Las declaraciones expansionistas de Benjamin Netanyahu, el apoyo de Tel Aviv al separatismo druso y las continuas incursiones del ejército del país vecino azuzan la inestabilidad en el sur, donde regresan las imágenes de los desplazados Leer Las declaraciones expansionistas de Benjamin Netanyahu, el apoyo de Tel Aviv al separatismo druso y las continuas incursiones del ejército del país vecino azuzan la inestabilidad en el sur, donde regresan las imágenes de los desplazados Leer
La tumba de Ali Riad está adornada con una única rosa roja que su hermano, Abdalá, se encarga de regar cada día. «Murió contra los sionistas el 3 de abril de 2025», se lee en la lápida de mármol. Abdalá, de 20 años, estaba ese día junto a Ali, que le llevaba una década. Recuerda que se encontraban tomando un té en Nawa, al mediodía, cuando alguien les avisó por teléfono: «¡Vienen los israelíes!».
Un grupo de residentes de la ciudad se abalanzó sobre sus motocicletas, agarró sus ametralladoras y se lanzó hacia un páramo cercano, donde comenzó a enfrentarse a la columna de blindados y vehículos israelíes que avanzaba hacia la ciudad sureña. «Éramos unos 25. Comenzamos a rodear a los israelíes mientras disparábamos, pero enviaron drones. Un proyectil mató a mi hermano y un trozo de metralla me hirió en la pierna», recuerda Abdalá frente al camposanto, donde fueron enterradas las nueve víctimas de la confrontación.
Todos eran ex miembros de la insurgencia que luchó contra la dictadura de Bashar Asad. Abdalá comenzó a pelear cuando tenía 15 años. Su hermano casi perdió la vida en 2018, cuando la esquirla de un proyectil de un tanque le hirió en la cabeza. «Sobrevivió al régimen y lo asesinaron los israelíes. Estamos deseando que vuelvan para empezar otra guerra», asegura el muchacho, destilando el mismo deseo de revancha que expresaban los rebeldes que se enfrentaron al régimen del clan Asad.
El enfrentamiento entre locales e israelíes que se registró en Nawa, en la provincia de Daraa -en el sur de Siria-, se produjo el mismo 3 de abril en que la fuerza aérea de Tel Aviv atacó objetivos en Homs y Hama, una ofensiva que se inscribe en los constantes bombardeos e incursiones que están llevando a cabo los uniformados del país vecino en Siria desde la huída de Bashar Asad.
El pasado día 26, los asaltos aéreos israelíes llegaron hasta un suburbio de la capital, Damasco, cuando su aviación bombardeó el área de Al Kiswah. El suceso dejó seis soldados sirios muertos.
Según un informe del Observatorio Sirio de Derechos Humanos del mismo día, desde principios de este año -tras el final de la dictadura- Israel ha atacado casi un centenar de veces diversos objetivos en Siria, dejando un total de al menos 55 muertos y decenas de heridos. Unas acciones recurrentes que sumar a los cientos de bombardeos que lanzó en diciembre, coincidiendo con el desmoronamiento del régimen de Asad.
La última de estas acometidas se registró en la madrugada de este martes. El Ministerio de Exteriores sirio acusó a Tel Aviv de bombardear objetivos en las ciudades de Homs y Latakia.
Las repetidas agresiones de Israel han agudizado la inestabilidad de la nueva Administración siria, liderada por Ahmed al Sharaa, que no sólo tiene que enfrentarse a los ataques directos de los uniformados de Tel Aviv, sino también a sus avances en el sur del país y a su apoyo al separatismo druso en la región de Sweida.
Fue el propio primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, quien generó una ingente controversia en todo Oriente Próximo -no sólo en Siria- al declarar en agosto que seguía siendo fiel al llamado proyecto del Gran Israel, una visión que pretende la expansión del Estado judío a varios países árabes del entorno, incluida Siria.
Las manifestaciones de Netanyahu se entendieron en toda la región como una alusión al ideario mesiánico del fundamentalismo judío, que alude a un hipotético derecho de Israel a capturar territorios desde el río Eufrates, en Irak, hasta el río Nilo, en Egipto, inspirado en textos religiosos.
La preocupación regional en torno a estas manifestaciones se acrecentó cuando el propio enviado especial del presidente Donald Trump para Oriente Próximo, Tom Barrack, indicó el pasado día 28 que Israel había decidido enterrar las fronteras marcadas por los acuerdos de Sykes-Picot de 1916, que diseñaron los Estados de Oriente Próximo siguiendo los designios coloniales de Inglaterra y Francia.
