La oposición acusa al mandatario de ser un dispensador de discursos de odio y división de la nación Leer La oposición acusa al mandatario de ser un dispensador de discursos de odio y división de la nación Leer
Tan solo dos días antes del atentado contra Miguel Uribe, éste había estado en el centro de un cruce de duras acusaciones. Empezó el presidente Gustavo Petro, insinuando en su cuenta de X que el senador es un torturador -escribió- igual que lo fue su abuelo paterno, el ex presidente Julio César Turbay. Lo atacaba porque en un foro bancario había manifestado su rotunda oposición a la iniciativa petrista de convocar una consulta popular sobre cuestiones laborales. El Senado ya la había negado, pero el jefe del Estado pretendía imponerla por decreto. Poco después, respondió el precandidato presidencial del Centro Democrático recordando el pasado guerrillero de Petro. «Ataca con calumnias a quienes le perdonaron sus crímenes. Fue él quien empuñó armas y participó de un grupo criminal», rezaba un aparte de su respuesta en la misma red.
No era la primera vez que el primer mandatario socialista de Colombia atacaba con insultos y calumnias a sus opositores. Lo hace constantemente, tanto en X como en los discursos que pronuncia casi a diario, algunos televisados en directo, a todo el país, disfrazados de «alocuciones presidenciales», una figura que obliga a los canales públicos y privados a transmitir sus disertaciones.
«Nazis», «asesinos», «esclavistas», «enemigos del pueblo»… son algunos de los calificativos que Petro acostumbra a dedicar tanto a sus rivales políticos como a magistrados que fallan en contra de sus proyectos legislativos, así como a empresarios y periodistas que le critican o destapan alguno de los muchos escándalos de corrupción que acosan a su entorno familiar y a su Gobierno. También ha emprendido una agria campaña de desprestigio, con acusaciones temerarias, con nombres y apellidos, contra el actual presidente del Senado, Efraín Cepeda, y otros diputados opositores.
De ahí que distintas voces salieran ayer a señalar su responsabilidad en el intento de magnicidio que dejó malherido a Miguel Uribe Turbay.
En una nación donde no siempre los crímenes tienen la repercusión mediática que merecerían, el clima de repudio y horror que despertó el intento de asesinato del joven político uribista, obligó a Petro a cancelar su viaje a Niza para participar en la Cumbre de la ONU sobre los Océanos. Lo paradójico es que hace sólo una semana dejó plantados al presidente de Panamá, José Raúl Mulino, y demás asistentes al encuentro internacional de la Asociación de Estados del Caribe, que se celebraba en Montería y de la que era el anfitrión. Desapareció durante 60 horas y, después, alegó, en un críptico mensaje, que lo había hecho para evitar que le asesinaran. Pero todo apuntaba a que se trató de una de sus tantas ausencias de varios días sin previo aviso e injustificadas, que su ex canciller, Álvaro Leyva, achaca a su presunta adicción a las drogas, según reveló en cuatro explosivas cartas recién publicadas, dirigidas a quien fuera su jefe.
Cabe anotar que, ya cuando era el candidato favorito en las elecciones que después ganaría, Petro decía que la oligarquía le mataría para evitar que llegara con sus ideas izquierdistas al Palacio de Nariño. Y ha seguido con esa narrativa desde la Presidencia. Sin embargo, ha sido uno de sus críticos más acerados, uno de los senadores predilectos de Álvaro Uribe, quien ha recibido los disparos de un sicario.
Es prematuro aventurar quiénes pagaron al adolescente que apretó el gatillo y sus razones para querer segar la vida a uno de los cinco precandidatos uribistas. Pero para figuras como el ex presidente conservador Andrés Pastrana, Petro sí es culpable de abonar permanentemente su discurso de odio y división. Otras voces de la oposición confían en que el atentado sirva para calmar las aguas y la jefatura de Estado abandone un lenguaje que incita a la violencia.
Además, subyace el temor a que, en los meses que faltan para los comicios presidenciales de mayo del 2026, Colombia reedite los años en que se mataba a aspirantes y líderes políticos de distintos signos ideológicos. Y hay un clamor general para que el Gobierno garantice la seguridad de todos los candidatos abiertamente anti petristas, como Miguel Uribe.
Y los más críticos dudan incluso de que Petro permita que se celebren las elecciones recurriendo a algún tipo de argucia inconstitucional, para seguir en el poder puesto que, desde hace varias semanas, ha declarado la guerra al Senado (la Cámara más importante) con el argumento de que sus decisiones no pueden estar por encima «del pueblo». De ahí que auspiciara un inusual paro nacional de dos días contra el Legislativo, que apenas tuvo seguimiento, y que siga empeñado en acudir a las calles para que sus fieles presionen a los parlamentarios, a los que culpa de cerrarle la puerta a sus reformas socialistas, la laboral y de sanidad, entre otras.
En su larga alocución del sábado, al filo de la medianoche (madrugada en España), en donde mezcló política con su particular visión de la Historia (eran árabes los que llegaron a América en las naves españolas porque sólo eran castellanos sus jefes) no dejó espacio al optimismo. Si bien manifestó, nada más conocer el atentado, que «era un día de dolor» y pidió solidaridad con Miguel Uribe, agregó que «los intentos de utilización política me parecen de ratas de alcantarilla«, en referencia a sus opositores.
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