Carlos III de Inglaterra ya no aguanta más con el pulso que le sigue echando su hermano pequeño, el príncipe Andrés, con respecto a su mudanza. Sobre todo, porque considera prácticamente un insulto que esté manchando su reinado con todas sus polémicas y que ni siquiera se haya planteado el exilio, como multitud de expertos creen que sería su mejor salida. Más bien al contrario, se empeña en seguir en su mansión, Royal Lodge, aprovechando, como se ha sabido recientemente, que paga un alquiler irrisorio para lo que de verdad cuesta su mantenimiento —y también ha salido a la luz que invitó a Jeffrey Epstein, Meghan Maxwell y Harvey Weinstein a un baile de máscaras que celebró en 2006—.
Sin embargo, las últimas polémicas, ante las cuales ya no pueden escapar ni él ni su exesposa, Sarah Ferguson, parecen haber conseguido quebrar su resistencia. Diversos medios afirman que, al fin, el que fuera duque de York hasta hace unas semanas ha dado a conocer al rey que está dispuesto a abandonar su espectacular mansión, privilegio que la mayoría de la ciudadanía no cree que merezca, máxime al ser el miembro peor valorado de la familia real británica (lo que puede agravarse próximamente, en cuanto salgan a la luz las memorias de Virginia Giuffre).
Eso sí, le pone una importantísima condición: quiere dos casas a cambio de la que va a dejar. Y no dos viviendas cualesquiera: la que hasta ahora era del príncipe heredero Guillermo de Inglaterra y su familia; y la que dejó reformada, justo antes de marcharse, el príncipe Harry. Y eso, obviamente, deja un panorama extrañísimo en los Windsor Real Estate.
Es decir, que el futuro inmobiliario de las propiedades de La Firma pasa porque el monarca mire el tablero de los terrenos reales y acepte las condiciones de su hermano, al que lleva instándole a dejar su actual casa desde antes incluso de que comenzara a colaborar con el espía chino. De hecho, su excusa para esta otra controversia es que, más allá de no conocer su verdadera actividad, necesitaba el dinero para pagar el alquiler de Royal Lodge, que aunque era mucho menos de lo estimado, su madre, Isabel II, le había quitado ya su asignación.
¿Y qué hay en ese tablero imaginario? Pues Windsor Estate, una propiedad real que ocupa alrededor de 6.400 hectáreas en el condado de Berkshire, al oeste de, y prácticamente rozando, Londres. Aunque todo ello tiene un enorme perímetro de seguridad —máxime ahora que Buckingham Palace está siendo renovado—, está dividido en dos áreas: Home Park, que es la zona privada directamente asociada al Castillo de Windsor, y Windsor Great Park, cuyas más de 2.000 hectáreas funcionan como un parque público. En ambos hay espacios de naturaleza, desde lagos a bosques o jardines, y espacios habitables, desde residencias a castillos o casas de campo.
Aquí entra en juego, de hecho, un importante detalle de la petición del príncipe Andrés para mudarse de Royal Lodge. Y es que los «lodge» son pequeñas mansiones históricas símbolos de la aristocracia y el poder de los Windsor, con alrededor de 30 habitaciones cada uno, mientras que los «cottage» son casas medianas, más modernas, de unas tres o cuatro habitaciones, a todas luces más rurales, campestres y vulgares, y, en suma, modestas si se habla de la vivienda de un príncipe. O, al menos, eso ha pensado siempre el tercer hijo de Isabel II, de quien dicen que no solo está acostumbrado al lujo, sino que siente que es su derecho de nacimiento.
Entre cerca de la centena de construcciones, también existen desde pabellones de caza a casas unifamiliares para el personal o que son alquiladas a exempleados o personas vinculadas de alguna forma a la monarquía. Algo de lo que se encarga Crown Estate, un organismo independiente dedicado a la gestión de las propiedades de la Corona y que ahora vuelve a estar en el punto de mira de Partido Liberal Demócrata, que pretende impulsar un debate en el Parlamento británico sobre los privilegios de la familia real tras los escándalos del príncipe Andrés.
Difícilmente, eso sí, ese debate llegará a alguna de las viviendas más conocidas de estos terrenos: quizá ahora las más conocidas sean Royal Lodge, porque en ella viven Andrés y Sarah, Frogmore Cottage, que perteneció al príncipe Harry y Meghan Markle, y Adelaide Cottage, que es en la que han estado ocupando los príncipes de Gales y sus hijos en los últimos tiempos. Estas dos últimas de hecho, son las que quiere el príncipe Andrés a cambio de la suya, según han dado a conocer periódicos como Daily Mail o The Telegraph.
