El aumento de la incertidumbre puede retrasar decisiones de inversión y ensombrecer las perspectivas futuras. Leer El aumento de la incertidumbre puede retrasar decisiones de inversión y ensombrecer las perspectivas futuras. Leer
La Administración Trump anunció el 2 de abril nuevos aranceles a sus importaciones, lo cual está modificando el escenario económico mundial. Por el momento, la mayor parte de estos aranceles se han suspendido de forma temporal, con la excepción de los aplicados a China, el aluminio, acero y automóviles. Aunque su impacto directo sobre la economía española sea previsiblemente limitado por nuestra menor exposición al mercado estadounidense, los efectos indirectos no serán inocuos, por la incertidumbre, los desincentivos a las inversiones, y las disrupciones sobre las cadenas mundiales de producción y el comercio global. Este nuevo episodio proteccionista llega, además, en un momento en el que la economía española muestra signos de desaceleración de su PIB (que contrasta con la aceleración de la afiliación a la Seguridad Social desde mediados del año pasado) y revela asimetrías entre sus distintos componentes.
En el primer trimestre de 2025, el PIB español creció un 0,6% trimestral (frente al 1,0% alcanzado un año antes), una décima menos de lo previsto por BBVA Research, aunque todavía dos décimas por encima de la eurozona. El crecimiento se moderó también en términos interanuales hasta el 2,8%, debido a la revisión a la baja del PIB en la segunda mitad del 2024, haciendo más probable que el crecimiento de este año se sitúe entre el 2,0 y el 2,5% frente al 3,2% del pasado.
Tan relevante como el crecimiento del PIB es su composición. La inversión y el consumo (tanto privado como público) crecieron por debajo de las expectativas. La demanda interna contribuyó al crecimiento trimestral con 0,4 puntos porcentuales, la mitad de lo esperado. Sólo las exportaciones de servicios, en especial las no turísticas, y la demanda externa (con una aportación de dos décimas) han sorprendido al alza.
La recuperación es, a su vez, bastante desigual dependiendo del agregado analizado. Desde el final de la pandemia, el PIB ha crecido más de un 8%, pero el PIB per cápita lo ha hecho un poco menos de la mitad, un 3,9%, y el PIB por hora trabajada un 2,9%. El PIB por persona ocupada sigue tres décimas por debajo de su nivel prepandemia. Esto indica que buena parte del crecimiento reciente ha sido extensivo, apoyado en una intensa creación de empleo, más que intensivo, basado en mejoras de productividad. Lo ideal sería que el crecimiento del PIB por hora trabajada fuera suficientemente intenso como para que el crecimiento del PIB por persona ocupada creciera un 2% anual y permitiera que las horas trabajadas por ocupado disminuyeran, de manera voluntaria, de acuerdo a la tendencia histórica, facilitando la convergencia en ambas dimensiones con las economías más avanzadas.
Este crecimiento más extensivo que intensivo tiene varias causas. La principal es el aumento de la población activa, impulsado por la inmigración, que ha permitido cubrir las vacantes en un mercado de trabajo cada vez más tensionado. En los últimos dos años, España ha creado casi dos millones de empleos y la población en edad de trabajar ha crecido un 2,5%. Sin embargo, muchas de estas nuevas ocupaciones están en sectores con una productividad por debajo de la media, lo que ha limitado el avance del PIB por persona ocupada. El empleo continúa creciendo (la afiliación lo hace a tasas anualizadas por encima del 2,5%), pero con una rotación muy superior a la de otros países europeos y con un aumento de la parcialidad y del número de horas no trabajadas, por bajas por enfermedad e incapacidad, vacaciones o permisos, en máximos históricos.
El resultado es una recuperación agregada que no se traduce plenamente en mejoras intensas de las rentas individuales ni de la productividad. De hecho, el consumo privado per cápita, deflactado por los precios de consumo, sigue una décima por debajo de su nivel anterior a la pandemia. La recuperación ha sido también bastante desigual en la distribución de las rentas. Mientras la remuneración de los asalariados se encuentra, en términos reales, 12,5 puntos por encima de su nivel prepandemia, el excedente bruto de explotación de las empresas y las rentas mixtas de los autónomos, sólo lo ha hecho en cuatro puntos, la mitad del crecimiento del PIB. Sin duda, este es un factor que explica la debilidad de la recuperación de la inversión privada.
En este contexto, los nuevos aranceles de EEUU añaden un elemento de incertidumbre que podría agravar estas divergencias. Aunque la economía española sea menos dependiente del comercio bilateral con EEUU que otros países de la UE, algunas regiones y sectores sí están más expuestos. Las exportaciones de maquinaria, automóviles, productos químicos y alimentación pueden verse penalizadas, afectando especialmente al País Vasco, la Comunidad Valenciana y Andalucía.
Además, el aumento de la incertidumbre global podría retrasar decisiones de inversión, precisamente cuando la del sector privado en España sigue rezagada. A pesar del impulso de los fondos europeos Next Generation EU, la inversión en capital fijo sólo ha crecido un 4,5% desde la pandemia y por persona ocupada sigue 3,5 puntos por debajo. Esta debilidad inversora contrasta con el ahorro del sector privado, que se exporta al exterior (como pone de manifiesto el superávit de 45.300 millones de euros de la balanza por cuenta corriente anual acumulado de enero de 2025) y supone un obstáculo para mejorar la productividad y afrontar los desafíos de la doble transición digital y energética.
España lidera el crecimiento de la UE desde el inicio de la guerra en Ucrania. Sin embargo, reduce lentamente su brecha en renta per cápita y en productividad. El contexto internacional actual no ayuda a este proceso de convergencia. La debilidad del crecimiento en Europa, la persistencia de tensiones geopolíticas y la política comercial errática de EEUU ensombrecen las perspectivas. La respuesta más eficaz frente a este entorno exterior debe ser doméstica: políticas ambiciosas que, además de contribuir a reducir la elevada incertidumbre existente, impulsen la productividad, incentiven la inversión y el crecimiento empresarial, y mejoren la eficiencia del gasto público. Cuanto más haga España por consolidar su imagen como un país abierto, confiable y atractivo para la inversión privada, con un marco regulatorio transparente y predecible, mayores serán los beneficios para su crecimiento económico y su capacidad de acelerar su convergencia a las sociedades más prósperas. La economía española tiene un enorme potencial, como muestra el excelente comportamiento de las exportaciones de servicios no turísticos o una posición más ventajosa que el promedio de la UE en muchas dimensiones de la disrupción digital y de la transición energética. Pero necesita las condiciones adecuadas para desplegarlo. Los aranceles de Trump son una advertencia de que los vientos de cola externos no están garantizados. España se ha beneficiado del turismo y de la inmigración como determinantes del crecimiento, pero necesita factores adicionales que fomenten la productividad. Es necesario convertir el rebote cíclico en una transformación estructural. La mejora del bienestar, la convergencia con Europa y la resiliencia frente a futuros shocks dependen de ello.
*Rafael Doménech es catedrático de la Universidad de Valencia y responsable de análisis económico de BBVA Research.
Actualidad Económica // elmundo