
El colegio privado concertado Irlandesas de Loreto de Sevilla empezó el curso envuelto en un ambiente festivo con motivo del 50º aniversario de su fundación. Ese espíritu de celebración se truncó el 14 de octubre, cuando Sandra, una de sus alumnas, se quitó la vida poco después de salir de clase. La conmoción por su muerte se mezcló con el estupor, al trascender que su familia había informado al centro de que la niña, de 14 años, estaba sufriendo acoso por parte de tres compañeras. Ese estupor se transformó en rabia e impotencia cuando la Junta de Andalucía constató que la dirección no había activado el protocolo preceptivo. La indignación prendió rápidamente y se extendió por las redes sociales en forma hostigamiento hacia las supuestas acosadoras, también menores de edad, y sobre los muros del centro, que no han dejado de amanecer, desde entonces, con pintadas que señalan a las chicas como “asesinas” y al colegio como “cómplice”.
La mala gestión de un caso de acoso escolar por parte del colegio concertado Irlandesas de Loreto dinamita la convivencia en el centro y la vida del barrio
El colegio privado concertado Irlandesas de Loreto de Sevilla empezó el curso envuelto en un ambiente festivo con motivo del 50º aniversario de su fundación. Ese espíritu de celebración se truncó el 14 de octubre, cuando Sandra, una de sus alumnas, se quitó la vida poco después de salir de clase. La conmoción por su muerte se mezcló con el estupor, al trascender que su familia había informado al centro de que la niña, de 14 años, estaba sufriendo acoso por parte de tres compañeras. Ese estupor se transformó en rabia e impotencia cuando la Junta de Andalucía constató que la dirección no había activado el protocolo preceptivo. La indignación prendió rápidamente y se extendió por las redes sociales en forma hostigamiento hacia las supuestas acosadoras, también menores de edad, y sobre los muros del centro, que no han dejado de amanecer, desde entonces, con pintadas que señalan a las chicas como “asesinas” y al colegio como “cómplice”.
Las madres y padres de los alumnos y el barrio en general quieren recuperar una normalidad que la aparición diaria de pintadas, la presencia policial en la puerta del centro y las cámaras de los medios de comunicación complican. La mala gestión por parte de la dirección del centro educativo subvencionado con fondos públicos de un caso de bullying ha dinamitado la convivencia en el espacio y también en el día a día de los vecinos pero, sobre todo ha roto la vida de la familia de Sandra, que aguarda los resultados que arroje la investigación policial.
“No lo estamos pasando bien, está siendo muy duro”, indica Isaac Villar, tío de la niña y portavoz de la familia. Además del infinito dolor que supone enfrentarse a una muerte de este tipo, están comprobando cómo el colegio trata de minimizar lo sucedido. El miércoles pasado, las Irlandesas de Loreto emitío un comunicado anunciando un “plan de acción” para combatir las “situaciones de vulnerabilidad” del alumnado, pero eludía explicar por qué no aplicó el protocolo de acoso, pese a que la madre de Sandra se lo había pedido en una reunión mantenida el 3 de agosto.
En el informe que la Inspección educativa remitió a la Fiscalía de Menores, que está estudiando la actuación del colegio para dirimir responsabilidades, se recoge la versión del colegio. La dirección alega que, aunque el protocolo se empezó a poner en marcha, no se subió a la plataforma Séneca ―que hubiera permitido que la Inspección tuviera conocimiento― porque la terapeuta de la niña lo desaconsejó en una reunión mantenida el 1 de octubre. “Todo lo contrario. Cuando se tiene esa reunión, habíamos dado por hecho que el protocolo ya se había activado y lo que se pidió es que se siguiera adelante”, destaca el portavoz de la familia.
La familia está evaluando qué acciones judiciales adoptar, pero prefiere esperar a los movimientos de la Fiscalía de Menores, que también está investigando a las supuestas acosadoras de Sandra. “Está todo en un momento muy incipiente”, comenta el abogado que los asesora, José Manuel Roales. Hasta el momento, solo la inspectora y la Defensoría de la Infancia de Andalucía han hablado con los padres de Sandra. Mientras, el Grupo de menores de la Policía Nacional (Grume) sigue con las pesquisas. Esta semana han estado en el centro educativo y han empezado a analizar el móvil de Sandra para determinar si el bullying se prolongaba a través de Internet.
