Bronca e insultos dentro del trumpismo por los inmigrantes cualificados de Silicon Valley

El presidente de EEUU electo zanja el debate poniéndose del lado de los multimillonarios que le financian, la mayoría nacidos en el extranjero. Leer El presidente de EEUU electo zanja el debate poniéndose del lado de los multimillonarios que le financian, la mayoría nacidos en el extranjero. Leer  

¿Hay algún inmigrante aceptable? Y, si ése es el caso, ¿qué requisitos debe cumplir esa persona? Ese es el inesperado debate que ha estallado en el seno del trumpismo.

Por un lado, los multimillonarios que apoyan al presidente electo de Estados Unidos, como Elon Musk, David Sacks o Vivek Ramaswany -que serán, también, asesores en su Gobierno- quieren que los inmigrantes altamente cualificados en áreas de interés para el sector tecnológico puedan seguir teniendo el sistema de visados H-1B, que permite en la actualidad a algo más de 65.000 extranjeros recibir un contrato de trabajo en una empresa que pueda justificar que no ha encontrado estadounidenses con ese nivel de capacitación.

Por otro, está el sector más populista del llamado Movimiento MAGA (las siglas en inglés de ‘Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez’, que es el eslogan más famoso de Trump), que se opone en redondo a la entrada de extranjeros en cualquier circunstancia. Esa línea de pensamiento es la que defienden, entre otros, el ideólogo del trumpismo y jefe de la campaña del presidente electo en 2016, Stephen Bannon, o la ideóloga de ultraderecha Laura Loomer.

Al producirse en redes sociales, el debate ha degenerado prestamente en un cruce de insultos entre las dos partes, hasta que Donald Trump, de manera acorde a su estilo, lo ha zanjado poniéndose del lado de los multimillonarios de Silicon Valley. El liderazgo del presidente sobre sus votantes -que supusieron el 49,8% de los sufragios en las pasadas elecciones- es tan absoluto que bastaron unas declaraciones suyas el domingo defendiendo los H1B y proclamando que él los utiliza para contratar trabajadores extranjeros en sus propiedades inmobiliarias para que el debate se terminara.

Trump, como todos los populistas de la Historia, tiene que mantener el equilibrio entre los que le dan votos y los que le dan millones para conseguir votos. Y por ahora lo ha logrado. Pero no está claro si esto es un acuerdo de paz o una tregua. En buena medida, por la ferocidad de los ataques, que comenzaron cuando Loomer criticó el nombramiento de Sriram Krishnan como asesor de Trump en materia de ciberseguridad y criptodivisas. Krishnan, que ya trabajó con Trump en el primer mandato de éste, nació en la India, aunque desde hace una década tiene nacionalidad estadounidense. Su carrera profesional se ha desarrollado sobre todo en el fondo de capital-riesgo Founders Fund, creado por el empresario que abrió Silicon Valley a Trump en 2016, Peter Thiel, quien tampoco nació en EEUU, sino en Alemania y, además, se crio en lo que hoy es Namibia y entonces era una colonia de Sudáfrica.

Las declaraciones de Loomer abrieron la caja de los truenos. El multimillonario de Silicon Valley David Sacks -que también va a asesor a Trump, aunque solo 120 días al año, para no tener que publicar información sobre sus finanzas personales y además poder mantener su actividad empresarial sin ningún tipo de limitación- replicó a Loomer explicando la nacionalidad de Krishnan. Sacks, que también nació en Sudáfrica, lo hizo, evidentemente, en X, la red social de su amigo Elon Musk que, dicho sea de paso, también nació allí.

Evidentemente, toda esa bronca en X provocó en Musk una reacción similar a la que genera arrojar un caldero con sangre frente a un tiburón blanco o un capote delante de un toro. Con su habitual sutileza, exquisito buen gusto y evidente respeto por los demás, el hombre más rico del mundo dio ‘Me gusta’ a un tuit que ya ha sido borrado, en el que se afirmaba que los estadounidenses «son demasiado retrasados mentales» como para trabajar en el sector tecnológico. «Eso me ha abierto los ojos. Lo resume todo», escribió el dueño de Tesla, SpaceX, Neuralink y xAI. De paso, según Loomer, Musk restringió la visibilidad de los tuits de la comentarista y dos veces fallida candidata al Congreso.

