Hidemori Gen, de 67 años, lleva 22 ayudando a las jóvenes más vulnerables y desprotegidas en la sexualizada sociedad japonesa Leer Hidemori Gen, de 67 años, lleva 22 ayudando a las jóvenes más vulnerables y desprotegidas en la sexualizada sociedad japonesa Leer
Hidemori Gen tiene el despacho lleno de recortes de periódicos con noticias sobre el turbio submundo que se mueve a vista de todos en Kabukicho, el ‘barrio rojo’ de Tokio. Chicas muy jóvenes del Japón rural, algunas de ellas menores, que han escapado de sus casas y se prostituyen en la calle; camareras captadas por las mafias que acaban siendo esclavas sexuales en el extranjero; redadas policiales en bares que operaban clandestinamente como clubes de alterne.
«Puedes asomarte por la ventana y vas a ver a alguna adolescente vestida de colegiala que vende su cuerpo a plena luz del día. Muchos padres nos llaman pidiendo ayuda y hemos podido sacar a algunas de sus hijas de las calles. Denunciamos una y otra vez todo lo que ocurre en Kabukicho y otras partes de Tokio. La policía lo sabe, pero muchas veces mira para otro lado».
Este es el testimonio de un hombre que lleva 22 años ayudando a las jóvenes más vulnerables y desprotegidas en la sexualizada sociedad japonesa. Gen (67 años), de sangre coreana, cuenta que ha trabajado como itamae -chef de sushi- en Osaka. También como mecánico, camionero, director de una funeraria y gerente de un cabaret en Tokio.
Su vida cambió en el año 2000, cuando fue a donar sangre y descubrió que tenía leucemia. Entonces, pensando que moriría en pocos años, decidió centrarse en causas sociales a través de varias ONG que él mismo abrió en Kabukicho. La última, Seiboren, fundada en 2023, habilita una línea telefónica segura para las víctimas que necesitan ayudan.
Gen, que se curó de su enfermedad, nos abre la puerta de su sede, que se encuentra en un callejón donde cada día decenas de jóvenes se prostituyen. Explica que algunas de estas chicas proceden del grupo etiquetado por los medios como Toyoko Kids, víctimas en su mayoría de maltratos o abusos sexuales en casa, que han salido de regiones rurales de Japón y buscan refugio en la capital.
Algunas de estas chicas también trabajan en los clubes de anfitriones, bares donde el cliente disfruta de una consumición en compañía de una atractiva camarera que le incita a pagar bebidas más caras a cambio de una conversación.
«El drama de la soledad en este país es algo muy serio. Nos centramos normalmente en hablar de los ancianos que mueren solos en casa, pero nos olvidamos de la gente joven que frecuenta estos bares y que paga por tener a su lado a alguien que los escuche», señala Gen.
Según denuncia Seiboren, unos cuantos de estos bares funcionan como prostíbulos controlados por las mafias. Usan a las Toyoko Kids como relaciones públicas para captar clientes y después les hacen trabajar como «anfitrionas» con el propósito de que terminen la noche acompañadas en hoteles donde se alquilan habitaciones por horas. Algunas de estas chicas, tras ese servicio, continúan trabajando en el callejón para ganar más dinero.
Gen asegura que también hay otros clubes donde son los chicos los que captan a clientas tímidas y solitarias. Estas se endeudan pagando bebidas en los locales a cambio de una agradable conservación. Luego, les obligan con amenazas a prostituirse hasta saldar su deuda.
En la oficina de Seiboren, atendiendo las llamadas de las víctimas de estos clubs, hay cuatro mujeres a las que la ONG de Gen, con ayuda legal y psicológica, logró sacar de la oscuridad de Kabukicho.
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