Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer
Una muestra de que China ya está en el -perdón por la ofensa- club de las potencias neocoloniales, es su financiación de megaproyectos de infraestructuras en países aliados. Unos proyectos que, da igual quién los pague, tienden a ser de dudosa utilidad. El último ejemplo es el primer tren de alta velocidad del Sureste de Asia, de 142 kilómetros, financiado por Pekín en Indonesia. A los diez años de su lanzamiento, el proyecto es una ruina. La construcción tuvo un sobrecoste del 20%, hasta los 7.500 millones de euros, y la ruta, encima, es tan deficitaria que va tener que ser ‘rescatada’ por el Gobierno indonesio. Yakarta exige a Pekín una quita de la deuda, que este rechaza. Las infraestructuras chinas son molonas, pero no muy fiables, y no ya desde el punto de vista financiero, sino desde el puramente físico, como revela el viaducto de Hongqi, de 758 metros de longitud, que se vino abajo entero el pasado domingo tras apenas cinco meses abierto al tráfico.
Los Emiratos Árabes Unidos acaban de secuenciar el genoma de 750.000 ciudadanos, o sea, el 63% de su población (si se descuenta a los casi diez millones de extranjeros que hay en el país), y van camino de convertirse antes de 2030 en el primer país del mundo en tener el genoma de todos sus ciudadanos. Es una mala noticia para vacunófobos y demás conspiranoides, porque indican que la industria del futuro no sea la de la IA, sino la del genoma. El sector dedicado a la investigación, secuenciación, y aplicación de soluciones basadas en el genoma en medicina (como las vacunas del Covid-19), la agricultura o el big data está explotando con un ritmo de crecimiento del 100% cada cinco años. La región en la que más va a crecer este sector es -como en todo- Asia. Pero el principal mercado seguirá siendo -como siempre- Estados Unidos. Porque, por mucho que digan sus seguidores… Trump está vacunado de la gripe y del Covid-19.
En la economía del conocimiento la desigualdad no se da solo entre los que trabajan con el factor capital (que suben como cohetes de SpaceX) y los que lo hacen con el factor trabajo (que ven cómo su poder económico se encoge como un glaciar golpeado por el cambio climático). La proliferación de la -por ahora- más sofisticada tecnología del conocimiento, la IA ha generado una nueva clase de superasalariados, en especial los científicos contratados por Meta -en muchos casos, directamente por Mark Zuckerberg– con remuneraciones de hasta 300 millones de euros en cuatro años. Claro que los científicos son criaturas curiosas. Varios de ellos han pasado de esas ofertas propias de Messi o de Taylor Swift alegando los problemas éticos de trabajar para Meta. Y otros han decidido dejar a Zuckerberg para jugársela con su propia startup, como es el caso del francés Yann LeCun, máximo responsable de la división de Inteligencia Artificial de la compañía.
Basta un repaso de Google para hallar más de cien empresas con nombres de personajes, objetos o lugares de las obras de J. R. Tolkien. Hay tantas de defensa, tecnología, y fondos centrados en la financiación de esos sectores que incluso existe el término ‘Tolkien-Tech’. Muchas están relacionadas con Peter Thiel, el teórico del ‘tecnoautoritarismo’ de Silicon Valley, que ha lamentado el derecho al voto de las mujeres y que teme que la democracia impida el avance tecnológico (aunque Hungría, a cuyo ‘hombre fuerte’, Viktor Orban, Thiel apoya no es un paradigma de innovación). La proliferación de nombres ‘tolkianos’ se debe a la obsesión de los ‘nerds’ de Silicon Valley por los libros del escritor sudafricano, aunque no parece que la filosofía humanista cristiana del autor de El Señor de los Anillos haya calado en ellos. En julio, en una entrevista con el The New York Times, Thiel se negó a responder a la pregunta de «¿quiere usted que la especie humana perviva?»
En una conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático, ¿se puede o no comer carne de ternera? La pregunta no es baladí. Por un lado, están los vegetarianos. Ese ha sido el caso de Paul McCartney, que ha enviado una tragicómica carta a la organización contra el consumo de carne. Pero hay también otro elemento. La producción de carne de vaca genera tres veces más gases de efecto invernadero que todos los aviones del mundo y un 30% más que toda la industria de producción de cemento de la Tierra. Y, sin embargo, nadie le dice a un ganadero que los intestinos de sus vacas son fábricas del metano que recalienta la atmósfera. La agricultura -incluyendo cultivos y animales- emite casi tantos gases de efecto invernadero como toda la industria de la Tierra. Si a eso se suma el impacto de la deforestación, que habitualmente es para crear espacio a los cultivos, el campo produce un 50% más que la industria.
Justo en la misma semana en la que comenzaba la COP30, pero unos días antes, se celebró en Abu Dhabi ADIPEC, el ‘Davos’ del petróleo. Allí quedó claro que el futuro del crudo es brillante. Al menos, ésa es la idea que transmitieron las cinco supermajors, que son las mayores petroleras occidentales que, pese a su fama y nombre, son mucho más pequeñas que los gigantes estatales de los países productores y China. La británica BP ha abandonado definitivamente sus ambiciones de ser una empresa de renovables, y ahora ve el petróleo con optimismo. Es la misma posición de la francesa Total (la única del grupo participada por el Estado) y la estadounidense ExxonMobil, que nunca ha hecho caso a los ecologistas. En el lado contrario estaban la británica Shell y la estadounidense Chevron, que creen que la demanda va a acabar estabilizándose porque China está frenando su mismo de consumo. Sea como sea, con o sin COP, el futuro del petróleo sigue siendo muy luminoso.
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