El 32% se define «de derechas», frente al 25% «de izquierdas» y apenas el 13% que se ven como «centristas». Un 30% prefiere no tomar posiciones Leer El 32% se define «de derechas», frente al 25% «de izquierdas» y apenas el 13% que se ven como «centristas». Un 30% prefiere no tomar posiciones Leer
El 82% de los franceses considera a estas alturas que el «macronismo» ha sido «un fracaso» y que no sobrevivirá a Emmanuele Macron, según un sondeo de Odoxa-Backbone Consulting para el diario conservador Le Figaro, que anticipa el regreso a la clásica polarización entre la derecha y la izquierda, como quedó confirmado en las elecciones anticipadas a la Asamblea Nacional en julio del 2024.
«El macronismo no se puede considerar como un proyecto duradero, ni como una corriente política estructurada, sino más bien como una fase de transición», advierte Céline Bracq, directora general de Odoxa. «A menos que se produzca un sobresalto, el 2027 marcará el fin de un ciclo, más que el principio de un nuevo impulso».
Incluso el 57% de los simpatizantes de Renaisance (Renacimiento), el partido que recogió el testigo del original En Marche!, piensa que el macronismo desaparecerá con el fin del segundo mandato de Emmanuel Macron. «Esta fragmentación del apoyo confirma el agotamiento del concepto y la incapacidad para encontrar un relevo coherente», asevera Céline Bracq.
A la pregunta sobre quién podría «encarnar el macronismo» en el futuro, el 45% de los franceses se inclinan por el ex primer ministro Gabriel Attal, el 35% por la ex primera ministra Élisabeth Borne y el 31% por Édouard Philippe, que despunta como el posible candidato centrista a las presidenciales del 2027 con su plataforma Horizons (Horizontes).
El sondeo confirma, sin embargo, el ocaso de esa percepción de Francia como «ni derechas ni de izquierdas». El 32% de los ciudadanos se define hoy por hoy como «de derechas», frente al 25% que se considera «de izquierdas» y apenas el 13% que se ven como «centristas» (un 30% prefiere no tomar posiciones).
Atrás queda esa llamada al centro político que fue la clave del fulgurante ascenso de Emmanuel Macron en las presidenciales del 2017 y su inapelable victoria en segunda vuelta frente a la líder de extrema derecha Marine Le Pen por el 66% frente al 34% de los sufragios (revalidada cinco años más tarde por un margen de 58% a 41%).
Las protestas de los chalecos amarillos, la revuelta contra la reforma de las pensiones y el retraso de la edad de jubilación o las tractoradas que esta misma semana han vuelto a las calles de París fueron haciendo mella en la popularidad del presidente, que ha tenido que librar durante sus dos mandatos un personalísimo pulso contra el poder de la calle, que en Francia pesa tanto o más que el Parlamento.
Su decisión de convocar elecciones generales anticipadas en julio del 2024, como preámbulo a los Juegos Olímpicos de París, fue a decir de los analistas el penúltimo clavo en el ataúd del macronismo. El presidente no solo perdió su mayoría centrista, sino que abrió las puertas a una polarización creciente (entre el Nuevo Frente Popular de Mélenchon y la Agrupación Nacional de Le Pen) que han dejado el país con una sensación de crisis permanente.
El conservador Michel Barnier tuvo que dimitir a los tres meses de formación de su Gobierno. El centrista François Bayrou tomó a duras penas el timón y logró el milagro de aprobar el presupuesto, aunque se enfrenta al fantasma de una moción de censura.
Como respuesta a las crisis domésticas y a su popularidad bajo mínimos (en torno al 25%), Emmanuel Macron sigue embarcado en una campaña sin fin para proyectar su imagen de líder mundial, que esta misma semana ha tocado fondo con su accidentada gira por el sureste asiático.
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