El peronismo no encuentra ni líder ni rumbo tras ser vapuleado por Trump y por Milei

Su presidenta, Cristina Kichner, está presa y es cada vez más discutida, y el que se perfilaba como candidato presidencial, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, acaba de sufrir una bofetada electoral de proporciones enormes Leer Su presidenta, Cristina Kichner, está presa y es cada vez más discutida, y el que se perfilaba como candidato presidencial, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, acaba de sufrir una bofetada electoral de proporciones enormes Leer  

El presidente de EEUU, Donald Trump, los define como «izquierda radical» y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, reversiona Evita en un «no llores por mí, Massachusetts». La paradoja del peronismo: nunca se habló de él tanto en la cúpula del poder de Estados Unidos, pero el movimiento político más poderoso de los últimos 80 años en Argentina no tiene fuerza para sacar provecho de ese primer plano.

La estruendosa derrota del pasado domingo en las elecciones legislativas de medio mandato a manos del partido de Javier Milei dejó al Partido Justicialista (PJ) grogui. Su presidenta, Cristina Kichner, está presa y es cada vez más discutida, y el que se perfilaba como candidato presidencial, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, acaba de sufrir una bofetada electoral de proporciones enormes. No hay nombres nuevos que se perfilen. No hay, y eso es más grave, ideas nuevas que ofrecer.

«Hay que repensar el peronismo», se atreven a decir algunos dirigentes, siempre bajo la condición del anonimato. La pregunta es qué sería repensar un movimiento político que basa su éxito en la ambigüedad y la flexibilidad, y en la contradicción ideológica absoluta.

En los años 70, últimos de vida de Juan Domingo Perón, convivían en él la ultraizquierda, la ultraderecha y el nacionalismo conservador católico. En los 90, los años de Carlos Menem, el peronismo se volvió neoliberal. Y en los 2000, Néstor y Cristina Kirchner lo dotaron de un barniz progresista que solo era barniz. Una capa que, sin duda, no habilita la definición de «izquierda radical» que le endosa Trump, con la mirada puesta en Zohran Mamdani, el candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York.

Mural en Buenos Aires con Juan Domingo Perón y Néstor Kichner.
Mural en Buenos Aires con Juan Domingo Perón y Néstor Kichner.Demian Alday EstevezEfe

Eva Perón es, a su vez, Elizabeth Warren, la senadora de Massachusetts a la que Bessent y Trump definen como «peronista estadounidense». Warren impulsa un proyecto de ley para frenar la ayuda financiera de la Casa Blanca a la Casa Rosada. Bessent no se lo perdona: «Debería avergonzarse por intentar frustrar una vida mejor para los ciudadanos más vulnerables de un valioso aliado de Estados Unidos».

Mientras el folclore peronista local penetra en el debate político de EEUU y el Departamento del Tesoro invierte en pesos argentinos -combinación que nadie hubiera imaginado-, los peronistas contemplan la situación sin saber del todo como reaccionar. Apelaron a un tímido «Bessent o Cristina» durante la campaña, recuperando algo sucedido hace más de 70 años, el «Braden o Perón», que fue exitoso en ese momento, contraponiendo al emergente líder político al embajador de los Estados Unidos, el muy injerencista Spruille Braden.

Es comprensible que el peronismo deambule sin reaccionar. Que perdiera en la provincia de Buenos Aires no estaba en los planes de nadie. Ni siquiera el candidato de Milei, Diego Santilli, se veía ganador. Lógico: el 7 de septiembre, el peronismo había ganado con una diferencia de 13,5 puntos la elección provincial. Cuarenta y nueve días más tarde, la alianza de La Libertad Avanza (LLA) y el PRO se impuso por 0,7 puntos.

Ese golpe se suma al dato de que el mileísmo ganó 16 de las 24 jurisdicciones del país y a que el peronismo solo ganó en unas 30 de las 135 alcaldías en la provincia de Buenos Aires.

«Al peronismo le faltó futuro, le faltó conducción, le faltó liderazgo, le faltó una narrativa conciliadora con las clases medias, le faltó espíritu nacional, coordinación y estrategia nacional… Fue un rejunte de aspiraciones provinciales incompletas y desunidas», sintetiza el consultor político Gustavo Córdoba. Esa conducción y liderazgo que echa en falta Córdoba sería esperable de una mujer que fue dos veces presidenta, una vicepresidenta y que preside formalmente el PJ. Pero Cristina Kirchner se ha convertido en un obturador de la renovación peronista: no hace ni deja hacer.

A muchos se les atragantó verla bailando en el balcón en la noche de una de las peores derrotas electorales en la historia del peronismo. Así y todo, en prisión domiciliaria por defraudar al Estado y con decisiones cuestionables y por momentos ruinosas, Cristina Kirchner sigue manteniendo un llamativo poder y capacidad de atemorizar a su partido. Los que la cuestionan, lo hacen en voz baja, nunca dando la cara.

En las últimas dos décadas, analistas políticos y periodistas en Argentina insistieron en hacer una distinción entre peronismo y kirchnerismo, obviando que el kirchnerismo es en realidad la penúltima mutación del peronismo. Los pocos peronistas que se atrevieron a diferenciarse públicamente de Cristina terminaron fuera y liderando pequeños proyectos personales. Y unos cuantos de los que lo hicieron regresaron luego a la sombra de la ex presidenta. Es el caso de Juan Manuel Urtubey, ex gobernador de la provincia de Salta, en el norte del país.

Urtubey se dedicó a cultivar la ambigüedad en toda su carrera política, el rostro de un peronista amable que marcaba diferencias con Cristina en el momento conveniente. Eso se acabó en las últimas semanas, cuando acudió solícito a la llamada de la ex presidenta. ¿Imaginaban una candidatura presidencial de Urtubey para 2027, un «peronista moderado», en la línea del exitoso experimento electoral de 2019 con Fernández? Si lo imaginaba, duró poco: con un 13% de los votos, lo suyo fue un fracaso.

Así, Cristina y el peronismo no encuentran nombres para una candidatura presidencial que deberían lanzar en menos de un año y medio. Y Milei, que mantuvo en su Gobierno lazos subterráneos con la ex presidenta, pero que la eligió como rival y punching-ball en los últimos meses, ve hacia el futuro un camino despejado.

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