El ejército israelí bloquea a tiros el intento de miles de libaneses de volver a sus casas

Tel Aviv se niega a retirarse del sur del Líbano al expirar el límite fijado por el alto el fuego con Hizbulá y mata al menos a 22 personas, para impedir que la población regrese a varias poblaciones de esa región Leer Tel Aviv se niega a retirarse del sur del Líbano al expirar el límite fijado por el alto el fuego con Hizbulá y mata al menos a 22 personas, para impedir que la población regrese a varias poblaciones de esa región Leer  

El Líbano intentó reproducir este domingo su historia, con 25 años de diferencia. Miles y miles de residentes del sur del país, se abalanzaron -primero en coche y después caminando- hacia las aldeas ocupadas todavía por el ejército israelí intentando replicar las jornadas de mayo del 2000 en las que una muchedumbre irrumpió en la región fronteriza y provocó el colapso de la milicia local aliada de Tel Aviv, y el repliegue apresurado de los militares israelíes.

Esta vez, sin embargo, los militares israelíes bloquearon el avance de los civiles con tanques, drones y ráfagas de ametralladoras, dejando un trágico saldo de al menos 22 muertos y más de 124 heridos, según la contabilidad de las autoridades libanesas. Entre los fallecidos figuran dos mujeres y un soldado de las fuerzas armadas de la nación árabe.

Escenas de caos, gritos y sangre se multiplicaron a lo largo de la jornada en toda la linde que divide a las dos naciones. Israel había prohibido regresar a sus domicilios a los moradores de más de 60 municipios del sur del Líbano. Los tiroteos fueron especialmente intensos en enclaves como el citado Kfar Kila, Houla, Markaba o Adaisah.

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Al igual que el resto de la demarcación, los residentes de Kfar Kila se concentraron a primeras horas de la mañana en la localidad de Burj al Maluk. Desde allí comenzaron a marchar, ignorando los avisos del ejército libanés y superando incluso la alambrada de espino que habían tendido en la carretera los uniformados para intentar impedir su paso. Al final de la calzada, justo a la entrada de Kfar Kila, se distinguía un jeep israelí. Los soldados del país vecino habían cortado la ruta con dos túmulos de tierra.

La caminata concluyó con los disparos del ejército del país vecino, que dejó varios heridos. Los vecinos de Kfar Kila lograron colocar banderas de los grupos Hizbulá y Amal sobre los montículos de tierra, pero tuvieron que replegarse varios cientos de metros.

«¿Por qué siguen aquí? Tenían que regresar hoy a Israel. ¿Para qué sirven los acuerdos que firmas con Israel si siempre los van a incumplir?«, inquiría a esas horas de la jornada el alguacil de Kfar Kila, Hassan Shitt.

El funcionario aludía a la decisión de Tel Aviv de ignorar el límite de 60 días que tenía para retirarse de las zonas fronterizas del Líbano que sigue ocupando, que expiró este domingo. La decisión israelí pone en cuestión el alto el fuego firmado en noviembre, que puso fin a la confrontación entre ese estado y los paramilitares de Hizbulá.

La conversación con Hassan se interrumpió cuando un nuevo disparo alcanzó a otro vecino. En este caso el grupo ni siquiera se movía. Solamente se había concentrado en mitad del asfalto.

«¿Para qué sirve la vigilancia de Estados Unidos y Francia. Nos quedaremos aquí hasta que podamos entrar en nuestras casas. Ahora hemos entrado en otra fase y sabemos cómo hacer que Israel abandone nuestra tierra», agregó Shitt en lo que parecía una velada admonición.

Habitantes de Kfar Kila como Abu Ahmed (así se identificó), intentaban retornar a su aldea para evaluar los ingentes daños que provocó la guerra. El libanés de 65 años explicó que ha perdido ocho viviendas y un gran almacén de alimentos, que solía suministrar a la mayoría de supermercados del área. «Me han robado hasta los olivos. Hablamos de decenas de árboles que plantaron los abuelos de mis abuelos. Calculo que he perdido unos 5 millones de dólares», afirmó.

«Se han vengado con Kfar Kila porque encontraron mucha resistencia», agregó.

A su lado, Pierre Riziq, de 56 años, mostró imágenes de su vehículo, alcanzado por el proyectil de un dron israelí el 1 de octubre pasado. El cohete hundió el techo del automóvil. El salvó la vida al correr hacia la vivienda pero resultó herido en el brazo. Ese día decidió abandonar Burj al Maluk. Todavía sigue sin poder retornar a su vivienda.

«No sé si está bien o ha sido destruida. No nos dejan pasar», relató.

El desconcierto que se percibía en las cercanías de Kfar Kila se tornó en gritos de pánico total en Adaisah, otro núcleo urbano situado a metros de la linde con Israel. Aquí, los chavales se encontraban enfrascados en un arriesgado pulso que les llevaba a avanzar poco a poco hasta las cercanías de los israelíes, que respondían a intervalos con ráfagas y el avance de un tanque Merkava.

A las dos de la tarde, el sonido de las orugas del vehículo blindado y sus descargas, provocó una vez más las carreras de los presentes. «¡Qué viene el Merkava! ¡Qué viene el Merkava!», clamó a gritos un chaval que al mismo tiempo aceleró su motocicleta generando la estampida general.