Un hostigamiento que también están sufriendo las tres niñas que supuestamente la estaban acosando. Desde el día en que trascendió que Sandra había denunciado bullying, las redes sociales empezaron a llenarse de fotos de las menores, con amenazas e insultos, una persecución que también se trasladó a los muros físicos del colegio, que aparecieron con pintadas con sus nombres y el apelativo de “asesinas” el fin de semana siguiente al suicidio de Sandra. Los mensajes han continuado a lo largo de esta última semana.
La Inspección instó a las familias a denunciar y recomendaron a las adolescentes que no asistieran al colegio. El jueves 16 fue el último día que fueron a clase, indican fuentes del centro, y desde entonces están recibiendo formación telemática para garantizar su seguridad, tal y como la inspectora acordó con sus progenitores. La Fiscalía también está investigando las amenazas en redes a estas menores y ha pedido a una plataforma que retire todas sus imágenes, que siguen todavía visibles en múltiples redes sociales.
Pintadas con insultos
“Los padres de Sandra están destrozados, pero los de las otras también tienen mucha angustia. Este es un barrio y conocemos a ambas familias”, comenta una madre, que prefiere no dar su nombre para no señalar a su hija, mientras despide a la niña antes de entrar en el colegio. Es jueves, y aunque los muros del centro no están cargados de pintadas como el lunes, justo en la puerta por la que entra su pequeña la policía ha acordonado el espacio de una pared donde los operarios del servicio municipal de limpieza están borrando la palabra “perras”. “Cada día aparecen nuevas, puede ser a las siete de la tarde, a primerísima hora de la mañana, una vez vale, dos… pero así es imposible recuperar cierta calma”, argumenta otra madre.
La indignación de las familias de los alumnos del colegio ha menguado, conforme lo hace la presencia policial ―de una furgoneta y 10 agentes el lunes, a que ningún policía uniformado se pasee por los alrededores el viernes―; las pintadas en los muros ―el último día de la semana había solo una nueva―, y los medios de comunicación ―con cámaras de todas las cadenas de televisión el lunes, a ninguna cinco días después―, pero siguen intranquilos.
“Los niños lo llevan como pueden, pero entre los mayores es más complicado”, comenta un padre, mientras espera a que su hija de 12 años se persigne junto al altar improvisado en la puerta de la casa de Sandra. Para muchos de los estudiantes, se ha convertido en una costumbre asegurarse de que su vela está encendida antes de entrar a las clases.

“El aliado para lograr esa normalidad va a ser el tiempo, que será el que baje esa intensidad”, indica Guillermo Fouce, doctor en psicología y presidente de Psicólogos sin Fronteras, quien también advierte de que para retomar el día a día es esencial que el suicidio de Sandra y el acoso se aborden en el aula. “Hay que abrir un espacio de seguridad en el que se hable de esto, en el que se pida perdón, se reconozcan los errores, en el que, de alguna manera, se mire cara a cara a la situación, porque, si no, la necesidad de información se suplirá por otras vías, por el rumor, por los medios de comunicación…”, añade.
En este caso, el problema puede radicar en que la dirección del centro está minimizando cómo trató el acoso en el colegio, o, más bien, cómo no lo trató, reconociendo únicamente que no activó el inicio del protocolo en Séneca, porque la terapeuta así se lo indicó ya que veía a Sandra bien, una versión que niega categóricamente su familia. En todo caso, tampoco comentaron la situación ni con las supuestas acosadoras ni con sus familias, porque tras la separación de clases, entendieron que existía una nula relación entre ellas, sin reparar en que ese bullying podría extenderse fuera del horario escolar en las redes, tal y como también les había trasladado la madre de Sandra.