Y es que él se iría a Frogmore, que está deshabitado desde el Sussexit de Harry y Meghan —y reformado con fondos públicos que luego hubieron de devolver— y que cuenta con cinco habitaciones y un terreno privado, lo que él busca para poder seguir montando a caballo, y su exesposa a Adelaide, que definen desde ¡Hola! como una joya de estilo georgiano de cuatro habitaciones y detalles asombrosos como una chimenea de mármol o las pinturas del techo, en cuanto terminen su mudanza los príncipes de Gales.
Porque Guillermo y Kate Middleton, aunque se han mudado a la impresionante Forest Lodge, también en dichos terrenos, querían la Royal Lodge. Y eso que tenían donde elegir: Fort Belvedere, una increíble fortaleza que ha vivido importantes momentos históricos entre sus muros y que llegó a ser incluso su primera opción; Cumberland Lodge, que ahora está destinada a fines educativos, culturales y benéficos; o incluso cambiar Frogmore House de ser, hoy por hoy, un lugar para eventos y visitas oficiales, a una casa señorial.
Ahora queda por ver el poder de Carlos III en la negociación, ya que hay quien se pregunta qué derecho del Crown Estate le pertenece a Sarah Ferguson, que si bien estuvo casada con el príncipe, ya hace 30 años que se divorciaron, aunque siguen viviendo juntos desde 2008. Es la madre de Beatriz y Eugenia de York, pero queda por saber si le correspondería una vivienda en exclusiva para ella a juicio del monarca. El rey, por su parte, tiene que andarse con ojo sobre los movimientos que decida, dado que vive en un momento en el que las continuadas polémicas pueden hacer que el Parlamento revise sus privilegios y sus fondos. Y pocos medios dudan de que, de ser así, ofrecerá la cabeza de su hermano como chivo expiatorio.
Según diversos medios, el hasta ahora duque de York le ha pedido a su hermano dos casas a cambio de su actual Royal Lodge.
Carlos III de Inglaterra ya no aguanta más con el pulso que le sigue echando su hermano pequeño, el príncipe Andrés, con respecto a su mudanza. Sobre todo, porque considera prácticamente un insulto que esté manchando su reinado con todas sus polémicas y que ni siquiera se haya planteado el exilio, como multitud de expertos creen que sería su mejor salida. Más bien al contrario, se empeña en seguir en su mansión, Royal Lodge, aprovechando, como se ha sabido recientemente, que paga un alquiler irrisorio para lo que de verdad cuesta su mantenimiento —y también ha salido a la luz que invitó a Jeffrey Epstein, Meghan Maxwell y Harvey Weinstein a un baile de máscaras que celebró en 2006—.
Sin embargo, las últimas polémicas, ante las cuales ya no pueden escapar ni él ni su exesposa, Sarah Ferguson, parecen haber conseguido quebrar su resistencia. Diversos medios afirman que, al fin, el que fuera duque de York hasta hace unas semanas ha dado a conocer al rey que está dispuesto a abandonar su espectacular mansión, privilegio que la mayoría de la ciudadanía no cree que merezca, máxime al ser el miembro peor valorado de la familia real británica (lo que puede agravarse próximamente, en cuanto salgan a la luz las memorias de Virginia Giuffre).
Eso sí, le pone una importantísima condición: quiere dos casas a cambio de la que va a dejar. Y no dos viviendas cualesquiera: la que hasta ahora era del príncipe heredero Guillermo de Inglaterra y su familia; y la que dejó reformada, justo antes de marcharse, el príncipe Harry. Y eso, obviamente, deja un panorama extrañísimo en los Windsor Real Estate.
Es decir, que el futuro inmobiliario de las propiedades de La Firma pasa porque el monarca mire el tablero de los terrenos reales y acepte las condiciones de su hermano, al que lleva instándole a dejar su actual casa desde antes incluso de que comenzara a colaborar con el espía chino. De hecho, su excusa para esta otra controversia es que, más allá de no conocer su verdadera actividad, necesitaba el dinero para pagar el alquiler de Royal Lodge, que aunque era mucho menos de lo estimado, su madre, Isabel II, le había quitado ya su asignación.
