El presidente argentino pierde fuerza política ante los comicios de medio mandato mientras el Gobierno plantea la votación con un tono dramático y plebiscitario Leer El presidente argentino pierde fuerza política ante los comicios de medio mandato mientras el Gobierno plantea la votación con un tono dramático y plebiscitario Leer
En un puñado de semanas, Javier Milei cumplirá dos años en la Casa Rosada. Hasta hace unos pocos meses, el presidente que asegura que su misión última es destruir el Estado creía que las elecciones legislativas de medio mandato de hoy serían un paseo. Milei, el primer economista en llegar a la Presidencia de Argentina, estaba genuinamente convencido que teñiría el país de violeta, el color de su partido, La Libertad Avanza (LLA).
La política, sin embargo, es una ciencia inexacta, como acaba de descubrir Milei, que insiste en hablar de «los políticos» como si él no fuera uno. Es un político sui generis, sin duda alguna, pero es innegable que hace política. Planteó, por ejemplo, esta elección -en la que se renueva la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado- como una cuestión de vida o muerte. La «libertad avanza o la Argentina retrocede», es el lema insistente, dejando en el olvido el «kirchnerismo nunca más» que lo llevó el mes pasado a una derrota de grandes proporciones en la provincia de Buenos Aires, la más poblada y poderosa del país.
Nunca, en los 42 años de democracia argentina, una elección de medio mandato fue planteada con tal tono plebiscitario y dramático por parte del Gobierno. Tanto es así que Donald Trump, al frente de una suerte de intervención de la economía y la política argentinas, asumió ese tono dramático y confundió todo y a todos. Habló de los «cuatro años» que lleva gobernando el anarcocapitalista y analizó la situación con los parámetros de una elección presidencial en la que el presidente se juega la reelección. Así, lo que debía ser una buena noticia para Milei –el país más poderoso del mundo se compromete con el futuro de Argentina– se tornó en un problema extra para el presidente.
No sólo por la afirmación de Trump, en la cumbre de la semana pasada en la Casa Blanca, de que si Milei no ganaba la elección se acabaría su entusiasmo por ayudar a la Casa Rosada, sino por las reflexiones sobre Argentina, sin precedentes en boca de un presidente estadounidense, que haría días después a bordo del Air Force One. Trump fue cuestionado por una periodista acerca del apoyo a la tercera economía de América Latina, y la respuesta, ya entrada la noche del domingo, dejó boquiabiertos a los argentinos en general e indignados a unos cuantos en particular.
«Argentina está luchando por su vida, jovencita. Usted no sabe nada sobre eso. Nada está beneficiando a Argentina. Están luchando por su vida. ¿Entiende lo que eso significa? No tienen dinero, no tienen nada y están peleando con todas sus fuerzas para sobrevivir». «Si puedo ayudarlos a sobrevivir en un mundo libre… Me gusta el presidente de Argentina, creo que está haciendo lo mejor que puede. Pero no hables para que parezca que les va genial. Se están muriendo. ¿De acuerdo? Se están muriendo«.
¿Qué podía decir el Gobierno de Milei ante semejante afirmación? Poco y nada. Y así fue: la Casa Rosada hizo de cuenta que la frase no existió. «Fingió demencia», en el argot popular argentino.
Aquellos que sigan la saga de Milei en la Presidencia pueden tener la impresión de que se perdieron algunos capítulos. ¿No hablaba acaso el presidente de «milagro»? ¿No había bajado drásticamente la inflación? ¿No contaba con un sólido apoyo popular? ¿Cómo es que ahora está en manos de los Estados Unidos de Trump para no despeñarse por el abismo?
Para entender el proceso de pérdida de fuerza política de Milei hay que repasar las cuatro estaciones de su camino en los últimos dos años.
La primera se llama «sorpresa»: pocos esperaban que ese economista extravagante que gritaba en televisión y hacía campaña blandiendo una motosierra se convirtiera en presidente. La segunda estación se llama «aturdimiento», hija de aquella sorpresa: durante un año, la corporación política, los medios y la sociedad en general no sabían cómo reaccionar ante un presidente que se movía con una autoridad y audacia impropias de su híper minoría en el Parlamento. Un presidente que gobernaba con leyes y decretos rompedores, gracias a la comprensión y el apoyo de la oposición dialoguista, mientras el peronismo se lamía las heridas tras el fiasco que fue el Gobierno de Alberto Fernández.
La tercera estación en el camino de Milei explica mucho de lo que sucedería después: esa se llama «ceguera». Arreglar la economía de un país en eterna crisis económica le pareció poca cosa al presidente economista, que se lanzó así a una «batalla cultural» de orden mundial. En enero de este año pronunció en el Foro de Davos un discurso para el asombro, en el que, entre otras cosas, relacionó la homosexualidad con la pedofilia, y a partir de entonces no dejó de tropezar.
