Guerra de Gaza: la danza contemporánea de Israel desaparece de las carteleras internacionales

“He salido un momento del teatro para fumar y ha tenido que venir a escoltarme la policía”. Habla el coreógrafo y bailarín Sharon Fridman al otro lado del teléfono. En el momento de esta conversación, a mediados de agosto, se encuentra en Corea del Sur presentando su trabajo. “Hay un grupo de manifestantes a la puerta del teatro, protestando porque estoy programado. No saben que estoy en contra de la política de Israel. Y como yo, tantos artistas de mi país que están siendo cancelados”, continúa.

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 “No quieren contratarme por ser israelí. No saben que estoy en contra de la política de mi país”, expone el coreógrafo y bailarín Sharon Fridman, afincado en España  

“He salido un momento del teatro para fumar y ha tenido que venir a escoltarme la policía”. Habla el coreógrafo y bailarín Sharon Fridman al otro lado del teléfono. En el momento de esta conversación, a mediados de agosto, se encuentra en Corea del Sur presentando su trabajo. “Hay un grupo de manifestantes a la puerta del teatro, protestando porque estoy programado. No saben que estoy en contra de la política de Israel. Y como yo, tantos artistas de mi país que están siendo cancelados”, continúa.

Afincado en España desde hace veinte años, Fridman confiesa estar viviendo el peor momento profesional de toda su trayectoria. “No quieren contratarme por ser israelí. Algunos programadores te lo dicen abiertamente, que mejor esperamos un tiempo; otros no, pero tampoco hace falta”, añade. “Sientes que tienes que justificarte todo el rato. Por un lado, en Israel luchas contra la guerra, voy a Tel Aviv cada dos meses a ver a mi madre y aprovecho para manifestarme. Fuera de Israel te miran y tratan como si fueras el mismísimo Netanyahu y sientes miedo”. Cuenta Fridman que hace unos meses se posicionó en contra del Gobierno israelí y la ocupación de Gaza en su cuenta de Instagram y recibió comentarios horribles. ¿Habló abiertamente de genocidio? “No. Cualquier persona israelí que use esa palabra está en peligro de morir”, asegura.

El caso de Fridman no es el único en el boicot que bailarines y coreógrafos de Israel viven desde la ocupación de Gaza, calificada como “genocidio” por numerosos historiadores y agencias internacionales, entre ellas la International Association of Genocide Scholars (Asociación Internacional de Expertos en Genocidio). La danza, especialmente la contemporánea, es una disciplina muy apoyada en Israel y con muchos artistas reconocidos internacionalmente, hasta el punto de que la disciplina se considera internamente una de las grandes embajadoras culturales del país. Pero en los últimos tiempos, muchos de esos creadores están viendo cómo su antaño frondosa agenda se está reduciendo estrepitosamente.

Representación de Batheva Dance Company.

La afamada Batsheva Dance Company, que dirigió muchos años Ohad Naharin, en la actualidad vinculado a la formación como coreógrafo residente, ha perdido recientemente funciones en La Villete (Francia), programada por la española Blanca Li antes de su dimisión de este teatro este verano, y en el Festival Internacional de Danza Contemporánea de la Ciudad de México (FIDCDMX), donde estaba programada el pasado agosto. Y basta con echar un vistazo a las carteleras de compañías señeras como la Kibbutz Dance Company y la Vertigo Dance Company para comprobar el desierto escénico que tienen por delante fuera del Estado de Israel: ni una plaza internacional en la que mostrar sus últimas producciones.

Sin embargo, no ocurre lo mismo con los coreógrafos israelíes que tienen su sede en países europeos como Inglaterra, en el caso de Hofesh Shechter y Jasmin Vardimon, y Francia, donde está afincada la compañía de Sharon Eyal, y que acumulan representaciones por diversos países de aquí a diciembre (el Teatro de la Maestranza de Sevilla acogerá un trabajo de la coreógrafa Sharon Eyal el próximo mes de abril). EL PAÍS se ha puesto en contacto con ellos en varias ocasiones en las últimas semanas, para la elaboración de este reportaje, pero ninguno, a excepción de Noa Wertheim, directora de la compañía Vertigo, ha atendido la solicitud. Ohad Naharin y Jasmine Vardimon, dispuestos en un principio a responder las preguntas de este periódico, finalmente declinaron la oferta.

Bailarines israelíes de la compañía Vertigo interpretan el proyecto 'Birth of the Phoenix' junto a las murallas de la Ciudad Vieja en 2017, en Jerusalén, Israel.

