La gran pregunta es si en China se ha obtenido un elixir revolucionario o si solo está reciclando la fórmula de los gigantes de Occidente Leer La gran pregunta es si en China se ha obtenido un elixir revolucionario o si solo está reciclando la fórmula de los gigantes de Occidente Leer
Si la inteligencia artificial es el nuevo petróleo, su refinado tiene nombre y apellido: destilado. No uno alcohólico, sino de modelos de lenguaje. DeepSeek, la startup china que ha sacudido los cimientos de la IA, ha logrado lo impensable: crear un modelo competitivo con un presupuesto de garrafón mientras Silicon Valley bebía de barricas de roble envejecido. Nvidia, la gran fábrica de chips de IA, perdió 600.000 millones de dólares en valor bursátil en un solo día tras el anuncio de DeepSeek, lo que sugiere que los mercados están tan intoxicados con la IA como lo estuvieron con las puntocom o las hipotecas subprime. La gran pregunta es si en China se ha obtenido un elixir revolucionario o si solo está reciclando la fórmula de los gigantes de Occidente.
DeepSeek no solo remite a la profundidad de la IA, también a Garganta Profunda, el mítico informante del escándalo Watergate. Y en este caso, la sospecha de filtraciones está servida. OpenAI acusa a DeepSeek de haber usado su propio modelo para entrenar el suyo, es decir, de destilar conocimiento ajeno. China, sin embargo, se desmarca del escándalo con su propio relato: afirma que DeepSeek no ha robado nada, solo ha refinado el proceso. Y aquí es donde el cóctel se vuelve más fuerte. Mientras Estados Unidos impone restricciones de exportación para que China no acceda a sus chips más avanzados, DeepSeek ha logrado resultados impresionantes con hardware menos potente y técnicas de optimización más eficientes. Esto puede ser anecdótico o el comienzo de una guerra fría de la IA. Al fin y al cabo, mucho de la batalla comercial a escala global es, en parte, una lucha por la supremacía tecnológica.
La reacción de Wall Street a DeepSeek revela algo preocupante. Durante dos años, se nos ha dicho que la inteligencia artificial solo es viable con inversiones masivas, centros de datos que consumen tanta electricidad como países enteros y monopolios tecnológicos con acceso exclusivo a los mejores modelos. DeepSeek, en cambio, nos recuerda que la IA puede ser más barata y accesible. El problema es que eso no encaja con la narrativa de los grandes fabricantes. Si el éxito de la IA depende más de la eficiencia que del músculo financiero, ¿qué pasa con todas las empresas que han apostado miles de millones a la infraestructura más cara posible? Muchas han basado su modelo de negocio en la idea de que el «tamaño lo es todo», pero DeepSeek ha demostrado que no tiene que ser así. Podría suponer una cierta ilusión para países con gran capacidad de generación de conocimiento en este campo y menos potencia inversora, como España.
Sobre la mesa, preguntas incómodas: ¿Hasta qué punto la IA de Silicon Valley es una innovación que lo cambiará todo? ¿Puede haber una burbuja inflada por la especulación bursátil? Al igual que ocurrió con las tecnológicas en los 90 y las criptomonedas en la última década, cuando el dinero fluye sin restricciones, los inversores encuentran formas de justificarlo no siempre comprensibles, con tristes resacas. DeepSeek nos devuelve a la sobriedad: tal vez la IA no es el oro negro que nos vendieron. Más bien es una base de generación de conocimiento (descomunal) donde lo importante es cuánto puedes refinar sin desbordar el presupuesto. Claro que también hay que preguntarse si todos jugamos con las mismas reglas. De copiar a innovar hay mucho, pero, a veces, la historia deja en borrones la diferencia entre las dos cosas.
DeepSeek demuestra que la optimización puede multiplicar el impacto de la IA, pero no invalida la necesidad de I+D: exige replantear su enfoque. La disyuntiva no es invertir u optimizar, sino hacerlo con inteligencia y ética. Lo que ayer parecía alquimia, hoy es química pura. Silicon Valley nos vendió la piedra filosofal, pero ahora observamos que no hacen falta hechizos para transformar la ilusión en realidad
*Francisco Rodríguez es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas.
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