Las redes sociales se han llenado de catástrofes recreadas por inteligencia artificial. Estamos rodeados de impactos que, entre sobresalto y sobresalto, nos van enseñando a preguntarnos si es verdad o mentira lo que vemos. Algo bueno debía traer la acumulación de basura digital en Instagram, TikTok, X, Facebook, Telegram y Whatsapp.
Pero la sociedad hiperpendiente e hiperconectada a través de la viralidad ya observa la realidad como un mero reality show. Hasta reducimos a las personas a personaje. Deshumanizados tras las pantallas. Y así el individualismo va ganando la batalla. De muchas maneras, en muchos detalles. Esta semana, lo hemos visto en la actitud de algunos de los asistentes al concierto de Beyoncé cuando falló la estructura que aguanta el coche volador que protagoniza un momento estelar de su gira.
Parte del vehículo se descolgó en plena actuación y Beyoncé pidió parar la música ante el aumento paulatino de la inclinación. Por seguridad, empezaron a bajar a la artista entre el público. El agobio del momento era visible en la expresiva cara de la cantante.
Sin embargo, la empatía no es trending. En pleno descenso por seguridad, los fans estaban paradójicamente felices: estaban celebrando el poder ver a Beyoncé cerca. Da igual que el bólido podía haber caído sobre sus cabezas. Da igual que la artista transmitía un lógico agobio. Ellos festejaban estar a dos palmos de su estrella y gritaban «¡Beyoncéee!», mientras Beyoncé miraba con gesto de querer escapar a un lugar donde tomar aire.
No es nada nuevo, el fan más fan suele mirar siempre por sus expectativas más que por el bienestar del artista. Ahora, además, ya no solo basta con tocarlos, ahora mejor si logras un vídeo juntos: el trofeo siempre primero. Que locura pensar que Beyoncé podía estar angustiada por haber estado colgada de un cable defectuoso. Ni siquiera ahí damos un respiro a los artistas. Incluso no nos percatamos del calado del asunto. Quizá porque pensamos que hasta los fallos técnicos son efectos especiales en esta vida devorada como un histérico reality show.
Al menos, la inteligencia artificial todavía es previsiblemente tosca en sus recreaciones y nos saltan las alarmas. La realidad suele ser más como el incidente del concierto de Beyoncé. Estamos colgados de un hilo y, aunque el hilo se tambalee, el artista debe saludar a las cámaras de los móviles que siempre están listas para inmortalizar el momento. O de lo contrario dirán que, encima de sobrevivir, fuiste antipática.
Las redes sociales se han llenado de catástrofes recreadas por inteligencia artificial. Estamos rodeados de impactos que, entre sobresalto y sobresalto, nos…
Las redes sociales se han llenado de catástrofes recreadas por inteligencia artificial. Estamos rodeados de impactos que, entre sobresalto y sobresalto, nos van enseñando a preguntarnos si es verdad o mentira lo que vemos. Algo bueno debía traer la acumulación de basura digital en Instagram, TikTok, X, Facebook, Telegram y Whatsapp.
Pero la sociedad hiperpendiente e hiperconectada a través de la viralidad ya observa la realidad como un mero reality show. Hasta reducimos a las personas a personaje. Deshumanizados tras las pantallas. Y así el individualismo va ganando la batalla. De muchas maneras, en muchos detalles. Esta semana, lo hemos visto en la actitud de algunos de los asistentes al concierto de Beyoncé cuando falló la estructura que aguanta el coche volador que protagoniza un momento estelar de su gira.
Parte del vehículo se descolgó en plena actuación y Beyoncé pidió parar la música ante el aumento paulatino de la inclinación. Por seguridad, empezaron a bajar a la artista entre el público. El agobio del momento era visible en la expresiva cara de la cantante.
Sin embargo, la empatía no es trending. En pleno descenso por seguridad, los fans estaban paradójicamente felices: estaban celebrando el poder ver a Beyoncé cerca. Da igual que el bólido podía haber caído sobre sus cabezas. Da igual que la artista transmitía un lógico agobio. Ellos festejaban estar a dos palmos de su estrella y gritaban «¡Beyoncéee!», mientras Beyoncé miraba con gesto de querer escapar a un lugar donde tomar aire.
No es nada nuevo, el fan más fan suele mirar siempre por sus expectativas más que por el bienestar del artista. Ahora, además, ya no solo basta con tocarlos, ahora mejor si logras un vídeo juntos: el trofeo siempre primero. Que locura pensar que Beyoncé podía estar angustiada por haber estado colgada de un cable defectuoso. Ni siquiera ahí damos un respiro a los artistas. Incluso no nos percatamos del calado del asunto. Quizá porque pensamos que hasta los fallos técnicos son efectos especiales en esta vida devorada como un histérico reality show.
Al menos, la inteligencia artificial todavía es previsiblemente tosca en sus recreaciones y nos saltan las alarmas. La realidad suele ser más como el incidente del concierto de Beyoncé. Estamos colgados de un hilo y, aunque el hilo se tambalee, el artista debe saludar a las cámaras de los móviles que siempre están listas para inmortalizar el momento. O de lo contrario dirán que, encima de sobrevivir, fuiste antipática.
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