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(Según el DRAE, «Disidencia: grave desacuerdo de opiniones». «Hacer disonancia algo: parecer extraño y fuera de razón»).
La cumbre de la OTAN celebrada estos días en La Haya se recordará por la tensión que España ha generado. Los 32 aliados alcanzamos la unanimidad para subir el gasto en defensa hasta el 5% del PIB de aquí a 2035, hito impulsado por la presión de Estados Unidos y la necesidad de reforzar la disuasión frente a Rusia. Sin embargo, la unanimidad que acredita el comunicado se vio empañada por las manifestaciones -antes del acuerdo disidentes, disonantes tras su difusión- de Pedro Sánchez, cuyo mensaje desbordó abiertamente la tecnicidad de pretender llegar a los objetivos establecidos de capacidades militares con el 2,1% del PIB. El presidente del Gobierno se embarró en terrenos peligrosos para los intereses transatlánticos patrios y, en particular, los europeos/UE. Porque nuestro país ha apostado siempre -y fuerte- por la solidaridad, contribuyendo tanto como se ha beneficiado (ver Equipaje de Mano de 14 de junio «No habrá Europa sin coraje y visión»).
Así, destaca la carta remitida por Pedro Sánchez a Mark Rutte el 19 de junio de 2025, que rezuma una superioridad moral digna de mejor causa. Y pese a que las tres páginas de la misiva merecerían transcripción, elijamos una frase representativa: «Una tercera y última razón que impide a España comprometerse con el 5% es que ese nivel de gasto sería incompatible con nuestro Estado del Bienestar y «nuestra visión del mundo» ¿Dónde está el interés de España en leer la cartilla sobre «Estado del Bienestar» a nuestros socios, incluidos quienes comparten Consejo Europeo y, legítimamente, pueden reivindicarse pioneros en la materia? ¿A quién va dirigido ese dardo de «nuestra visión del mundo»? Y, por cerrar este recorrido, ¿los demás no contemplan -no han de contemplar- arbitrajes espinosos, tortuosos incluso, en la asignación de recursos?
Las comparecencias están igualmente trufadas de consideraciones en las que es difícil apreciar el interés de España. Para muestra, un botón (rueda de prensa de Sánchez tras la reunión): «Las amenazas que tiene España tienen que ver con la lucha contra el crimen organizado, contra las mafias que trafican con seres humanos, es decir, la migración irregular, tiene que ver con la inestabilidad en el Sahel… tiene que ver con una serie de cuestiones en las que no necesitamos más fragatas, necesitamos más cooperación con esos países, necesitamos más inteligencia, más contrainteligencia, necesitamos más ciberseguridad. No necesitamos, quizás, tanta Defensa, y sí Defensa y Seguridad. Pero eso no significa que haya países en el frente, en el flanco oriental, que evidentemente tengan una amenaza mucho más, digamos, militar, como es en este caso la guerra de Putin en Ucrania. Por tanto, creo que el equilibrio es ese, ¿no?…». Parecería, pues, que hay «amenazas» en las que nos centramos porque nos conciernen a nosotros (y yo añado: esperemos que nadie nos haga similar discurso si en algún momento cualquiera de nuestras cuitas se convirtiera en existencial, como es hoy Rusia para el flanco norte, nuestros socios del Este y los bálticos).
El convenir elevar el gasto en defensa al 5% del PIB (3,5% en capacidades militares puras y 1,5% en campos anejos) es, ante todo y sobre todo, un aviso de determinación más allá de los números. Tiene su origen en una combinación de argumentos. Cabe puntualizar que el incontinente Donald Trump se diferencia de anteriores mandatarios americanos no por su reclamo de incremento en las contribuciones, sino por las formas, la educación, el respeto, la diplomacia de sus predecesores. Desde su estreno en la Casa Blanca viene remachando que los europeos deben asumir una mayor aportación. En 2018, publicó en redes que «todas las naciones de la OTAN deben cumplir su compromiso del 2%, ¡que en última instancia debe alcanzar el 4%!». En campaña en 2024, demandó «al menos» el 3%. Ya antes de la toma de posesión, en enero de 2025 en Mar-a-Lago, exigió el 5%, recalcado -ya ejerciendo de 47 presidente- durante su intervención telemática en el World Economic Forum de Davos ese mismo mes. Y desde entonces.
Trump exaltó el «big win«, atribuyéndose el mérito de haber movilizado a la Alianza. No obstante, este aumento, en su razón de ser, trasciende las exigencias del presidente estadounidense. La invasión total rusa de Ucrania, que lleva más de tres años desestabilizando Europa, ha galvanizado la percepción de Rusia como «long-term threat» para la seguridad euroatlántica, según el comunicado final. Polonia (4,12% del PIB en defensa), Estonia (3,43%) o Letonia (3,15%) encabezan este esfuerzo. No solo por satisfacer a Washington.
Por encima de los cálculos contables, el 5% es una declaración de intenciones. Encarna la voluntad de proyectar resolución en un entorno geopolítico progresivamente más incierto, caracterizado por la agresión abierta rusa, las amenazas híbridas y la competencia estratégica con China. Acertadamente subrayó Rutte, la meta es «quintuplicar las capacidades de defensa aérea […], miles de tanques y vehículos blindados más […], y munición de artillería por millones porque es por tener estas reservas que podemos disuadir la agresión de cualquier amenaza». Frente a esta realidad, la manifestación de principios tiene un valor simbólico que supera el juicio técnico. No se trata únicamente de marcar una cifra, sino de enviar recado claro a Moscú: Europa está dispuesta a proteger su territorio, su identidad, su forma de vida; y para ello se prepara. Por fin, tampoco se trata de una aproximación novedosa en OTAN: se incardina en una tradición acendrada de fijar en términos de PIB planteamientos políticos, desde sanidad a I+D.
La actitud de España en La Haya no fue improvisada. Fue el resultado de una exhibición de disidencia como postura al filo de la unidad, plasmada en la mencionada carta de Sánchez a Rutte, respondida por éste en alarde semántico de acomodación diplomática: «puedo confirmar que el acuerdo […] otorgará a España la flexibilidad para determinar su propia vía soberana para cumplir el objetivo de capacidad y los recursos anuales necesarios como porcentaje del PIB». En última instancia, este texto complementaría el comunicado final (insistamos, alcanzado por unanimidad sin que conste reserva alguna). Constituyen el marco formal real que nos implica plenamente, lejos de la interpretación voluntarista del presidente.
Trump calificó nuestro país de «problema» en el consenso atlántico, mientras los aliados UE profieren críticas más o menos veladas. Por todos, refiramos las palabras de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, quien, con ironía, señaló: «Comunico oficialmente que hemos hecho como España o España ha hecho como nosotros, no lo sé, pero los 32 hemos hecho exactamente lo mismo». La disidencia de Sánchez fue inoportuna. En un contexto de amenazas crecientes, la OTAN necesitaba un discurso nítido de firmeza, no un debate de porcentajes. Al priorizar intereses domésticos, cuando no particulares, Sánchez no sólo dañó el entendimiento atlántico, sino que podría abrir un boquete en la solidaridad europea, base de nuestra andadura común.
Contra la estrategia comunicativa enarbolada por Pedro Sánchez, la lección que hemos de retener es clara: en la OTAN (como en la UE), la fuerza está en la ambición solidaria, no en rebuscar enredos bizantinos para tapar debilidades y vergüenzas. En un mundo donde los retos no conocen fronteras, España debe recuperar su voz como pilar del consenso euroatlántico, priorizando la unidad sobre la disidencia y la aportación constructiva sobre el disenso.
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