El merecido Toisón de Oro de doña Sofía

Nada más comprensible, y más aplaudible, que la concesión a la reina doña Sofía del preciado collar Toisón de Oro considerado como la orden dinástica más prestigiosa del mundo. Una concesión que, aunque publicada este 10 de enero en el BOE, fue expedida por Real Decreto el pasado 29 de octubre, tres días antes del 86 cumpleaños de la reina emérita, pero cuya publicación se retrasó por decoro y por consideración a las personas afectadas al coincidir con la DANA que arrasó Valencia y otras provincias. Un enfático reconocimiento público de su hijo, Don Felipe, por su «dedicación y entrega al servicio de España y de la Corona». El reconocimiento a una dilatada y meritoria labor que doña Sofía ha llevado y continúa llevando a cabo, a pesar de su elevada edad, que le ha granjeado el afecto de las personas de todos los entornos sociales, pues sobre ella ninguna crítica se vierte o se ha vertido.

Sin embargo, esta concesión no ha dejado de sorprender por lo excepcional de la decisión, que rompe con una larga tradición histórica en una orden que, solamente en 1985, dio inclusión a las mujeres desde su fundación, en 1429, por el duque Felipe III de Borgoña, soberano de la corte más culta y refinada del siglo XV, para garantizar la fidelidad de los grandes nobles de sus territorios. Un ideario que siempre ha guiado, o debiera haber guiado, a los cientos de caballeros que la llevaron con tanta gala.

Recaída en la casa real de España con la llegada de los Habsburgo, ya en el siglo XVI, los reyes de España han sido históricamente sus grandes maestres y quienes, a lo largo de los siglos, eligieron con el mayor celo a los caballeros merecedores de tan valiosa distinción. Particularmente brillante fue el capítulo de la orden reunido en la catedral de Barcelona en 1519, presidido por el emperador Carlos, y ni siquiera la escisión de la orden en dos ramas, la española y la austriaca (más generosa en las concesiones y, por tanto, menos considerada) tras la guerra de Sucesión, en 1714, empañó su valor. Estrictamente masculina, únicamente Isabel II como reina de España por derecho propio y gran maestre de la orden, pudo ostentar el collar, cuyas segunda y tercera receptoras fueron las reinas Beatriz de los Países Bajos y Margarita II de Dinamarca (en 1985), seguidas tres años después por Isabel II de Gran Bretaña.

Un cambio sustancial y necesario de la tradición, que llegó por la voluntad del rey don Juan Carlos de abrir la orden a las reinas por derecho propio, que se reforzó con la decisión de don Felipe de concederlo a su hija la princesa de Asturias en 2018. Algo que nunca antes había sucedido, pues ni siquiera la popular infanta Isabel (conocida como «Chata»), hija de Isabel II, llegó a recibirlo a pesar de haber sido princesa de Asturias durante varios años en la segunda mitad del siglo XIX. Pero una decisión que se acogía a la lógica, pues los príncipes de Asturias, en su calidad de herederos de la corona de España, siempre recibieron el collar al nacer o en sus primeros años de vida. Vientos de cambio de los que surge esta forma de reconocer a doña Sofía, a quien también se ha hecho un guiño al publicar el Real Decreto este 10 de enero, segundo aniversario de la muerte de su hermano el rey Constantino II de Grecia por quien ella sintió verdadera pasión fraterna.

Se da la circunstancia que los collares, por preciados, han de ser devueltos al rey de España tras el fallecimiento de cada uno de los concesionarios. Una cuestión en la que los distintos reyes españoles pusieron un gran celo en todo momento y que hace que, salvo por alguna rara excepción, todos hayan regresado en su momento a Madrid para volver a ser concedidos. De ahí que cada caballero recibe un collar cuyos anteriores propietarios pueden ser rastreados en los anales de la orden y, cabe preguntarse, si acaso doña Sofía no recibirá el de su difunto hermano. Una curiosidad que se desvelará el día en el que, en el futuro próximo, los actuales caballeros de la orden se reúnan en Palacio para el solemne acto de imposición en una ceremonia que, aunque ha perdido la brillantez de otros tiempos, no carece de carga simbólica.

Nunca antes una mujer de la familia real española, salvo los casos lógicos de Isabel II de España y de la princesa Leonor arriba citados, había recibido esta alta distinción que, a todas luces, deja manifiesto el amor y el aprecio de don Felipe por la figura de su madre, inquebrantable en su idea de servicio y de representación de lo que a nivel, tanto simbólico como práctico, supone el ser reina consorte. Pero acaso también podamos leer en esto un deseo, sin duda loable de ser cierto, por parte de Felipe VI de reparar esa falta de sentido de dinastía y de recuperación de las tradiciones simbólicas de la Corona, que no hacen daño a nadie, en el que los que rey don Juan Carlos no quiso o no pudo poner atención. Una actitud, voluntaria o no, que ya en 1975 hizo desaparecer de la escena dinástica la también prestigiosa orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa que, estrictamente femenina, desde fines del siglo XVIII era concedida por la reina de turno y de la que, en la actualidad, solo quedan dos únicas damas: la propia doña Sofía y la infanta doña Margarita.