¿Y qué hay en ese tablero imaginario? Pues Windsor Estate, una propiedad real que ocupa alrededor de 6.400 hectáreas en el condado de Berkshire, al oeste de, y prácticamente rozando, Londres. Aunque todo ello tiene un enorme perímetro de seguridad —máxime ahora que Buckingham Palace está siendo renovado—, está dividido en dos áreas: Home Park, que es la zona privada directamente asociada al Castillo de Windsor, y Windsor Great Park, cuyas más de 2.000 hectáreas funcionan como un parque público. En ambos hay espacios de naturaleza, desde lagos a bosques o jardines, y espacios habitables, desde residencias a castillos o casas de campo.

Aquí entra en juego, de hecho, un importante detalle de la petición del príncipe Andrés para mudarse de Royal Lodge. Y es que los «lodge» son pequeñas mansiones históricas símbolos de la aristocracia y el poder de los Windsor, con alrededor de 30 habitaciones cada uno, mientras que los «cottage» son casas medianas, más modernas, de unas tres o cuatro habitaciones, a todas luces más rurales, campestres y vulgares, y, en suma, modestas si se habla de la vivienda de un príncipe. O, al menos, eso ha pensado siempre el tercer hijo de Isabel II, de quien dicen que no solo está acostumbrado al lujo, sino que siente que es su derecho de nacimiento.
Entre cerca de la centena de construcciones, también existen desde pabellones de caza a casas unifamiliares para el personal o que son alquiladas a exempleados o personas vinculadas de alguna forma a la monarquía. Algo de lo que se encarga Crown Estate, un organismo independiente dedicado a la gestión de las propiedades de la Corona y que ahora vuelve a estar en el punto de mira de Partido Liberal Demócrata, que pretende impulsar un debate en el Parlamento británico sobre los privilegios de la familia real tras los escándalos del príncipe Andrés.
Difícilmente, eso sí, ese debate llegará a alguna de las viviendas más conocidas de estos terrenos: quizá ahora las más conocidas sean Royal Lodge, porque en ella viven Andrés y Sarah, Frogmore Cottage, que perteneció al príncipe Harry y Meghan Markle, y Adelaide Cottage, que es en la que han estado ocupando los príncipes de Gales y sus hijos en los últimos tiempos. Estas dos últimas de hecho, son las que quiere el príncipe Andrés a cambio de la suya, según han dado a conocer periódicos como Daily Mail o The Telegraph.
Y es que él se iría a Frogmore, que está deshabitado desde el Sussexit de Harry y Meghan —y reformado con fondos públicos que luego hubieron de devolver— y que cuenta con cinco habitaciones y un terreno privado, lo que él busca para poder seguir montando a caballo, y su exesposa a Adelaide, que definen desde ¡Hola! como una joya de estilo georgiano de cuatro habitaciones y detalles asombrosos como una chimenea de mármol o las pinturas del techo, en cuanto terminen su mudanza los príncipes de Gales.

Porque Guillermo y Kate Middleton, aunque se han mudado a la impresionante Forest Lodge, también en dichos terrenos, querían la Royal Lodge. Y eso que tenían donde elegir: Fort Belvedere, una increíble fortaleza que ha vivido importantes momentos históricos entre sus muros y que llegó a ser incluso su primera opción; Cumberland Lodge, que ahora está destinada a fines educativos, culturales y benéficos; o incluso cambiar Frogmore House de ser, hoy por hoy, un lugar para eventos y visitas oficiales, a una casa señorial.
Ahora queda por ver el poder de Carlos III en la negociación, ya que hay quien se pregunta qué derecho del Crown Estate le pertenece a Sarah Ferguson, que si bien estuvo casada con el príncipe, ya hace 30 años que se divorciaron, aunque siguen viviendo juntos desde 2008. Es la madre de Beatriz y Eugenia de York, pero queda por saber si le correspondería una vivienda en exclusiva para ella a juicio del monarca. El rey, por su parte, tiene que andarse con ojo sobre los movimientos que decida, dado que vive en un momento en el que las continuadas polémicas pueden hacer que el Parlamento revise sus privilegios y sus fondos. Y pocos medios dudan de que, de ser así, ofrecerá la cabeza de su hermano como chivo expiatorio.
20MINUTOS.ES – Gente