En el batiburrillo solo faltaba Steve Bannon que, según la prensa estadounidense, ha asesorado a Vox, aunque el partido de Santiago Abascal lo niega, que se dirigió en su podcast a Musk con una batería de insultos culminada con un definitivo «ni siquiera eres estadounidense». Mientras tanto, Ramaswamy ponía su granito de arena al culpar a los estadounidenses de tener una cultura que «ha venerado la mediocridad sobre la excelencia» lo que, en su opinión, «no genera los mejores ingenieros».

Ésa es la clave de todo el debate: la admisión no de cualquier persona cualificada, sino solo de aquellas cuya formación es interesante para Silicon Valley. El asesor de Trump y empresario farmacéutico citó en la red social de Musk como ejemplos de esa decadencia intelectual a la serie de televisión Friends, o el hecho de los personajes de Zack y Slater fueran los protagonistas de la serie adolescente Salvados por la campana, y no el empollón de la clase, Screech.

Con esas declaraciones, Ramaswamy demostró que en materia de cultura popular se quedó a principios de este siglo -cosa comprensible, dado que nació en 1985-, aunque tampoco queda claro hasta qué punto un presidente electo que más que a presentaciones de libros o a conciertos al Kennedy Center de Washington suele ir a competiciones de lucha libre representa ese gusto por el saber del que parecen carecer los estadounidenses. Trump ha nominado como secretaria de Educación a Linda McMahon, que no tiene ninguna experiencia en la materia pero que es cofundadora de la empresa de organización de combates de lucha libre World Wresting Championship, así que el futuro de la instrucción pública de la primera potencia mundial se presenta prometedor.

Dejando de lado a las figuras públicas, el volumen de la pelea alcanzó niveles de, precisamente, lucha libre, pero sin árbitro ni reglas. Y todo, además, con una connotación racial muy marcada. «Los indios sois los criados de los judíos», fue uno de los mensajes en X, en clara referencia al hecho de que indios y chinos son los mayores beneficiarios de las H-1B y, una vez más, a la tradicional teoría conspiratoria inspiradora del Holocausto de que los hebreos controlan el mundo. Con toda la carne -y la mala leche- en esa especie de ágora ateniense, pero a estacazos, que son esas plataformas, Trump no tuvo otra opción que entrar en el debate y decir que él usa las H-1B para contratar a extranjeros. Inmediatamente después las aguas volvieron a su cauce, y hasta Musk, en tono conciliador, defendió, simplemente, una reforma de las H-1B.

El debate, así, quedó zanjado. Pero no está claro cuánto tiempo durará. La cuestión de los trabajadores extranjeros ha sido un problema para los republicanos desde que George W. Bush intentó hace ahora 20 años, tras ser reelegido, una reforma inmigratoria que su propio partido torpedeó en el Congreso. Las empresas, y muy especialmente las tecnológicas, siempre han querido que se admita a más extranjeros. Es lógico. Éstos cobran menos que los estadounidenses, porque vienen de países más pobres, y, además, el sistema de los H-1B les ata a su empleador. Si un trabajador con ese visado pierde su trabajo, tiene un mes para abandonar el país.

Pero los votantes de Trump quieren que todos los extranjeros se vayan. Eso incluye desde los inmigrantes que cuidan vacas en Iowa para la familia del consejero delegado de Truth Social, la red social de Trump, Devin Nunes, hasta los presidentes de Nvidia (Jensen Huang, taiwanés de nacimiento), Microsoft (Satya Nadella, indio), y Google (Sundar Pichai, también indio). Conciliar a esas dos facciones va a ser parte de la misión de Donald Trump en la Casa Blanca.

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