Llegó la criptoestafa del memecoin $LIBRA, promocionado por el presidente en el Día de San Valentín, y no pocos de sus votantes comenzaron a perder el amor por Milei. Aquello fue seguido de las denuncias de corrupción con el presupuesto para los discapacitados y el nombre de su hermana, la todopoderosa Karina, involucrada en el asunto. Y el tropiezo final, ya en plena campaña electoral, fue el de deshacerse, obligado y a regañadientes, de José Luis Espert, su principal candidato en la elección, por vínculos con el narcotráfico.
Era el momento de la cuarta estación: «rebelión». En unos pocos meses, el aura de Milei como un presidente «diferente» se diluyó, la imagen negativa superó a la positiva y la idea de que se estaba ante una persona cruel e insensible se instaló en no pocos votantes. El presidente, que este año llegó a afirmar que si la pobreza fuera tan grande las calles de Argentina estarían llenas de cadáveres, reaccionó intentando mostrarse empático y prometió (y cumplió) dejar de insultar y descalificar a aquellos que osaban plantear una idea diferente a las suyas. Pero era tarde: el Parlamento, harto de ser maltratado y acusado de las peores cosas, se rebeló y comenzó a aprobar una agenda de leyes contraria a los deseos del presidente, que quizás haya entendido (tarde) que tras la segunda estación, «aturdimiento», había otra llamada «oportunidad». La tuvo Milei, que faltaría a la verdad si dice que la oposición no lo ayudó. Lo que sucedió fue que despreció y desperdició esa ayuda. Ahora, Estados Unidos le pide que vuelva atrás en el tiempo y gobierne con acuerdos y consensos, pero mucho dependerá de lo que suceda en la elección de hoy.
Jesús Rodríguez, hombre muy gravitante en los primeros años de la democracia, en especial durante el Gobierno de Raúl Alfonsín, destaca a EL MUNDO que Milei ganó en 2023 apoyado en «las tres P: pobres, peronistas y pibes [chavales] de los aglomerados urbanos». Ese apoyo hoy está en duda, señala a este periódico el politólogo Andrés Malamud, que ve diluida la combinación de «chicos del rugby y chicos de Rappi» que impulsó a Milei, una manera de referirse a las clases medias y medias altas y a las clases bajas que sobreviven como cuentapropistas de delivery.
Así y todo, estas elecciones son muy peculiares: debe darse una verdadera catástrofe electoral para que Milei sea incapaz de decir «ganamos». Malamud detalla cuatro criterios para determinar el ganador de las elecciones, que son en realidad 24 votaciones: 23 en cada una de las provincias y la vigésimo cuarta, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). «La primera forma es sumar los votos y ver quién sacó más. Esto es difícil, porque en cada provincia las alianzas se llaman diferente. La segunda es contar las bancadas, y esto es más fácil, porque uno ve a qué bloque parlamentario van los legisladores y se los adjudica a ese partido».
¿Hay más? Sí. «La tercera es contar la diferencia de bancadas, no el resultado, no cuántas va a tener cada uno, sino cuántas mejora respecto a las que tenía. Y aquí el Gobierno gana, porque hay seis diputados del Gobierno que salen y va a meter 40. Hay cero senadores que salen y van a meter 12 o 15. Entonces, el que va a mejorar la cantidad de bancadas va a ser el Gobierno. La oposición, si mejora, mejora poco, porque ya tiene mayoría. Y la cuarta es contar provincias. Son 24 provincias, si el Gobierno gana en 13, gana la elección. Aunque hay provincias que tienen más votantes y provincias que tienen menos».
Pero la política en Argentina tiene otros componentes: el peronismo, que se presenta bajo el sello Fuerza Patria en 14 de los 24 distritos, buscará sumar todos los votos del panperonismo para decir «nosotros ganamos», y eso se verá potenciado en las señales de noticias en televisión (hay seis en Argentina) y en las redes, donde según la afinidad política que se tenga se optará por uno u otro criterio a la hora de decir quién ganó.
¿Pero qué sucedería si el Gobierno perdiese? Malamud cree que Argentina volvería a las andadas. No se repetiría necesariamente lo que sucedió en los días finales de 2001 –cinco presidentes en diez días–, pero sí se abriría la posibilidad de la caída del líder libertario y su salida de la Casa Rosada. «En América Latina, las tormentas perfectas se producen cuando un presidente no tiene un tercio del Parlamento, cuando hay escándalos de corrupción y crisis económica. En Argentina hay escándalos de corrupción, hay un atisbo de crisis económica y hay minoría parlamentaria. Milei tiene que reforzar su posición. Entretanto, hay un escudo externo, el escudo de Trump, pero ese escudo se retrae si pierde las elecciones. Hace 20 años que Argentina es un reloj: los presidentes gobiernan cuatro años, terminan sus mandatos. Pero en América Latina, que el presidente no termine el mandato no es bueno, aunque tampoco infrecuente».
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