Kamala Harris ajusta cuentas con Biden y su equipo en un libro de memorias: «Era casi imposible que dijeran algo positivo acerca de mi trabajo o me defendiera de ataques falsos»

La ex vicepresidenta de EEUU dice que su jefe estaba demasiado mayor y que fue una «imprudencia» de los demócratas permitir que se presentara a la reelección por su «ego y ambición personal» Leer La ex vicepresidenta de EEUU dice que su jefe estaba demasiado mayor y que fue una «imprudencia» de los demócratas permitir que se presentara a la reelección por su «ego y ambición personal» Leer  

Kamala Harris protagonizó una de las campañas electorales más cortas, raras y criticadas de la historia. Recibió el testigo tarde, tardísimo, tras el hundimiento en directo del presidente Joe Biden ante las cámaras de todo el planeta en un debate contra Donald Trump, y tuvo apenas 107 días para intentar consolidarse en la Casa Blanca. No lo consiguió. La victoria del rival republicano fue incontestable y dejó más que tocada la carrera de Harris, la primera mujer negra con opciones de convertirse en «líder del mundo libre» y que ahora medita sus próximos pasos.

Mientras decide si volver a intentarlo o no, ahora ya con tiempo y programa propio, Harris publica este mes 107 días, un libro de memorias en el que reivindica su figura y su trabajo, ataca a Trump y, sobre todo, ajusta cuentas con Biden y su equipo, a los que caricaturiza como obsesionados con una visión de la política de suma cero en la que, si a ella le iba bien, a su jefe forzosamente le tenía que ir mal.

Hay ironía, frustración y mucha rabia en sus palabras. En uno de los capítulos, prepublicado este miércoles por la revista The Atlantic, la vicepresidenta muestra su malestar con su ex jefe y especialmente con su entorno, al que acusa de hacer todo lo posible para impedir que ella «brillara», de permitir -cuando no alentar- los rumores y la mala prensa contra ella, para que no eclipsara a un líder cada vez más envejecido y dubitativo. De exigirle que demostrara una y otra vez, constantemente, su lealtad a cambio de nada.

El libro no es una enmienda a la totalidad. Harris afirma que «Joe Biden era un hombre inteligente, con amplia experiencia y profundas convicciones, capaz de desempeñar las funciones de presidente. En su peor día, mostraba mayor conocimiento, mayor capacidad de juicio y mucha más compasión que Donald Trump en su mejor momento«, escribe. Pero al mismo tiempo, «a los 81 años, Joe estaba cansado. Fue entonces cuando su edad se hizo evidente en tropiezos físicos y verbales (…) No creo que fuera incapacidad. Si lo creyera, lo habría dicho. Tan leal como soy al presidente Biden, soy más leal a mi país», concluye.

Sin embargo, el texto es una recopilación de quejas y ejemplos de cómo él, o al menos su equipo, parecían estar más preocupados por las ambiciones internas que por el peligro de Trump. Y un reproche a todo el aparato del Partido Demócrata, en su sentido más amplio, por permitir en silencio que Biden decidiera presentarse a la reelección. Fue un error, uno inmenso, sostiene, pero de todos ella era la única que no podía decirlo, ya que inevitablemente habría parecido un intento de socavarle por puro interés y ambición personal. «Es decisión de Joe y Jill, decíamos. Todos lo dijimos, como un mantra, como hipnotizados. ¿Fue cortesía o imprudencia? En retrospectiva, creo que fue imprudencia. Había demasiado en juego. Esta era una decisión que no debería haber quedado en manos del ego, de la ambición individual. Debió haber sido más que una decisión personal», afirma con rotundidad.

«Durante todos esos meses de pánico creciente, ¿debería haberle dicho a Joe que considerara no presentarse? Quizás. Pero el pueblo estadounidense ya lo había elegido antes en el mismo enfrentamiento. Quizás tenía razón al creer que lo volverían a hacer. Era, en cierto modo, el hombre más subestimado de Washington. Había acertado con sus tácticas para imponer su agenda en un Congreso reticente. Era posible que también tuviera razón en esto. Y de todos en la Casa Blanca, yo era la que estaba en peor posición para defender su decisión. Sabía que le parecería increíblemente egoísta si le aconsejaba que no se presentara. Lo vería como una ambición descarada, quizás como una deslealtad venenosa», escribe.