“El mundo digital es un ámbito más de supervisión parental, pero se han hecho muchas propuestas a los centros escolares sobre el tema de la seguridad en los entornos digitales, desde el conocimiento de que los hechos de acoso no solo suceden en lo presencial, sino también en el mundo digital”, señala Diana Díaz, directora de las Líneas de Ayuda de la fundación Anar, que acompaña a los menores y adolescentes en riesgo. La Inspección también es tajante sobre forma de actuar de la dirección del centro, indican fuentes oficiales. Otras personas cercanas al caso inciden en que “la dirección no hizo nada bien” y recalcan que ya a finales del curso pasado tenían indicios de ese acoso y de conductas autolíticas de la menor.
“Vamos muy poco a poco, pero la normalidad es imposible”, reconoce una de las monitoras del centro, que saluda a los pequeños conforme van entrando al colegio. Ella traslada la situación por la que están atravesando los docentes, que han rehusado hablar para este reportaje, y que estos días lidian con el pesar por la pérdida de una de sus alumnas, la obligación de tener que compaginar las clases con las preguntas o con el silencio de los estudiantes y, en algunos casos, también con el acoso en redes. “Muchos tienen esa sensación de que quizás podrían haber hecho algo más por la niña, de que podrían haber detectado su tristeza…”, revela un familiar de un empleado de las Irlandesas de Loreto.
La familia de Sandra, constató en el tanatorio que muchos de los docentes que le daban clase, no estaban al tanto de la denuncia de acoso, tal y como explica el portavoz familiar y tío de la menor. “Los profesores deben tener un espacio donde canalizar sus emociones, porque lo que más va a aparecer probablemente sea ese sentimiento de culpa, para estructurarlo y para poder retomar la actividad educativa de manera directa y poder trabajar con la familia y con los alumnos”, señala presidente de Psicólogos sin Fronteras. El centro asegura en sus comunicados que toda la comunidad educativa está recibiendo asistencia si la solicitan.
Otro momento triste y mediático
En el Club Deportivo Honeybal, donde Sandra jugaba de medio centro, también tratan de recuperar la normalidad. El fin de semana su equipo jugó su primer partido, que también fue el primero sin ella. “A algunas compañeras les está costando más que a otras, y tratamos de estar más pendientes”, dice la presidenta, Sara Trillo. La presencia de los medios de comunicación también las abrumó. Ellas prefieren mantenerse al margen, porque saben que en ese entorno que la entidad fomenta de compañerismo y solidaridad Sandra se encontraba integrada.
Una banderola de su club de fútbol con las firmas de sus compañeras preside el altar en el portal de la casa de Sandra. Para algunos vecinos su presencia empieza también a ser un tanto incómoda, porque les trae a la memoria otro momento duro y muy mediático que sufrieron hace 16 años. A pocas manzanas de allí vivía Marta del Castillo, la joven sevillana que fue asesinada y cuyo cuerpo sigue sin aparecer. También entonces las puertas de su casa se llenaron de velas y las cámaras de televisión interrumpieron la tranquilidad del barrio. Ese recuerdo dificulta esa normalidad que quiere recuperar el barrio, pero es inevitable, porque sirve para encauzar el duelo y el apoyo de los vecinos y amigos de Sandra y, como defiende su familia, es una forma de que no se olvide lo ocurrido y de que se evite que vuelva a pasar.
En una de las puertas del colegio se leen los cuatro valores con los que se define la labor de la Fundación Mary Ward, propietaria de Irlandesas de Loreto: Alegría, justicia, verdad y libertad. Todas fueron tachadas tras el suicidio. La alegría, como la palabra, se ha borrado en el barrio, y más todavía en la familia de Sandra que ahora lo que espera es conocer la verdad y en función de los hechos, que se haga justicia.
Las personas con conductas suicidas y sus familiares pueden llamar al 024, una línea de atención del Ministerio de Sanidad. También pueden dirigirse al Teléfono de la Esperanza (717 003 717), dedicado a la prevención de este problema. En casos que afecten a menores, la Fundación Anar dispone del teléfono900 20 20 10y del chat de la página https://www.anar.org/de Ayuda a Niños/as y Adolescentes.
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