Marco Rubio, el cubanoamericano convertido en ‘enemigo número uno’ de Maduro

El secretario de Estado de EEUU, que durante 15 años como Senador dirigió los esfuerzos para sancionar a Venezuela, se ha convertido en la principal obsesión y amenaza de Caracas Leer El secretario de Estado de EEUU, que durante 15 años como Senador dirigió los esfuerzos para sancionar a Venezuela, se ha convertido en la principal obsesión y amenaza de Caracas Leer  

El martes al mediodía, el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, publicó en su cuenta personal de X un críptico mensaje. Sólo tres caracteres: un poco de aire, el signo de igual, y un fuego. La lectura obvia es que, cuando se ve humo, es que hay fuego. Y en toda América no quedaron dudas de que se trataba de un recado muy directo a Caracas: el ataque lanzado por el ejército de Estados Unidos contra lo que catalogó como una narcolancha cargada de drogas hacia su país en el que murieron «11 terroristas en aguas internacionales». Un aviso al Gobierno de Nicolás Maduro, que responsabiliza a Rubio de lo que está ocurriendo, y días antes había ironizado sobre el mayor despliegue naval desde la invasión de Panamá a finales de los años 80.

Sólo unos días antes, Diosdado Cabello, ministro del Interior venezolano y mano derecha de Maduro desde hace muchos años, había calificado el dispositivo militar estadounidense como un chiste, diciendo que no se lo tomaban en serio. «Ninguna amenaza del imperialismo la tomamos a juego, muy serio; lo que sí es una mamadera de gallo es la vendedera de humo», afirmó en Con el Mazo Dando, su programa de la televisión pública. «Vinieron los engañadores de oficio y engañaron a su propia gente», insistió, instando a los «vendedores de humo» a ser «serios», ya que «termina agosto» y sus amenazas no se habían materializado. Empezó septiembre, y llegó el primer misil desde un dron.

Rubio, nacido en Miami hace 54 años de cubanos que salieron de la isla en la época de Batista, fue senador entre 2011 y este año, cuando Donald Trump lo escogió para liderar la política exterior. Conservador y halcón especialmente implicado en los asuntos de América Latina, Rubio fue rival de su hoy jefe en las primarias presidenciales de 2016. Un fuerte crítico durante años, pero un fiel seguidor ahora mismo. Tras unos inicios dubitativos ha logrado consolidarse en el entorno del presidente y su voz se escucha, especialmente en los temas que mejor conoce. Si bien para las grandes cuestiones -de Rusia y Ucrania a Oriente Próximo-, el presidente delega en enviados especiales y no en el jefe formal de la diplomacia.

El político hispano, que desde el Senado fue uno de los arquitectos del régimen de sanciones a Venezuela, lideró los esfuerzos para que el nuevo Gobierno revocara las medidas de última hora de Joe Biden para suavizar la presión sobre Cuba, en medio de una negociación para liberar a cientos de presos políticos. Y es uno de los artífices del giro político de mano dura hacia Caracas, que ha llevado a Estados Unidos a desplazar miles de soldados y navíos a la región y a poner precio, hasta 50 millones de dólares, por pistas que ayuden a la detención de Maduro, al que la Casa Blanca califica de líder del Cártel de los Soles.

El régimen bolivariano es muy consciente de ello, y por eso ataca cada día a Rubio, mucho más que a Trump. «No tengo animadversión con Trump. Él quiere la paz en el mundo. Si de verdad quiere dejar eso como legado, nosotros [Venezuela] somos su único aliado. Él es un hombre inteligente. Sabrá qué hacer», declaró Maduro esta semana. «Mister president Donald Trump, usted tiene que cuidarse porque Marco Rubio quiere manchar sus manos de sangre, con sangre suramericana, caribeña, con sangre venezolana. Lo quieren llevar a un baño de sangre», añadió, apuntando directamente.

Rubio, sin embargo, defendió este miércoles en Ciudad de México la operación militar del martes, afirmando que las medidas de interdicción anteriores adoptadas por Washington no han funcionado en Latinoamérica, antes de lanzar una advertencia: «Se detendrán cuando los destruyamos, cuando nos deshagamos de ellos».

Caracas lleva todo el año diciendo que «la mafia de Miami comandada por Rubio» está detrás de los giros de la Casa Blanca. Trump a veces escucha a sus amigos del sector petróleo, y aprueba la compra de crudo o alquitrán venezolano, con el objetivo de que no le llegue, a precio reducido, a China. Y parecía poco sensible a las peticiones del exilio opositor, quitando el estatus de refugiado a decenas de miles de ciudadanos venezolanos en Estados Unidos. Pero también tiene muy presente la opinión del sector más duro del caucus hispano en el Partido Republicano, asociados muy notablemente a Florida, donde está la principal residencia de presidente.

Rubio tiene contactos con Edmundo González y María Corina Machado, que hacen lobby señalando que Maduro es el gran aliado de Rusia, China e Irán. Y Caracas afirma que lleva seis meses preparando el terreno para la situación actual. Empezó en su viaje a Guayana en marzo, donde firmó un acuerdo de seguridad y afirmó: «Si tenemos información de que alguien ha entrado a su país con malas intenciones, queremos poder compartirla con su Gobierno. Tenemos información sobre un miembro de la pandilla Tren de Aragua de Venezuela. Queremos asegurarnos de que tengamos colaboración y compartir noticias. Si tenemos información de que algunos narcotraficantes se están estableciendo aquí, queremos compartirla con ustedes». Guyana es uno de los países que respalda hoy la presencia naval de Washington en la zona.

Tras la salida precipitada de Mike Waltz del puesto de consejero de Seguridad Nacional, sus responsabilidades cayeron también en Rubio, y Maduro le culpa directamente de la directiva del 8 de agosto de este año, un documento secreto pero filtrado por el que Trump autorizaba al Pentágono a usar fuerzas militares contra cárteles, después de que el Ejecutivo los designara bandas terroristas. Así se pueden usar los mismos métodos que en Afganistán, por ejemplo, y no sólo tácticas policiales.

Pero precisamente por todos esos lazos, esa historia y una postura tan fuerte, Trump ha confiado en Richard Grenell, enviado presidencial para misiones especiales, para las negociaciones directas con el régimen bolivariano. Desde los acuerdos para que Chevron opere en el país hasta los viajes para pedir a Nicolás Maduro que acepte a los venezolanos deportados que hayan cometido delitos en Estados Unidos, o en al menos dos ocasiones para que libere a un grupo de estadounidenses encarcelados en Venezuela.

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