a prejuicios por querer estudiar ballet?

R. La verdad, no. Mis amigos del barrio, que siguen siendo mis amigos, al contrario, estaban curiosos. No voy a negar que a veces había cositas por esa sensación de que ser bailarín tiene que ver con algo femenino, pero cuando uno ama lo que hace le da igual. Y pensá que también viene desde arriba, políticamente, porque se piensa que el ballet es un hobby, no una profesión. No hay Ley de danza ni tenemos un apoyo serio.

P. ¿Hay algún personaje de los que interpretó al que tenga un cariño especial?

R. Por supuesto. Quijote, Romeo y Julieta, Manon… obras en las cuales uno podía interpretar y podía hacer real la historia.

P. Siempre luchó por hacer más popular la danza en Argentina y la llevó al escenario popular por excelencia en Argentina, la cancha de fútbol. ¿Cómo nació ese impulso?

R. Mi abuelo me llevó a ver Boca-River a la cancha de Boca y una de mis primeras preguntas fue: “¿Por qué no hay ballet acá?“. Me parecía raro que no hubiera en un lugar así, con tanta gente, y eso me quedó. Porque la danza es un arte, lo podrás entender o no, pero le tenés que dar la posibilidad a la gente de saber si le gusta o no, así que bailé en todos lados e hice cosas para dejar de romper con la imagen de que el bailarín está encerrado en una cajita de cristal, como la tapa de la revista Playboy con Eleonora Cassano. ¿Por qué no podía hacerlo? No iba a dejar de ser un bailarín clásico y no me iban a dejar de llamar por eso.

P. Tiene trabajo por delante.

R. En eso estamos, vamos a ver cuánto aguanto.

P. Otros fracasaron en el intento.

R. ¿Quiénes fracasaron, los anteriores directores o el teatro? Porque es una compañía por la que han pasado muchos directores. Si uno quiere venir y hacer cambios, pero el teatro no se deja, ¿dónde está el problema?

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