Antoine Camus y Stéphane Babonneau son los dos hombres que defienden a la víctima en el juicio contra su marido y otros 50 acusados de haberla violado cuando estaba inconsciente Leer Antoine Camus y Stéphane Babonneau son los dos hombres que defienden a la víctima en el juicio contra su marido y otros 50 acusados de haberla violado cuando estaba inconsciente Leer
Cada vez que entra y sale del tribunal, varias veces al día desde hace dos meses, una multitud la recibe y despide con aplausos, flores y lágrimas. La acompañan siempre dos hombres. La escoltan en las ovaciones, la defienden en el tribunal y la sostienen, dentro pero también fuera. Los abogados Stéphane Babonneau y Antoine Camus forman parte también de esa foto icónica que ha dado la vuelta al mundo: la de Gisèle Pélicot, la mujer que fue drogada por su marido, Dominique Pélicot, para que otros hombres, además de él, la violaran.
Esto ocurrió durante 10 años en su casa de Mazan, cerca de Aviñón, donde en septiembre empezó el juicio contra todos ellos: Pélicot y 50 acusados. Sin quererlo y en contra de su voluntad, Gisèle Pélicot se ha convertido en un icono feminista internacional. Sus dos letrados la acompañan en ese combate para «hacer cambiar las cosas», una batalla «en la que ella no quiere enfrentar hombres y mujeres, no quiere hacer gala de la toxicidad de la sexualidad», explica Antoine Camus, uno de los abogados.
«De lo que se trata es de hacer avanzar las cosas. Este es un combate generacional (…) Endurecemos las penas de los delitos de violencia sexual, pero no se resuelve el problema». Gisèle Pélicot ha sido víctima de «una violación en masa, pero el combate ya lo ha ganado«, señala el abogado, que también representa a su hija, Caroline Darian.
Lo explica en una conversación en la cafetería de un tren de vuelta a París, porque estos hombres, que viven en la capital francesa, han puesto en parón sus vidas durante estos cuatro meses que dura el proceso. Gisèle Pélicot tenía otra abogada, pero decidió cambiar. Este juicio, que entra ahora en su recta final y cuya sentencia se dictará a mediados de diciembre, es, como dice Camus, «un sueño y una pesadilla a la vez».
Cada semana, interrogan a un puñado de acusados tras escucharles declarar. La mayoría niega el delito, la intención de violar; sí reconocen los actos sexuales. «Nos esforzamos en intentar meternos en su cabeza, en esa habitación, para tratar de entender qué les llevó a quedarse cuando vieron que estaban frente a una mujer inconsciente. Cualquiera habría salido corriendo de allí», explica el letrado.
Se refiere a la habitación conyugal que Pélicot abrió a hombres desconocidos a los que reclutaba por internet para que violaran a su mujer, dormida. Todo lo grabó: más de 1.000 vídeos y fotos. Son la prueba clave de este proceso. La policía los descubrió cuando le requisaron el móvil tras haberle pillado grabando a mujeres por debajo de la falda en un supermercado. Empezaron a tirar del hilo. En los archivos pudieron identificar a 50 individuos, aunque se cree que fueron cerca de 80.
Tienen parejas (algunas las encontraron tras salir de prisión preventiva), trabajos, hijos y madres o esposas que los apoyan. «Se ha dicho que son hombres cualquiera, pero lo que les distingue del resto es que fueron a casa de un hombre a violar a su mujer inconsciente. Todos tienen una cosa en común: son perversos«, dice Camus.
Se les ha visto en las fotos y vídeos acompañando a Gisèle Pélicot, pero pocos han visto al binomio Babonneau & Camus en acción, en la sala de audiencia. Escenifican la lógica del «poli bueno, poli malo»: El primero, pausado y suave, va a la yugular con una elegancia como si pasara de puntillas. El segundo, expresivo y enfático, hace lo propio con un estilo más afilado.
Son el altavoz de Gisèle Pélicot, que, ya muy expuesta, no habla a la prensa. Ella quiso que el juicio fuera abierto al público «para que la vergüenza cambie de bando» y ha querido que se difundan los vídeos de sus violaciones. Los tres pelearon esta decisión (a la que se oponía la defensa de los acusados) porque, como dijo Babonneau, «en 2024 el mundo tiene que poder enfrentarse, mirar cara cara, lo que es una violación».
Camus relata la génesis de esta decisión. Fue en mayo pasado, casi cuatro años después de que ella se enterarse de lo que su marido le había hecho. Antes no había querido ver los vídeos de las violaciones. «Cuando se acercaba la fecha del juicio, aún no se sabía si sería a puerta cerrada, Stéphane (Babonneau) y yo le dijimos que tenía que verlos. No quería. Pero para enfrentarse al proceso era necesario. Le pusimos uno, el peor (ya visionado en las audiencias). Cuando lo vio nos dijo ‘esto tiene que verlo la gente’. Es esa indignación primaria que sintió la que le hizo decidir que el proceso no fuera a puerta cerrada. Le dijimos que se lo pensara una semana, porque sabíamos lo que suponía. Antes de 24 horas nos llamó. Supimos que entrábamos en la tormenta», relata el abogado.
Esa tormenta, para ella, ha sido enfrentarse, día tras día, no sólo a su ex marido, sino a esos 50 hombres desconocidos, a los vídeos, a los micrófonos, a los aplausos y las flores. No hay un día en el que alguien no le deje una nota, unas flores o un regalo. «En realidad, abrirlo a la gente era la manera de no vivir este proceso encerrada con todos esos hombres en la misma sala. Ha abandonado su intimidad con una dignidad increíble», dice Camus.
En la sala de audiencia, Dominique y Gisèle Pélicot se sientan enfrente uno del otro: Él, a la izquierda de la sala, con su abogada, Beatrice Zavarro; ella a la derecha, con sus abogados. En medio, repartidos en los banquillos, los 50 acusados, «hombres corrientes» que acusan a Pélicot de haberlos manipulado. «Tienen que pagar», ilustra Camus, «aunque obviamente habrá una diferencia entre la pena de Pélicot y el resto».
Cuando a Gisèle Pélicot le toca declarar, se preparan las intervenciones, aunque ella improvisa. Como cuando hace unos días, en su tercera declaración en este proceso, le dijo a su ex marido: «Yo siempre he intentado llevarte hacia arriba, pero tú has elegido la oscuridad». «No estaba en el guion», dice él. «Salió de ella, es brillante, clara, sin ambigüedades». «Puede parecer horrible lo que voy a decir, pero él (Dominique Pélicot) la quiere». Los psiquiatras de él, que declararon en la primera semana de juicio, apoyaron esta tesis.
Hace unos días, éste se negó a contestar a las preguntas de los abogados de los otros acusados porque su mujer no estaba en el juicio. Ese día es de los pocos en los que ella no estuvo. En su silla, alguien había colocado un ramo de flores. Él siempre se refiere a ella como «mi mujer». Ella a él como «señor Pélicot». No sale en la foto, pero a Gisèle la acompaña también en la sala, día tras día desde que empezó el juicio, Anne S. L., una jurista que pertenece a una asociación de víctimas. En ese lado derecho del tribunal, los cuatro, esos dos hombres y esas dos mujeres, forman un tándem invencible.
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