Las consecuencias de todo ese caos, de la fragilidad del presidente, de las dudas sobre su sucesora, que en esos tres meses y medio quiso alejarse todo lo posible de su líder y disociar su imagen y sus ideas de la de él, son de sobra conocidas. Las luchas internas, en cambio, no.

Harris, por ejemplo, lamenta que en el primer discurso a la nación tras hacerse a un lado en la disputa electoral el presidente fuera parco en palabras hacia ella, mencionándola sólo muy al final de sus 11 minutos de intervención. «Quiero agradecer a nuestra gran vicepresidenta, Kamala Harris. Tiene experiencia, es tenaz y es capaz. Ha sido una compañera increíble para mí y una líder para nuestro país», dijo entonces Biden. «Eso fue todo», reprocha su segunda.

La lista de agravios es amplia, pero casi todos ellos son previsibles, recurrentes, típicos de todos los vicepresidentes de la historia o casi. Porque tienen un trabajo formalmente muy importante, pero vacío en la práctica. Profundamente incómodo e insatisfactorio. Los presidentes suelen escogerlos para ganar las elecciones, pero los quieren lejos mientras gobiernan y siempre por debajo en la perpetua lucha por la popularidad. Nadie puede permitirse un segundo más querido o mejor percibido. Por lo que no les dan poder, influencia ni apenas tiempo en las televisiones.

«Cuando Fox News me atacó por todo, desde mi risa hasta mi tono de voz, hasta con quién había salido cuando tenía 20 años, o afirmó que era una ‘contratación por políticas de diversidad’, la Casa Blanca rara vez respondió con mi currículum real: dos mandatos elegido fiscal del distrito, jefe de policía en el segundo departamento de justicia más grande de los Estados Unidos, senadora que representa a uno de cada ocho estadounidenses», dice en un momento. «Contaban con un equipo de comunicación enorme; Karine Jean-Pierre salía a la sala de prensa de la Casa Blanca todos los días. Pero conseguir algo positivo sobre mi trabajo o defenderme de ataques falsos era casi imposible», reprocha.

Pone más ejemplos, pero la mayoría parecen triviales. Indudablemente le resultaron frustrantes, pero nada especial ni personal, todos parecen parte de la lógica y la dinámica política tradicional en Estados Unidos. En otro momento, Harris se queja de que «peor aún, a menudo me enteré de que el personal del presidente alimentaba las narrativas negativas que surgían a mi alrededor. Una narrativa que arraigó con persistencia fue que tuve una oficina «caótica» y una rotación de personal inusualmente alta durante mi primer año». En los párrafos siguientes Harris admite que la rotación fue muy alta, que despidió a mucha gente que no consideraba que estuviese a la altura.

El punto de mayor fricción son quizás las competencias asignadas. Harris lo dice con extrema cautela, consciente de que el tema migratorio es y seguirá siendo el más delicado en la vida política nacional, pero lo dice. La Administración le dio responsabilidades en la cuestión de las migraciones irregulares. La política en sí no dependía de ella -hay ministros específicos- y ella hacía de imagen y relaciones públicas, pero en la campaña la derecha la bautizó, de forma paródica, como «zar fronteriza», diciendo que la entrada de cientos de miles de personas sin documentación legal era su culpa. Y la Casa Blanca, insiste la ex vicepresidenta, hizo poco o nada para defenderla, permitiendo que se quemara para evitar que fuera Biden quien pagara la factura, o parte de ella.

«Asumí la culpa por la porosidad de la frontera, un problema que había resultado insoluble tanto para las administraciones demócratas como republicanas (…) Nadie del entorno del presidente abogó por darme algo con lo que pudiera ganar (…) Su razonamiento era de suma cero: si ella brilla, él se apaga. Ninguno de ellos comprendió que si a mí me iba bien, a él también. Que, dadas las preocupaciones sobre su edad, mi éxito visible como su vicepresidente era vital. Serviría como testimonio de su buen juicio al elegirme y como garantía de que, si algo sucedía, el país estaba en buenas manos. Mi éxito era importante para él. Su equipo nunca lo entendió», zanja.

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