En medio del caos, el eje trasatlántico se empieza a coordinar ante la amenaza bélica

EEUU y la UE imponen sanciones simultáneamente a Rusia para obligar a Putin a negociar una salida a la guerra de Ucrania Leer EEUU y la UE imponen sanciones simultáneamente a Rusia para obligar a Putin a negociar una salida a la guerra de Ucrania Leer  

Si a cambio de la paz en Ucrania hay que obligar a la Academia de Ciencias noruega a que le dé el Nobel a Trump, pues en peores plazas hemos toreado. Ésa parece ser la idea de Europa en sus relaciones con Estados Unidos. Una visión de realismo político. Si Estados Unidos manda y encima le gusta que se lo digamos, y a cambio nos deja espacio para respirar, pues habrá que asumir los hechos.

Probablemente nadie lo vio con tanta claridad como el primer ministro británico, Keir Starmer, y, en general, la clase política del Reino Unido. Una segunda visita de Estado, un paseo por los campos de golf del presidente estadounidense en Escocia, el nombramiento del príncipe de las tinieblas, Peter Mandelson, como embajador en Washington… Bien es verdad que Londres, fuera de la UE, no tiene el mismo margen de maniobra que dentro (si ése fuera el caso de España, Pedro Sánchez no hubiera podido permitirse no haberse comprometido a subir en agosto el gasto en Defensa al 5%). Pero los hechos son los hechos. Para todos. Estados Unidos tiene el dólar, la inteligencia artificial, el petróleo, el software, los satélites, las bombas y los misiles. Y algo más importante: la voluntad política.

Sea como sea, y gracias al empecinamiento de Vladimir Putin con Ucrania, que empieza a recordar al de Sadam Husein en Kuwait en 1990, parece que las dos orillas del Atlántico están empezando a aceptarse mutuamente. Porque cualquiera hubiera tildado de loco a quien se hubiera atrevido a predecir que en octubre Estados Unidos y la Unión Europea iban a imponer sanciones simultáneamente a Rusia para obligar a Putin a negociar una salida a la guerra de Ucrania.

Pero, en la práctica, eso es lo que pasó el miércoles. La UE dio a conocer que a lo largo de 2026 (las fechas dependen de los contratos) quedará totalmente prohibida la importación de gas natural ruso, amplió de 440 a 557 la lista negra de petroleros de la flota fantasma de Putin, y sancionó a 47 empresas que facilitan transacciones con Rusia. Hay medidas simbólicas, como las que afectan a un mercado de criptodivisas en Paraguay. Y medidas serias, en especial las sanciones a ChinaOil, la división de trading de PetroChina, que a su vez es propiedad de CNP, la sexta mayor empresa del mundo por facturación según el índice de la revista Fortune.

Casi de manera simultánea, y después de reunirse con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, Trump anunciaba que a partir del 21 de noviembre puede imponer sanciones en las dos mayores petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, que suponen alrededor del 70% de la exportación de petróleo de Moscú.

Es imposible que Trump acceda a hacer nada que no parezca una decisión suya y solo suya. Pero parece haber algo más que una simple coincidencia en los dos anuncios.

Los aliados europeos de EEUU accedieron en junio a subir el gasto en Defensa al 5% del PIB en 2035, en la confianza, eso sí, de que ni Trump ni nadie que piense igual que él estará entonces en la Casa Blanca para verificar el cumplimiento de los compromisos. Un mes después la UE renunció a seguir los ejemplos de Canadá y China, que han reaccionado con sus propias contramedidas a la guerra comercial de Trump, y aceptaba un acuerdo comercial con EEUU que en realidad era una rendición con armas y bagajes ante Washington. El comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, justificó la sumisión europea con un inequívoco «no se trata solo de comercio. Se trata de seguridad, se trata de Ucrania, se trata de predictibilidad geopolítica».

Ha habido más concesiones. Las sanciones a China Oil y a otras 11 entidades chinas y hongkonesas tienen que haber sonado bien a Trump, que el mes pasado dijo a la UE que, si quería que EEUU adoptara una posición más dura con Moscú, impusiera tales aranceles a China que en la práctica dejaría de importar productos de ese país. También es una sumisión que la misma Dinamarca a la que Trump dijo el 5 de marzo que «vamos a conseguir Groenlandia de una manera u otra» anunciara que va a gastar en la defensa de esa isla del Ártico 7.500 millones de euros… de los que más de la mitad se van a ir en la compra de cazabombarderos estadounidenses F-35.

El camino no va a ser fácil. Y, desde luego, algunos países europeos van a encontrar muchas dificultades en él. El mejor ejemplo, Alemania, que ya ayer pidió a Trump que exima de las sanciones a la división germana de Rosneft, que participa en el capital de tres refinerías que tienen el 12% de la capacidad de refino de ese país. Es el precio de la nueva relación trasatlántica.

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