La batalla legal por la mansión de las polillas en Notting Hill

La millonaria Iya Patarkatsishvilli, hija de un oligarca de Georgia, y su marido, Yevhen Hunyak, compraron por 39 millones de euros una villa que sufre una infestación de polillas. Han llevado a juicio a su antiguo propietario. Leer La millonaria Iya Patarkatsishvilli, hija de un oligarca de Georgia, y su marido, Yevhen Hunyak, compraron por 39 millones de euros una villa que sufre una infestación de polillas. Han llevado a juicio a su antiguo propietario. Leer  

Vista desde fuera, Villa Horbury es una de esas mansiones idílicas de Notting Hill, equipadas con piscina, gimnasio, bodega, sala de proyecciones y snoring room (una habitación insonorizada para roncar a pierna suelta). Su precio de mercado era de 32,5 millones de libras (39 millones de euros), una suma que fácilmente se podía permitir Iya Patarkatsishvili, rica heredera del oligarca de Georgia, Badri Patarkatsishvili, afincado en Londres tras caer en desgracia con Putin y fallecido de un infarto en el 2008.

Iya, de 41 años, y su marido, el dentista Yevhen Hunyak (50), visitaron la casa de sus sueños al menos 11 veces para asegurarse de que todo estaba en orden. Llegaron a contar incluso con el asesoramiento de un ingeniero de sonido para asegurar que el nivel de decibelios en el lujoso interior fuera óptimo para la crianza de sus hijos, Adrian y Amelia.

En mayo de 2019, la acaudalada y feliz familia echó raíces en Villa Horbury, hasta que, un día, fue la propia Iya quien dio la voz de alarma a su marido: «He visto una polilla volando por ahí». Los lepidópteros caseros se multiplicaron en cuestión de días y comenzaron a aparecer no sólo en los armarios, sino también en los platos de cereales de los niños, en sus cepillos de dientes, en las copas de vino a la hora de la cena e incluso revoloteando sobre las almohadas antes de dormir.

Cuando alcanzaron las 100 polillas muertas en un solo día, llegaron a la conclusión de que el problema venía de largo. Contactaron con el antiguo propietario, el ex campeón de remo olímpico William Woodward-Fisher, que lanzó balones fuera y dijo que no era problema suyo. La tensión fue a más y la disputa por la mansión «apolillada» ha llegado ahora a los tribunales, generando un gran eco en los tabloides británicos.

Patarkatsishvili reclama la rescisión del contrato de compraventa, en el que se especificaba que no había plagas en la casa, la devolución de 39 millones de euros (incluidos los impuestos pagados hasta la fecha) y una compensación por daños, como los 60.000 euros en ropa agujereada por los lepidópteros (su conocida predilección por la lana de cachemira no ha salido barata).

La rica heredera sostiene que el problema está precisamente en el aislamiento de lana en las paredes de la mansión, efectuado por su anterior propietario durante las obras de renovación en 2011. En el transcurso del juicio, William Woodward-Fisher ha llegado a admitir que, en el pasado, la casa sufrió una plaga de polillas. Según su testimonio, contrataron a un especialista en plagas que obligó incluso a desalojar la vivienda para desinfectarla a fondo.

El problema estaba resuelto cuando se vendió la mansión, aseguró su ex propietario, quien ha llegado a insinuar que el retorno de las polillas es achacable más bien a la desidia de los nuevos dueños, pese a que aseguran haber combatido la plaga con alcanfor y todos los productos disponibles en Amazon. Woodward-Fisher se ha atrevido incluso a recomendarles un método de total exterminación que les costaría en torno a 200.000 euros.

El abogado de Iya Patarkatsishvili y Yevhen Hunyak, John McGhee, ilustró profusamente ante el juez la pesadilla en la que se ha convertido la vida diaria en la mansión victoriana: ropa empaquetada en cajas herméticas, alfombras y muebles dañados, y el constante asedio de las polillas cada vez que alguien enciende la pantalla de un ordenador.

El curioso caso ha provocado entre tanto ríos de tinta y muestras inesperadas de solidaridad. «Las polillas no entienden de clase social», escribe Rhiannon Lucy Cosslett en The Guardian. «Como los ratones en el metro, son un hecho incontestable de la vida en Londres. Aunque libres una batalla diaria contra ellas, te acabas acostumbrando… hasta que llega alguien a vivir a la ciudad y te pregunta: ‘¿Por qué hay aquí tantas polillas?’. Y es entonces cuando recuerdas que esas bastardas son las auténticas dueñas de la ciudad».

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