La hora de la gestión forestal tras la oleada de incendios: “Llevamos 60 años de abandono rural”

La oleada de incendios ha resucitado un debate antiguo sin resolver: cómo poner en marcha una gestión forestal sostenible en un territorio que sufre el impacto de unas olas de calor y sequías cada vez más graves. No hay una varita mágica. Es un conjunto de actuaciones planificadas, explican científicos y ecologistas, que piden a los políticos pensar en el futuro antes de actuar de forma precipitada para salir del paso. El objetivo es crear un paisaje mosaico en el que convivan diversos usos del suelo. Este modelo se ha perdido por el abandono rural y la caída de la ganadería y los cultivos tradicionales, con un crecimiento al mismo tiempo de la superficie forestal, que ocupa el 55% del territorio (28 millones de hectáreas). En ella se incluyen tanto terrenos con bosques como zonas de matorral y pastos.

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 El objetivo planteado por científicos y ecologistas es crear un paisaje mosaico con diferentes usos del suelo. También piden no confundir conservacionismo con abandono ni demonizando la vegetación  

La oleada de incendios ha resucitado un debate antiguo sin resolver: cómo poner en marcha una gestión forestal sostenible en un territorio que sufre el impacto de unas olas de calor y sequías cada vez más graves. No hay una varita mágica. Es un conjunto de actuaciones planificadas, explican científicos y ecologistas, que piden a los políticos pensar en el futuro antes de actuar de forma precipitada para salir del paso. El objetivo es crear un paisaje mosaico en el que convivan diversos usos del suelo. Este modelo se ha perdido por el abandono rural y la caída de la ganadería y los cultivos tradicionales, con un crecimiento al mismo tiempo de la superficie forestal, que ocupa el 55% del territorio (28 millones de hectáreas). En ella se incluyen tanto terrenos con bosques como zonas de matorral y pastos.

La gestión engloba multitud de medidas “que hay que planificar en el espacio y en el tiempo, porque no todo vale en todos los lugares”, explica Javier Madrigal, científico del Instituto de Ciencias Forestales del INIA-CSIC. Por ejemplo, sin pastores no puede haber rebaños, vitales para reducir el pasto y el matorral, y que pueden convertirse en combustible para las llamas. Esto implica motivar al sector ganadero. “Se les podría pagar por el beneficio ambiental prestado, pero eso obliga a un cambio de filosofía”, reflexiona.

Entre las herramientas que se plantean, además de la utilización de rebaños para controlar el matorral y la vegetación, se encuentran: retirar la madera seca, que arde fácilmente, desbrozar, reactivar el aprovechamiento de los bosques (madera, setas, resina, corcho…) o la creación de zonas estratégicas para ofrecer a los equipos de extinción espacios donde puedan trabajar sin riesgo. También, según los expertos, se debería contar con formación en este tipo de emergencias en los colegios y planes de prevención en los ayuntamientos.

Francisco Martín Azcárate, profesor titular del departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), considera que el riesgo se puede gestionar, pero sin dar falsas esperanzas a la gente. “Hay que aceptar que vamos a tener que convivir con incendios a los que no estábamos acostumbrados, porque el paisaje era diferente y las condiciones climatológicas también”. Lo importante para él es recuperar grandes espacios de pastos mediante procesos naturales como el uso de herbívoros o el fuego controlado. También incide en que falta confianza en la regeneración natural de la vegetación y advierte contra los anuncios de los políticos de poner en marcha reforestaciones.

Bulos dañinos

Desde Greenpeace se lleva “muchos años enarbolando la bandera de la gestión forestal”, observa Mónica Parrilla, ingeniera forestal y responsable de la campaña de incendios de la ONG. Apela al “sentido común” porque nada “es blanco o negro” en un proceso que durará décadas. “No pasa nada por quitar un árbol, o dos o tres… es gestión forestal y es necesaria, no solo para frenar la propagación de los incendios, sino para generar masas forestales más vigorosas”, señala esta ecologista que trabaja desde hace 20 en la organización. En Greenpeace reciben denuncias de la tala de árboles, “pero hay que distinguir entre acabar con un ejemplar centenario o destruir hábitats, algo que no vamos a apoyar, y gestionar un terreno”, matiza Parrilla.

