El lento veneno de una violación sin recuerdos de las víctimas del pederasta Le Scouarnec: “Durante años fue muy complicado vivir”

Una mujer joven se sienta al lado del periodista, pasadas las seis de la tarde, en el bar de la estación de Vannes, en la Bretaña francesa. Acaba de terminar una de las jornadas del juicio al cirujano Joël Le Scouarnec, acusado de agredir sexualmente durante 25 años a, al menos, 299 personas, la mayoría menores de edad. Las víctimas, por su elevado número, asisten al proceso desde una especie de anfiteatro cercano al tribunal y siguen la retransmisión desde una pantalla. La mayoría lleva un pase colgado al cuello con una cinta de color rojo. Significa que quieren mantenerse alejadas de la prensa. La chica de la estación hace un gesto y muestra el suyo, de ese mismo color. Pero, a continuación, pregunta: “¿Viene del juicio? ¿Quiere que le cuente mi historia?”.

Seguir leyendo

 Muchas de las 299 personas a las que agredió sexualmente el cirujano francés sufrían un trauma descubierto al saber lo que les hizo de niños. En un caso provocó un suicidio, en otros, conocer la verdad ha sido una forma de cura  

Una mujer joven se sienta al lado del periodista, pasadas las seis de la tarde, en el bar de la estación de Vannes, en la Bretaña francesa. Acaba de terminar una de las jornadas del juicio al cirujano Joël Le Scouarnec, acusado de agredir sexualmente durante 25 años a, al menos, 299 personas, la mayoría menores de edad. Las víctimas, por su elevado número, asisten al proceso desde una especie de anfiteatro cercano al tribunal y siguen la retransmisión desde una pantalla. La mayoría lleva un pase colgado al cuello con una cinta de color rojo. Significa que quieren mantenerse alejadas de la prensa. La chica de la estación hace un gesto y muestra el suyo, de ese mismo color. Pero, a continuación, pregunta: “¿Viene del juicio? ¿Quiere que le cuente mi historia?”.

Florence (nombre ficticio), una de las personas a las que Le Scouarnec agredió sexualmente durante los años que ejerció como médico en Vannes, sube al tren de alta velocidad de regreso a París, donde vive desde hace años, y se acomoda en el vagón cafetería para hablar. Tiene una gran energía y ganas de contar su caso. ¿Por qué? “Para humanizar a las víctimas. Pienso en aquella cita de Stalin: ‘La muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de un millón de hombres es una estadística’. Y me parece que aquí sucede lo mismo. No querría que este juicio se convierta en una estadística, en una historia vaga de 299 víctimas. La gente tiene un dolor muy personal, y una historia propia, muy dolorosa, que busca sanar con este proceso”, comienza.

La mujer, de 30 años, se apoya en una de las mesas y empieza su relato. Florence nació en Vannes, el pueblo bretón donde se celebra el proceso y donde el excirujano abusó durante años de muchas de las víctimas. En 2019, cuando tenía 24 años, recibió una llamada de su madre. Muchas otras víctimas vivieron algo parecido en esa época, pero ella todavía no lo sabía. “Me dijo que la había llamado la policía. Comenzó a hablarme del asunto Le Scuoarnec, de un crimen que había cometido contra un niño de siete años en Jonzac [otra de las ciudades, en la región de Nuova Aquitania, donde ejerció y cometió agresiones]. Yo estaba en el trabajo, en París. Me pidió que me sentara, que me preparara. Y me hizo saber que yo estaba en la lista, en los diarios”.

Le Scouarnec anotó durante años todos sus crímenes de forma meticulosa en cuadernos que luego transcribió y convirtió en archivos digitales. Una memoria precisa y documentada del horror al que sometió a sus víctimas durante 25 años. Los padres de Florence sabían que estaba en esa lista desde hacía algunos meses. Pero la policía le pidió que acudiera a la comisaría de Vannes para leer esos diarios. “Cuando llegué, el gendarme me advirtió de que yo estaba en lo alto de la lista de las agresiones que había cometido, que habían clasificado según la magnitud de la gravedad”. Florence viajó de golpe a su infancia, hasta los siete años. Aquel día había entrado en la clínica aquejada de una apendicitis que se transformó en una peritonitis aguda. El dolor era insoportable. Sus padres, le explicaron años más tarde, pensaban que se moría. La dejaron en la zona de preparación, antes de entrar en el quirófano. “Pueden marcharse”, les pidió Le Scouarnec. Y entonces, la agredió por primera vez.

