Desde lo que ha cambiado (y lo que no) de la ‘arancelmanía’ de Trump al posible aburrimiento de Musk por Tesla

Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer  

Si uno mira las estadísticas globales de comercio que publicó el lunes la ONU, llegará a la conclusión de que vive en otra galaxia. Porque, pese a la arancelmanía de Trump, el comercio mundial creció un 1,5% en el primer trimestre y un 2% en el segundo, a pesar de que EEUU lanzó su guerra comercial el 2 de abril. Aunque la cifra está algo inflada, porque la mitad del aumento se debe a que los precios han subido, estos datos sugieren que la guerra comercial universal estadounidense solo ha cambiado hasta la fecha la dirección de los flujos comerciales internacionales, pero no el volumen ni los desequilibrios. El déficit comercial de EEUU que obsesiona a Trump descendió un 17,4% en abril y un 28,9% en mayo, en parte por las tarifas pero también por la caída de la actividad económica en ese país debido, precisamente, al proteccionista de su presidente. En todo caso, la posibilidad de que EEUU tenga superávit comercial sigue siendo inalcanzable.

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Frente al pragmatismo de Donald Trump, más propio de Al Capone que de una democracia liberal, ¿qué mejor ejemplo que la UE, cuyos principios sobre comercio incluyen asegurar que sus socios respeten «la justicia social» y «el respeto de los Derechos Humanos»? El problema es que, según ha demostrado el Banco Central Europeo, esos principios reflejan hipocresía. Un reciente análisis de dos economistas de la institución con sede en Fráncfort recoge que, en los últimos 25 años -más o menos, desde la introducción del euro- la UE ha ido optando paulatinamente por comerciar con países menos y menos democráticos. Ojo, no es que la democracia esté en retirada en el mundo (que lo está), sino que los europeos se han (hemos) inclinado por tener tratos con países no democráticos. En parte, se debe a la integración de China en el comercio mundial en 2001, pero también a una elección política. Lecciones de moralidad a Trump, las justas.

En España, Santos Cerdán dimite y va a la cárcel. En Rusia, el ministro de Transporte, Roman Starovoit, es cesado y se pega un tiro, y su colaborador Andréi Korneichuk se muere de pena al saberlo. Los mal pensados vinculan esos fallecimientos a los arrestos por Vladimir Putin de oligarcas de peso – como el de la minería Konstantin Strukov, y el de la agroalimentación Vadim Moshkovich -, que hasta ahora habían salido indemnes de las purgas posteriores a la invasión de Ucrania. Otros, de mente aún más retorcida, lo relacionan todo con el desgaste de Rusia por la guerra. Las empresas no pueden pagar los créditos, el crecimiento ha caído, la inflación ha aumentado y falta mano de obra. Todo esto apunta a una crisis en ciernes del sector bancario ruso, sobre todo si le imponen más sanciones la UE (lo que es posible) y EEUU (lo que no lo es). Claro que Rusia siempre cuenta con el apoyo financiero de China, y esto es una ayuda inestimable.

El empresario más rico del mundo parece haber perdido el interés en que Tesla haga coches eléctricos y ahora quiere redirigirla a los robots – con los que no tiene experiencia – y los vehículos autónomos, donde va por detrás de las chinas Baidu Apollo, AutoX (Alibaba), la japonesa Pony.ai (Toyota), y la estadounidense Waymo (Google). Pero lo que más le apasiona es SpaceX, la empresa de vuelos espaciales, que ha doblado su valoración en solo un año, hasta los 400.000 millones de dólares (342.000 millones de euros). Eso, más sus incursiones en política y sus ganas de tocar las narices en X (la antigua Twitter) no le dejan más tiempo salvo para, obviamente, hacer hijos por inseminación artificial, de los que tiene varias docenas según el periódico Wall Street Journal. La cuestión es que un crash de Tesla arrastraría a las demás empresas de Musk, tal vez incluyendo a SpaceX. Tener compañías gigantes como si fueran hobbies genera ciertas responsabilidades.

El cobre no tiene el glamour del petróleo ni de las llamadas tierras raras. Pero acaso sea tan o más importante para la economía del siglo XXI, porque, sin él, no hay digitalización, electrificación ni transición energética. Por eso, la amenaza de Donald Trump de poner aranceles del 50% a ese mineral el 1 de agosto ha lanzado una señal de alarma a la economía mundial. Y más a países como Chile, que obtiene entre el 8% y el 11% de sus ingresos totales por exportaciones de las ventas de ese mineral a Estados Unidos. Además, esas cifras solo computan el cobre en bruto, el concentrado, y los óxidos, escorias y cenizas, pero no los productos manufacturados. Los 35,7 millones de dólares que Canadá exportó en 2023 a EEUU en cobre se trasmutan en 2.000 millones si se suma el cobre refinado, y el que está en cables, tubos, etcétera. Para complicar las cosas, EEUU solo produce el 50% del cobre que usa, y alcanzar autosuficiencia le llevaría décadas.

Hace unos años, hubiera sido una rareza que hubiera empresas que no cotizan en Bolsa como Space X y OpenAI, pero que valen respectivamente 429.852 y 354.620 millones de dólares, según Yahoo Finance. Sin embargo, hoy, Elon Musk, Founders Found, Fidelity, Google Ventures y los otros dueños de SpaceX no tienen prisa por hacer caja. La razón es que hay mucho dinero fuera de la Bolsa, en manos de universidades estadounidenses, fondos soberanos, aseguradoras, fondos de private equity y capital-riesgo, hedge funds y ‘high net worth individuals’ («individuos de alto valor neto»). Todos ellos forman un fabuloso pool de inversiones que podría estar gestionando 85 billones de euros en activos, o sea, casi tanto como todo el PIB de la Tierra. Con esa inmensa liquidez, SpaceX, OpenAI o Block Inc. no tienen necesidad de financiarse en Bolsa, lo que les libra de bregar con reguladores o minoritarios. Les basta con descolgar el teléfono y llamar a un fondo formado por millonarios.

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