Minutos después las ambulancias se apresuraron a evacuar a las últimas víctimas.

«Nos han estado atacando con bombas de humo lanzadas por drones, disparos y ahora los tanques», relató Bassel Ramal, de 40 años de edad, que intentaba volver a Adaisah.

Las brigadas de rescate en la vecina localidad de Taybeh se encontraban enfrascadas a media mañana en recuperar los despojos de los cadáveres que siguen enterrados bajos los cascotes.

El diputado de Hizbulá, Ali Fayyad, asistía a este operativo y manifestó que los ingentes destrozos que también se extendían por toda la localidad son un «claro ejemplo de que Israel ha aprovechado el cese el fuego para aplicar una política de tierra quemada».

«Occidente nos ha vuelto a engañar. Líbano cumplió su parte del pacto. Israel, no», apostilló.

Los cascos azules desplegados en el sur del país -donde hay un significativo contingente español- alertaron que las acciones de Israel desestabilizan el precario cese de hostilidades y pidieron a Tel Aviv que «evite disparar contra civiles en territorio libanés», en una clara admisión de la responsabilidad de los militares de ese país en los sangrientos incidentes.

Las fuerzas armadas israelíes emitieron un comunicado en el que acusaron a Hizbulá de incitar a la población a regresar a sus aldeas. Los militares reconocieron que dispararon contra los habitantes sureños, pero dijeron que era para «eliminar amenazas donde se identificó a sospechosos que se acercaban».

Su portavoz en árabe, Avichay Adraee, indicó que habían respondido a los «alborotadores» enviados -según él- por los irregulares, ahora al mando de Naim Qassem, que añadió «están tratando de calentar la situación».

Israel sí abandonó otros lugares fronterizos como la emblemática villa de Khiam o Taybeh, a donde pudieron entrar por primera vez la mayoría de sus habitantes.

La primera localidad fue un bastión de Hizbulá tanto en la reciente contienda como en 2006 sin que el ejército israelí consiguiera apoderarse de ella, ya que se supone que dispone de numerosas defensas subterráneas.

El precio que ha pagado esta pequeña metrópoli es abrumador. Las excavadoras han conseguido abrir una senda entre las ruinas pero la ruta es un viaje a través de pilas de escombros y docenas de coches aplastados por los tanques.

Un responsable local de Hizbulá calculó que el «85 por ciento» de las viviendas han sido arrasadas total o parcialmente. «Hay que tirarlas todas abajo», precisó. Aunque no quiso dar su nombre, la autoridad con la que impartía órdenes a los militantes del entorno dejaba claro la posición que ocupa. Lo mismo que su mano derecha mutilada. Recuerdo de la serie de ataques que organizó Israel contra cientos de significados activistas del grupo armado en septiembre del año pasado, colocando explosivos en buscapersonas.

Según su testimonio, el «60 por ciento» de los espectaculares daños que se aprecian en Khiam se produjeron después de la entrada en vigor del alto el fuego, el pasado 27 de noviembre. «Los israelíes nunca pudieron entrar en Khiam, pero aprovecharon que retiramos a nuestros combatientes para entrar en la ciudad y saquearla. Son unos cobardes», comentó.

El citado señalamiento es algo que repitieron decenas de personas en las aldeas visitadas durante la jornada. Una investigación del diario estadounidense The Washington Post confirmó la semana pasada que Israel había destruido más de 800 viviendas en la linde fronteriza después del 27 de noviembre, a una media de 26 por jornada.

La desolación en Khiam no respetó ningún tipo de estructura. Desde iglesias hasta mezquitas, escuelas o la propia alcaldía, que fue quemada. También sufrió serios daños la tristemente célebre cárcel local ubicada en un promontorio. Esta fue la prisión usada por israelíes y milicias aliadas para encerrar en condiciones penosas a miles de oponentes, lo que le ganó una lúgubre reputación.

La liberación de la cárcel de Khiam el 23 de mayo de 2000 aceleró la desintegración de la milicia libanesa aliada de Israel y aceleró la retirada israelí en esas fechas.

Varios muros del complejo -que fue un cuartel en la era colonial francesa- han sido derribados por los proyectiles. En el suelo del recinto se observa un poster con la cara de Hassan Nasrallah y un lema que afirma: «Somos un pueblo que no deja a sus cautivos en prisión».

Pese a la devastación absoluta que se observa en todas las urbes próximas a Israel, Hizbulá intentó presentar la fecha como un «victoria» política y para ello movilizó a todo un tropel que se dedicó a recorrer el área con las banderas amarillas de la formación, retratos del fallecido Hassan Nasrallah y de otros muchos de los numerosos combatientes que perdieron en la pugna bélica.

En las entradas de múltiples pueblos, jóvenes seguidores de la agrupación repartían comida, café o lanzaban arroz al paso de los coches. En otros, los altavoces atronaban el entorno con himnos militantes.

Son legión los libaneses que asisten a la demolición de sus hogares como si se tratara ya de un episodio recurrente en su existencia. Para Abbas Hassan Haidar esta es la quinta ocasión en la que tendrá que reconstruir su casa. Los israelíes la derribaron en 1970, 1983, 2000, 2006 y en la presente contienda. «Hemos tenido muy mala suerte con nuestros vecinos. Los israelíes son mala gente», concluyó.

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