«Para Israel, las líneas creadas por Sykes-Picot carecen de sentido. Irán a donde quieran, cuando quieran y harán lo que quieran«, manifestó Barrack, que mantiene una estrecha relación con los representantes de Tel Aviv.
El representante de Washington fue incluso más contundente y añadió que Israel «tiene el deseo y la capacidad de quedarse» con el Líbano y «tiene la capacidad para hacer lo mismo en Siria».
El resucitado espectro del Gran Israel no se limita a la palabrería. El pasado 18 de agosto, un grupo de extremistas judíos entró en la nueva franja controlada por Israel en Siria, sin que la ingente presencia militar de su propias fuerzas armadas en la zona lo impidiera, y dijo haber colocado la primera piedra de un futuro asentamiento.
«Es nuestra tierra ancestral. En los días del rey David y durante el período del Segundo Templo, vivimos allí», declaró Leah Sheffer, portavoz de los radicales, a un medio israelí, aferrado a esos postulados extremos que consideran que los libros religiosos priman sobre la normativa actual.
En Nawa -en la provincia de Daraa- y en la vecina región de Quneitra, los residentes han sustituido la aversión mayoritaria contra la dictadura de Asad por la que sienten ahora hacia la ocupación israelí. Aquí nadie duda de que el proyecto final de Tel Aviv es «apropiarse de todo el sur de Siria para incorporarlo al Gran Israel«, en palabras de Mohamed Muzeib.
Mientras circula por el mismo escenario donde se libraron los combates de abril, el ex miembro del Gobierno rebelde y antiguo líder de los insurgentes de Nawa señala hacia las turbinas que se divisan a pocos kilómetros. Forman parte de la granja eólica que Israel ha construido en los Altos del Golán sirios, ocupados desde 1967.
«Vinieron para atacar estas dos colinas. Son antiguas bases del ejército sirio. Tuvimos que frenar a los jóvenes, porque había cientos que querían lanzarse a combatir. Si regresan, estamos preparados. No hay ejército, pero tenemos las armas para formar una resistencia popular. La gente que combatió contra un régimen injusto no permitirá más injusticias«, comenta, indicando los dos montículos ubicados a ambos lados del camino, que fueron objetivo de las tropas israelíes.
Si las operaciones de los uniformados de Tel Aviv todavía no son algo cotidiano en Daraa, no ocurre lo mismo en la vecina provincia de Quneitra. Aquí, el nuevo ejército sirio ha comenzado a desplegar más controles y tropas para vigilar las repetidas patrullas que suelen organizar los israelíes por la zona.
Los militares sirios se han instalado en las antiguas oficinas del Gobierno local de Khan Arnabah, que fueron ocupadas por los israelíes tras la caída de la dictadura. El contorno de la primera base del ejército adversario se otea a poco más de un kilómetro.
«Los israelíes han ocupado una docena de aldeas desde que huyó Bashar en el norte de Quneitra. En el resto, incluido aquí, entran y salen cuando quieren. Establecen controles donde detienen a la gente de forma arbitraria», señala Dirar Bashir.
Antiguo dirigente local de la oposición a Bashar Asad, el domicilio de Bashir -pese a su escasa distancia del emplazamiento israelí- es un continuo trasiego de ciudadanos de la zona, que no cesan de exponer sus quejas sobre las «exacciones» de las que acusan a los soldados del Estado judío.
«Han destruido 15 casas en Hamediyah [el poblado vecino]. Miles de personas han tenido que huir de allí. Han detenido a decenas de jóvenes y muchos están ‘desaparecidos’. Cuando entraron aquí en diciembre estuve hablando con ellos. Me dijeron que sólo era una ocupación temporal y les recordé que llevan ocupando temporalmente el Golán desde 1967«, añade Bashir.
Entre los recién llegados figura Hassan Sadudin, de 47 años. Su hijo Saddam fue arrestado en agosto en la aldea de Jubata al Khasab, a pocos kilómetros de Khan Arnabah. «Sólo sé que está prisionero en una cárcel de Ramallah [en los territorios palestinos]. No es posible que los asesinos de Gaza [referencia a los israelíes] se paseen así, libremente, por nuestras calles», dice.
La última víctima de los israelíes en Quneitra fue un joven del villorrio de Turnejeh, vecina de Jubata al Khashab, el pasado día 26. «Estaba durmiendo en una casa a medio construir donde trabajaba como guardián. Entró un dron y explotó. La vivienda está muy cerca de una base israelí. A unos 500 metros. Encontraron el cadáver hecho pedazos», relata Mohamed Ghaanim, primo del fallecido.