Florence no estaba anestesiada, pero el enorme dolor, los 40 grados de fiebre, pensaba el médico, enmascararía lo que sucedía realmente. “Me despertó, y me violó con los dedos. Él dijo en su diario que luché para resistirme”. Luego, en la sala operatoria, delante de un compañero, explica Florence mientras el tren atraviesa Bretaña rumbo a París, volvió a hacerlo. “Durante muchos años fue muy complicado vivir. Pero el descubrimiento de lo que ocurrió ha sido realmente positivo. Tenía 25 años y me preguntaba muchas cosas sobre mi sexualidad, pensaba que era asexual, incluso me daba asco el sexo. No tenía líbido, tenía muchos miedos. Pero, en realidad, sufría un trauma por aquello. Fue un descubrimiento enorme, un desbloqueo que me permitió reconstruirme y cambiarlo todo. He tenido suerte de descubrirlo ahora y no a los 40. Habría perdido media vida”, confiesa.

Todos esos recuerdos, que actuaron como un veneno silencioso durante años, han aflorado ahora de forma ordenada. Y el trauma del descubrimiento ha ido acompañado de una cierta liberación. Muriel Salmona, psiquiatra y fundadora de la Asociación Memoria traumática y victimología, cree que ”tras el shock, a menudo llega un cierto alivio”. De repente todas las angustias, los síntomas inexplicables, el malestar, la sensación de peligro asociada a determinados lugares… todo se pone en su lugar”, explica. “El acceso a la verdad es muy importante para superar los traumas. Y el primer impacto viene acompañado de reminiscencias. Aunque la víctima estuviera dormida o anestesiada, hay una memoria del cuerpo que permanece. Y todo eso vuelve. Hasta ese momento, muchas situaciones creaban estrés y el cerebro bloqueaba algunos mecanismos para protegernos. Esa es la parte positiva. Saber que tu agresor está en prisión y no puede volver a hacerte nada, además, aporta seguridad”, descifra al teléfono.

El promedio de edad de las víctimas de Le Scouarnec al sufrir los abusos es de 11 años, según confirmó el fiscal del caso, Stéphane Kellenberger. Del total, 158 son hombres y 141 son mujeres. Solo 14 de ellas tenían más de 20 años cuando fueron agredidas, mientras que 256 eran menores de 15. A la mayoría les decía que las amaba, sin mostrar ningún tipo de remordimiento o culpa por lo que acababa de hacer, siempre en la consulta o en la sala operatoria donde acudían los menores, generalmente aquejados de una apendicitis o peritonitis que les causaba fuertes dolores. “No te dejabas hacer porque tenías dolor en el vientre…”, se lamentaba en el cuaderno el agresor sobre la niña Delphine, de quien explicaba que se había resistido sin éxito a la agresión.

A muchas de esas víctimas se las trató durante años como enfermos mentales. Muchas liberaron esa angustia. Otros, como Mathys, agredido por Le Scouarnec cuando tenía 10 años, no soportaron la noticia. El 14 de abril de 2021 por la mañana, Mathis fue encontrado muerto por una sobredosis en su apartamento. Un suicidio, explicó su abuela al diario Le Parisien. “La víspera, llamó a todo el mundo, decía que quería venir a vernos. Se despidió de nosotros sin que lo supiéramos”. “Es inadmisible. La comunicación de estas noticias debería hacer de otra forma. Debería haber formación de profesionales, de policías, gendarmes. Protocolos para explicar este tipo de fenómenos. Mire, incluso los propios gendarmes expuestos al caso han quedado traumatizados. Y en ese estado, obviamente, no pueden gestionar los traumas de otros”, apunta Salmona.

El proceso contra Le Scouarnec, que cumple prisión por otros casos juzgados en 2020 y que se enfrenta a una pena de 20 años de cárcel (el máximo por violación en Francia) se prolongará aún varias semanas. El juicio es un momento decisivo para muchas víctimas. “Lo esperaba desde hacía tiempo. Era una forma de justicia”, recuerda Florence. “Pero me acuerdo de las víctimas cuyos delitos han prescrito”, añade. Son las que no encontrarán justicia ni reparación, como otras que fueron agredidas, no lo recuerdan y cuyos casos no aparecen en los cuadernos de Le Scouarnec porque fueron destruidos por el pederasta. “Pero pueden empezar a investigar, a tirar del hilo si no se sienten bien. Encontrarán muchos elementos para empezar a buscar la verdad”, dice. Una verdad que para muchas víctimas es el único antídoto para un veneno de tantos años.

 Sociedad en EL PAÍS

Te puede interesar