En el caso de las agrupaciones con sede en Israel, el silencio parece ser la manera de seguir manteniendo el apoyo que el Gobierno del país ha profesado siempre a la danza, medio propagandístico de la política israelí para muchos, pero que tampoco escapa a la censura: según publicaba The Times of Israel en una noticia del 18 de diciembre de 2024, el ministro de cultura y deportes israelí, Miki Zohar, amenazó a la Batsheva Dance Company con retirarle la financiación por exhibir en uno de sus espectáculos una bandera palestina. La obra a la que aludía el ministro es Anafaza, creación de Naharin de 1993, repuesta en 2023 por su treinta aniversario, en la que esta bandera ondeaba junto a tantas otras. Meses antes, el mismo ministro hacía unas declaraciones sobre retener financiación estatal “para quienes difamen el Estado de Israel, tanto dentro del país como en todo el mundo”. Aun así, Naharin se ha mostrado crítico y en contra del genocidio en Gaza en diversas entrevistas, aunque haya declinado contestar a este periódico. “Cuando decenas de miles de civiles mueren, cuando hospitales, refugios y centros de ayuda son bombardeados una y otra vez, ya no se puede hablar solo de autodefensa”, declaró el pasado mes de agosto al portal Walla.

“Yo creo en la comunicación”, cuenta por teléfono desde Jerusalén Noa Wertheim, directora de Vertigo Dance Company, “y cuando se pasan momentos tan duros como estos hay que hablar, mirarnos a los ojos si es posible y comunicarnos”. ¿Y cómo está viviendo esta situación a nivel artístico y personal? “Con mucha tristeza. Es terrible ver a todas esas personas que están sufriendo y que no pueden hacer nada por cambiar las cosas al estar en manos de gente loca, extremista. Intento no mirar mucho los periódicos porque también siento que los medios de comunicación están dando una perspectiva poco cierta”. Preguntada por su opinión sobre las cancelaciones de artistas israelíes como medida contra su Gobierno, Wertheim se muestra tajante: “Me parece la manera más ridícula de mostrar oposición a lo que está pasando porque a veces se boicotea a artistas que están aún más a la izquierda de quienes hacen el boicot. Estamos siendo ignorados en todas partes y es muy triste y duro ver cómo no existes para nadie”.

El evitar un posicionamiento claro contra el genocidio en Gaza por parte de los coreógrafos israelíes, tanto los que trabajan dentro como fuera de Israel, es lo que ha llevado a la organización Dancers for Palestine a encabezar una de las iniciativas más poderosas en las redes sociales contra la danza que proviene de Israel, y concretamente contra la Batsheva Dance Company. Lo exponen en un vídeo publicado el pasado 6 de agosto en su cuenta de Instagram, en el que también se explica de dónde viene el interés por la danza del Gobierno israelí. La cosa se remonta a los años sesenta del siglo pasado, cuando la estadounidense Martha Graham y la baronesa Batsheva de Rothschild fundaron la prestigiosa compañía Batsheva en Tel Aviv. Ya en 2007 esta agrupación, dirigida entonces por Ohad Naharin (estuvo al frente de 1990 a 2018), fue emblema de la marca Israel en una campaña internacional.

El próximo 25 de septiembre el joven coreógrafo israelí Adi Schwarz (Rakefet, 22 años) estrena la obra Boys In The Sand en los Teatros del Canal de Madrid, fruto de una residencia otorgada por el Centro Coreográfico Canal. “Todavía no he sufrido cancelaciones, pero sé que puede suceder. Boicotear a artistas que defienden la paz no ayuda. El arte debería conectar a las personas, no separarlas”, explica a este periódico.

La continua presencia de coreógrafos israelíes en carteleras de todo el mundo, y la efervescencia del Suzanne dellal Center de Tel Aviv (solo en actuaciones muestra más de 700 al año), que en 2010 recibió el Israel Prize, el más alto galardón oficial de este país, contribuyen a que esta disciplina artística, basada en el lenguaje del cuerpo sin necesidad de traducción, se beneficie de un gran apoyo gubernamental. Hasta los judíos ortodoxos tienen su propia compañía de danza contemporánea, la Kaet Ensemble, con sede en Jerusalén. Un colectivo integrado solo por hombres, algunos de ellos rabinos, que ha visitado en un par de ocasiones el Teatro de la Abadía de Madrid. Cuando en octubre de 2023 arrancaron los bombardeos, un grupo de bailarines judíos ortodoxos se desplazaron hasta el sur de Gaza para “hacer felices a los soldados israelíes”, según publica el portal de noticias Swissinfo. “Tenemos que ser los mejores y tenemos que ser los primeros”, declaró una vez el coreógrafo israelí fallecido en mayo, Yair Vardi, tal y como se recoge en la web del Gobierno de Israel.

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