Luz de luna

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Entre mi niñez y adolescencia, «Luz de Luna» (Moonlighting en su versión original) era una de mis series favoritas. Quizás por la química entre Bruce Willis y Cybill Shepherd, o por la tensión sexual no resuelta (la de la serie, me refiero). Tardé muchos años en entender el doble significado de su título, ignorando que el término «moonlighting» también aludía al pluriempleo, como esa luminiscencia tenue que acompaña los esfuerzos silenciosos de quienes buscan una vida mejor. Muchas de nuestras madres fueron y son el mejor claro de luna.

Son numerosos los trabajadores que tienen ahora dos o incluso tres empleos. El pluriempleo ha existido siempre, aunque sus motivaciones, su prevalencia y su impacto varían según el contexto histórico. En España fue común en el pasado, especialmente durante la industrialización y el crecimiento urbano. Uno de los principales factores que lo impulsan ahora es la presión inflacionaria. El encarecimiento de bienes y servicios esenciales ha erosionado el poder adquisitivo de los hogares, especialmente en un contexto de salarios reales estancados. Esto obliga a muchos trabajadores a buscar ingresos adicionales. Otros se enfocan exclusivamente en el apoyo del Estado, lo que agrava el ya delicado desequilibrio fiscal.

La temporalidad del empleo es huevo y gallina en este fenómeno. Aunque las reformas laborales recientes la han reducido en apariencia, el auge de los contratos fijos discontinuos sugiere que el problema persiste bajo nuevas formas. Por otro lado, el mercado laboral también está cambiando debido a la aparición de otros tipos de empleo. La digitalización y el auge de la economía gig (actividades independientes y secundarias) han facilitado el acceso a empleos dúctiles y temporales. Esta flexibilidad tiene un coste: la falta de estabilidad y menores beneficios sociales, difuminando la línea entre elección y necesidad.

El fenómeno del pluriempleo es más frecuente en épocas de presiones económicas, cuando la inflación y la inseguridad laboral fuerzan a las personas a buscar ingresos adicionales. Por el contrario, durante las burbujas económicas, algunos sectores permiten ganar dinero de manera rápida y con menos esfuerzo, gracias a la especulación o al auge de ciertos mercados. La economía sumergida también juega un papel relevante. En ciertos casos, las actividades no declaradas representan una vía para complementar ingresos sin estar sujetas a las mismas restricciones fiscales y laborales que los empleos formales. La escasez de trabajadores en sectores clave y los desajustes en las cualificaciones agravan las condiciones que llevan al pluriempleo. En España, salud, tecnología u hostelería enfrentan un envejecimiento de la fuerza laboral y falta de candidatos con habilidades adecuadas. Los empleos precarios y de baja cualificación no retienen a los trabajadores, mientras que las vacantes de mayor complejidad no encuentran relevo generacional. Entre tanto, decenas de miles de títulos universitarios de inmigrantes esperan años a ser convalidados o reconocidos como equivalentes en nuestro país, un problema que bascula entre la arrogancia y la indiferencia.

¿Qué podemos aprender de este fenómeno? En primer lugar, que el pluriempleo no es solo una elección individual; es un síntoma de fallos estructurales en el mercado laboral. En segundo lugar, que abordar este problema requiere un enfoque integral: salarios más altos, más estabilidad laboral y mayor acceso a la formación. Finalmente, que debemos mirar más allá de las cifras y reconocer las historias humanas que hay detrás de esta práctica. La «luz de luna» puede parecer romántica, pero en la realidad a menudo acompaña la fatiga, el estrés y la ansiedad de quienes trabajan sin descanso. Es también un testimonio de la resiliencia y la creatividad humanas, de esa capacidad para encontrar soluciones en medio de las adversidades.

Francisco Rodríguez Fernández es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas)

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