Responde así a uno de los bulos más extendidos que achacan a los ecologistas las culpas de la propagación de los incendios por su excesivo celo proteccionista. “Se ha llegado a decir que no dejamos tocar nada y eso demuestra un desconocimiento o una manipulación de la información, que consigue meter en la cabeza de la gente ideas completamente erróneas”, plantea. Otro punto que quiere dejar claro es que no se debe confundir conservacionismo con abandono. “Hay que transmitir a la sociedad que cuando se decide no intervenir en ciertos lugares es porque se ha planificado así, estudiando todos los parámetros”, explica. Esas zonas representan una pequeña parte de la superficie forestal, añade, pero son muy importantes para permitir que se transformen en bosques maduros, que tienen otra capacidad para enfrentarse al fuego.

Demonizar la vegetación

Hay una parte de la sociedad que desconfía de muchas de las medidas propuestas por ser demasiado intervencionistas. Hugo Robles, profesor del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo, alega que se está “demonizando la vegetación”, tratándola como mero combustible. “Eliminar el sotobosque o meter ganado provocará que se reduzcan servicios que los bosques nos dan gratis, como la descontaminación de los suelos, la protección frente a la erosión, la mayor captura de CO₂, y hará que sean menos resistentes a los fuegos”, dice. Esos bosques ayudan también a minimizar el impacto de los incendios por su mayor retención de humedad.

El biólogo matiza que se podrían utilizar ganado o desbrozar en determinados lugares, por ejemplo, para mantener las vías de acceso de los medios de extinción, “pero no puede ser una excusa para crear más cortafuegos”.

“No estamos proponiendo dejar todo como una patena, sino que quizá gestionando entre un 5% y un 10% de territorio forestal, estos fuegos no serían del calibre de los actuales”, puntualiza Madrigal del CSIC. “No se trata de destrozar el ecosistema”, insiste.

Apuesta por bajar la carga de combustible para que los incendios ardan con menos intensidad y severidad y “así les vas a dar a las plantas más oportunidad de regenerarse de forma natural”. En esa reducción de combustible aparece la necromasa ―material orgánico muerto, como ramas caídas, troncos, hojarasca― que forma parte del ecosistema y es un bien a proteger, pero al mismo tiempo aumenta la probabilidad de que el fuego suba a las copas de los árboles. “Ahí existe un conflicto y nos tenemos que poner de acuerdo sobre la cantidad necesaria a conservar, sin que suponga un problema para la prevención”, reconoce.

En cualquier caso, si se sigue como hasta ahora, con incendios recurrentes en las mismas zonas, “a medio plazo, la tendencia sería a una disminución de la superficie arbolada, porque al árbol no le da tiempo a crecer, le obligamos a rebrotar de nuevo y esto lleva a un proceso en el que el matorral gana”, avisa el investigador. En Portugal ya está pasando y “es cuestión de tiempo que ocurra aquí”. Con ello Madrigal no quiere decir que el matorral no sea interesante para muchas especies, “pero en conservación, tanto de ecología como de fauna, lo importante es que haya diversidad de todos los ecosistemas y que los montes arbolados sean cada vez más maduros”. En su opinión, el error estratégico y social ha sido dejar las masas forestales a su suerte y asumir que se iban a autogestionar.

El investigador señala que la mejor restauración tras un incendio es la pasiva, que implica esperar. Aquí aparece el riesgo de que, debido a la gravedad de situación y la alarma social, los políticos establezcan medidas de emergencia cortoplacistas con desembolsos de dinero centraos en los primeros años. “Nosotros, a nivel técnico, pensamos que es mejor repartir los recursos económicos a lo largo de todo el proceso de regeneración, que es largo”, apunta. Y este sería el momento para eliminar eucaliptales abandonados, que suelen estar en la zona de Ourense afectada por los incendios, favoreciendo a las especies de interés de la zona. “Llevamos 60 años de abandono rural e igual hace falta otro periodo igual, esperemos que no, para tener incendios asumibles”, concluye Madrigal.

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