Según medios israelíes como The Times of Israel, Tel Aviv ha establecido al menos nueve nuevas posiciones militares en el sur de Siria desde diciembre del año pasado, la mayoría en Quneitra, pero también en la provincia de Daraa. Una de ellas, la de Tulul al Humur, se encuentra a sólo 40 kilómetros de Damasco.
«Las tropas han estado operando en áreas hasta unos 15 kilómetros» dentro del territorio adyacente a los Altos del Golán sirio» -añadía el análisis del diario-, sumando así una nueva franja al espacio de la geografía del Estado árabe que controla Israel.
Los embates israelíes se producen pese a las negociaciones que mantienen ambas administraciones desde hace meses, un gesto en el que Ahmed Al Sharaa ha empeñado gran parte de su crédito político, ya que, como demostraba un reciente sondeo del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos, una abrumadora mayoría de los sirios se oponen a cualquier normalización con Israel (un 74%) y consideran que es una «amenaza» para el país (un 88%).
«Dentro del propio HTS [la facción yihadista que lideró Al Sharaa antes de convertirse en presidente sirio], hay dos corrientes. Una proclive al pacto y otra contraria. Yo estoy en contra. Cuando los israelíes nos atacaron en Sweida perdimos cientos de hombres», señala Abu Qatada, un antiguo combatiente del HTS y ahora coronel del ejército sirio, en una conversación en Homs, donde está desplegada su unidad.
Otro ex jefe de los paramilitares de Homs que luchó en la guerra civil, el sirio-español Kinan al Nahhas, incide en el sentir mayoritario de la población siria. «Sí, es cierto que somos débiles, pero tenemos que estar en el lado correcto de la historia. Sentimos vergüenza cuando nuestro Gobierno se sienta a hablar con Israel», opina.
Pese a los contactos, Tel Aviv ha dejado clara su frontal oposición a Damasco hasta el punto de bombardear a sus fuerzas y la propia capital siria en julio para frenar la ofensiva de las fuerzas gubernamentales en la región drusa de Sweida.
La televisión oficial siria, citando palabras de una de las principales autoridades oficiales de Sweida, el general Ahmed al Dalati, afirmó que el Gobierno de Ahmed al Sharaa había decidido retirarse del área «para evitar una guerra abierta con Israel».
Los enfrentamientos en esa región dejaron cientos de muertos -más de 2.000, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos-, incluido un número significativo que fueron ejecutados de forma sumaria por ambas partes.
Amnistía Internacional (AI) denunció que las fuerzas de seguridad habían participado en el asesinato de al menos 46 drusos y en acciones humillantes para esa comunidad, cómo afeitar el bigote a varios de sus integrantes.
«Las terribles violaciones de derechos humanos en Sweida son otro sombrío recordatorio de las mortíferas consecuencias de la impunidad de los asesinatos sectarios en Siria, lo que ha envalentonado al Gobierno y a las fuerzas afines a matar sin temor a rendir cuentas», declaró Diana Semaan, una representante de AI.
La sangría ha derivado en un pulso entre el máximo referente religioso druso, el jeque Hekmat al Hijri -que ha conseguido un apoyo mayoritario entre las diversas facciones paramilitares creadas en Sweida-, y las autoridades de Damasco
Los accesos a la región permanecen controlados por los uniformados del Gobierno central, que restringen el paso de vehículos civiles y la asistencia logística a la zona, lo cual ha reforzado el sentimiento de asedio que se observa entre los drusos.
Fortalecido por la asistencia militar de Israel, Al Hijri ha decidido optar por el separatismo, dirigiendo la crisis hacia un callejón sin salida. El pasado día 4 volvió a exigir el derecho a la «autodeterminación» de su comunidad. «Nuestro pueblo ha expresado su demanda de tener una entidad independiente. No daremos marcha atrás a pesar de los sacrificios«, declaró en un mensaje grabado.
En la misma grabación agradeció expresamente a Netanyahu la ayuda que ha recibido por parte de Israel en lo que definió como su lucha «contra la tiranía de este Gobierno terrorista».
El pasado día 16, los seguidores de Al Hijri protagonizaron una nutrida manifestación en la ciudad de Sweida al grito de «Sweida quiere la independencia», donde también mostraron banderas israelíes.
Para el jeque Bassem Abu Fakhr, portavoz de una de las principales facciones armadas drusas, el Movimiento de los Hombres de la Dignidad, la ofensiva gubernamental de julio ha marcado un punto de inflexión en las relaciones con su comunidad.