 La decisión tomada por Felipe VI rompe con una larga tradición histórica.  

Nada más comprensible, y más aplaudible, que la concesión a la reina doña Sofía del preciado collar Toisón de Oro considerado como la orden dinástica más prestigiosa del mundo. Una concesión que, aunque publicada este 10 de enero en el BOE, fue expedida por Real Decreto el pasado 29 de octubre, tres días antes del 86 cumpleaños de la reina emérita, pero cuya publicación se retrasó por decoro y por consideración a las personas afectadas al coincidir con la DANA que arrasó Valencia y otras provincias. Un enfático reconocimiento público de su hijo, Don Felipe, por su «dedicación y entrega al servicio de España y de la Corona». El reconocimiento a una dilatada y meritoria labor que doña Sofía ha llevado y continúa llevando a cabo, a pesar de su elevada edad, que le ha granjeado el afecto de las personas de todos los entornos sociales, pues sobre ella ninguna crítica se vierte o se ha vertido.

Sin embargo, esta concesión no ha dejado de sorprender por lo excepcional de la decisión, que rompe con una larga tradición histórica en una orden que, solamente en 1985, dio inclusión a las mujeres desde su fundación, en 1429, por el duque Felipe III de Borgoña, soberano de la corte más culta y refinada del siglo XV, para garantizar la fidelidad de los grandes nobles de sus territorios. Un ideario que siempre ha guiado, o debiera haber guiado, a los cientos de caballeros que la llevaron con tanta gala.

Recaída en la casa real de España con la llegada de los Habsburgo, ya en el siglo XVI, los reyes de España han sido históricamente sus grandes maestres y quienes, a lo largo de los siglos, eligieron con el mayor celo a los caballeros merecedores de tan valiosa distinción. Particularmente brillante fue el capítulo de la orden reunido en la catedral de Barcelona en 1519, presidido por el emperador Carlos, y ni siquiera la escisión de la orden en dos ramas, la española y la austriaca (más generosa en las concesiones y, por tanto, menos considerada) tras la guerra de Sucesión, en 1714, empañó su valor. Estrictamente masculina, únicamente Isabel II como reina de España por derecho propio y gran maestre de la orden, pudo ostentar el collar, cuyas segunda y tercera receptoras fueron las reinas Beatriz de los Países Bajos y Margarita II de Dinamarca (en 1985), seguidas tres años después por Isabel II de Gran Bretaña.

Un cambio sustancial y necesario de la tradición, que llegó por la voluntad del rey don Juan Carlos de abrir la orden a las reinas por derecho propio, que se reforzó con la decisión de don Felipe de concederlo a su hija la princesa de Asturias en 2018. Algo que nunca antes había sucedido, pues ni siquiera la popular infanta Isabel (conocida como «Chata»), hija de Isabel II, llegó a recibirlo a pesar de haber sido princesa de Asturias durante varios años en la segunda mitad del siglo XIX. Pero una decisión que se acogía a la lógica, pues los príncipes de Asturias, en su calidad de herederos de la corona de España, siempre recibieron el collar al nacer o en sus primeros años de vida. Vientos de cambio de los que surge esta forma de reconocer a doña Sofía, a quien también se ha hecho un guiño al publicar el Real Decreto este 10 de enero, segundo aniversario de la muerte de su hermano el rey Constantino II de Grecia por quien ella sintió verdadera pasión fraterna.

Se da la circunstancia que los collares, por preciados, han de ser devueltos al rey de España tras el fallecimiento de cada uno de los concesionarios. Una cuestión en la que los distintos reyes españoles pusieron un gran celo en todo momento y que hace que, salvo por alguna rara excepción, todos hayan regresado en su momento a Madrid para volver a ser concedidos. De ahí que cada caballero recibe un collar cuyos anteriores propietarios pueden ser rastreados en los anales de la orden y, cabe preguntarse, si acaso doña Sofía no recibirá el de su difunto hermano. Una curiosidad que se desvelará el día en el que, en el futuro próximo, los actuales caballeros de la orden se reúnan en Palacio para el solemne acto de imposición en una ceremonia que, aunque ha perdido la brillantez de otros tiempos, no carece de carga simbólica.

Nunca antes una mujer de la familia real española, salvo los casos lógicos de Isabel II de España y de la princesa Leonor arriba citados, había recibido esta alta distinción que, a todas luces, deja manifiesto el amor y el aprecio de don Felipe por la figura de su madre, inquebrantable en su idea de servicio y de representación de lo que a nivel, tanto simbólico como práctico, supone el ser reina consorte. Pero acaso también podamos leer en esto un deseo, sin duda loable de ser cierto, por parte de Felipe VI de reparar esa falta de sentido de dinastía y de recuperación de las tradiciones simbólicas de la Corona, que no hacen daño a nadie, en el que los que rey don Juan Carlos no quiso o no pudo poner atención. Una actitud, voluntaria o no, que ya en 1975 hizo desaparecer de la escena dinástica la también prestigiosa orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa que, estrictamente femenina, desde fines del siglo XVIII era concedida por la reina de turno y de la que, en la actualidad, solo quedan dos únicas damas: la propia doña Sofía y la infanta doña Margarita.

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