Para el secretario, Pete Hegseth, con el cambio se trata de «restaurar la victoria como un instinto, restaurar intencionalidad en el uso de la fuerza» Leer Para el secretario, Pete Hegseth, con el cambio se trata de «restaurar la victoria como un instinto, restaurar intencionalidad en el uso de la fuerza» Leer
El presidente que ansía desesperadamente el Premio Nobel de la Paz, que hace lobby a líderes mundiales para que presenten su candidatura, que llamó al ministro de Finanzas noruego para pedirlo (Jens Stoltenberg era antes secretario general de la OTAN) y que asegura constantemente que en sus siete meses en el cargo ha terminado ya con siete conflictos históricos enquistados firmó el viernes por la noche (hora de España) una orden ejecutiva para cambiar el nombre del Departamento de Defensa por el Departamento de Guerra, recuperando el nombre que había tenido hasta 1947 y que su predecesor Harry Truman desterró para enviar un mensaje al mundo tras la Segunda Guerra Mundial.
Donald Trump lo ha hecho mientras sigue desplazando navíos, submarino y aviones de combate a las proximidades de Venezuela, mientras sigue presumiendo de los bombardeos a Irán, mientras saca las uñas ante el eje que Moscú y Pekín van formando con otras grandes potencias, como la India. Y lo hace fiel a su retórica: «Creo que el nombre de Departamento de Guerra envía una señal», algo «mucho más apropiado, especialmente considerando la situación actual del mundo».
Trump cree que lo que hizo Truman fue algo woke, que hasta entonces EEUU ganaba sin problema todas las guerras, pero que desde entonces no, de Corea a Vietnam, de Irak a Afganistán. «Podríamos haber ganado todas las guerras, pero realmente elegimos ser muy políticamente correctos, o progres y ahora simplemente luchamos eternamente [sin ganar]». Citando ese pasado, el nuevo ministro de Guerra, el ex presentador de Fox Pete Hegseth, dijo que «este cambio no va sólo de renombrar; se trata de restaurar. Las palabras importan. Restaurar la victoria como un instinto, restaurar intencionalidad en el uso de la fuerza. Luchar para ganar no para perder en conflictos eternos. Máxima letalidad, no una legalidad tibia. Tener un efecto violento, no políticamente correcto. Vamos a formar guerreros, no solo defensores«, aseguró el responsable del Pentágono.
La decisión encaja como puede en el complicado puzle que es la estrategia del presidente, un político que volvió al poder sobre lo que parece un consenso en el universo MAGA (Make America Great Again): no involucrarse en conflictos lejanos, dejar de enviar soldados por todo el planeta, no ser la policía del mundo, gastar el dinero en mejorar la vida de los estadounidenses. Pero que constantemente rompe esos límites autoimpuestos, diciendo que se anexionará Canadá, el Canal de Panamá o Groenlandia, que bombardea en Yemen o en Irán, que amenaza a otros países de América Latina. El viernes, sin ir más lejos, firmó la orden con una maqueta de un B2 sobre su escritorio.
Históricamente, todos los presidentes del país han sentido la tentación de usar el poderío militar de la primera potencia global para intervenir. En Oriente Próximo, África, Centroamérica. De Yugoslavia a Mogadiscio. Pero la mayoría descubrían rápido los costes y peligros. Trump no quiere enviar tropas, invadir, pero al mismo tiempo, en medio del auge chino y de la constante presencia rusa, considera absurdo no utilizar el poder del que dispone para lograr sus intereses. Y eso, como se ha visto, puede implicar bombarderos, submarinos o drones. A distancia, pero letales.
En realidad, lo que hace ahora el Ejecutivo no es un cambio de nombre per se, porque para eso hace falta la aprobación del Congreso, sino autorizar que Hegseth use como títulos secundarios secretario de Guerra y Departamento de Guerra en la correspondencia oficial, las comunicaciones públicas y durante las ceremonias formales. Las burlas al presidente, que nunca sirvió en el ejército y evitó ser llamado a filas para Vietnam, se han multiplicado en las últimas horas. Nada más paradójico que esperar el Nobel de la Paz (él ha dicho que merece cuatro o cinco) mientras se apela a la guerra.
Pero no parece ser un motivo de preocupación. Trump, que resucitó el lema de «Paz a través de la fuerza» como filosofía de su Administración, seguirá presionando al comité noruego para lograr el mismo reconocimiento que tuvo (de forma disparatada nada más llegar al cargo) Barack Obama, mientras usa la fuerza como elemento central en su política exterior. La coerción hacia vecinos, rivales, pero también los considerados hasta ahora aliados.
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