Él mismo reconoce que hasta entonces su agrupación se distanciaba de la posición inflexible de Al Hijri. «Pero el Gobierno nos ha obligado a cambiar de postura. Ahora también queremos la independencia, aunque en cualquier caso serán los israelíes y los estadounidenses quienes decidan si habrá un Estado druso o no», manifiesta abiertamente en una conversación telefónica.
Cuando creían que esas imágenes eran ya cosa del pasado, Siria asiste una vez más a la presencia de desplazados que escapan de un enésimo conflicto. El pasado 19 de agosto, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU estimó que los huidos de uno y otro bando en Sweida ascendían a unas 184.000 personas. Las víctimas de ambos lados vuelven a revivir aquellos lúgubres testimonios que se escuchaban durante la guerra civil.
Las 32 familias que se encuentran acogidas en una escuela de Ghariyah al Gharbiyah, en Daraa, proceden de la citada región. Muchos vienen de los barrios ocupados por beduinos en la ciudad de Shahba, de mayoría drusa. «Cercaron los barrios y nos atacaron con morteros y todo tipo de ametralladoras. Mataron a 45 personas ese día. Los hombres conseguimos escapar, pero las mujeres fueron secuestradas y retenidas en una mezquita», recuerda Faes Gael Ali, de 34 años.
Los huidos se sientan en los corredores del centro escolar sobre colchones, los mismos que usan para dormir en las aulas habilitadas como habitaciones.
Shahba, una localidad de pocas decenas de miles de habitantes, donde drusos, beduinos y cristianos vivieron entremezclados desde hace décadas, es un ejemplo del riesgo que entraña la aversión entre comunidades.
«En Shabha, hay tres barrios donde vivíamos los beduinos. Ahora están vacíos y han quemado las casas», añade Faes Gael.
Amal Ali, de 33 años, es una de las mujeres que terminó retenida en una mezquita de esa población. «Los dos lados secuestraron. Algunos vecinos drusos querían ayudarnos, pero no podían. Lloraban al llevarnos como prisioneros. Estuvimos ocho días prisioneras y después nos dejaron marchar», rememora la muchacha, que pudo ver desde la ventana del templo cómo las llamas consumían los suburbios donde residían.
Las imágenes y la zozobra que evocan los testimonios de los beduinos de Shabha -los cadáveres en las calles, el caos de los enfrentamientos, los ataques sin distinguir entre civiles o combatientes- son un calco de las que se escuchan por boca de los drusos de Sweida que han recalado en el barrio de Jaramana, al sur de Damasco, un arrabal donde esta comunidad mantienen una significativa presencia e influencia.
Según Rabia Munder, portavoz de los drusos de ese suburbio, hasta Jaramana han llegado 3.000 huidos de Sweida y «75 heridos».
«Estuve en Sweida en dos ocasiones tras el alto el fuego. La primera, el 19 de julio. La gente del Gobierno actuó como si fueran del Daesh [referencia al Estado Islámico]. Había cuerpos por las calles. Cinco de mis primos fueron asesinados«, refiere.
Munder tiene muchos años de activismo opositor a sus espaldas. Fue de los que peleó contra la dictadura de Asad para conseguir un Estado democrático. «No queremos cambiar una dictadura por otra», apostilla.
Los drusos que han escapado de Sweida se han distribuido entre las familias de su misma confesión. En la amplia residencia de un jeque local se encuentra Annuarte al Qassem, de 44 años. Muestra las profundas cicatrices que le dejó en las muñecas las ataduras con las que permaneció aprisionado durante diez días.
Dice que un grupo de beduinos armados le raptó de su mismo domicilio, en una aldea de Sweida, y le dijo claramente que lo hacían para «intercambiarlo por otro de los suyos que había sido capturado por los drusos».
Los beduinos y las fuerzas leales a Damasco también han sido acusado por las organizaciones de derechos humanos de quemar y saquear decenas de villorrios drusos. Esas mismas agrupaciones alertan que hay un significativo número de personas que sigue en paradero desconocido.
El jeque Bassem Abu Fakhr indica que los paramilitares beduinos «siguen ocupando 34 aldeas drusas hasta el día de hoy y mantienen secuestradas a 100 mujeres».
«Los errores del Gobierno están empujando a los drusos hacia Satán, que es Israel. Es un Estado criminal, pero los drusos buscan cualquier tipo de protección», concluye Rabia Munder.
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