Un neófito en política, el ex gobernador de los Bancos de Canadá e Inglaterra recoge el testigo de Justin Trudeau al frente del Partido Liberal Leer Un neófito en política, el ex gobernador de los Bancos de Canadá e Inglaterra recoge el testigo de Justin Trudeau al frente del Partido Liberal Leer
El pasado julio, la firma encuestadora Abacus Data mostró a 1.989 canadienses la imagen de un hombre rubio, de aspecto algo serio, vestido con un traje azul oscuro y corbata a juego. El retrato figuraba junto al de cinco políticos cuyos nombres se barajaban ante una posible remodelación del Gabinete de Justin Trudeau: Chrystia Freeland, Mélanie Joly, Anita Anand, Sean Fraser y Dominic LeBlanc. Sólo el 7% logró identificarlo. Hoy, apenas ocho meses después, ese rostro desconocido se ha impuesto en las primarias del Partido Liberal y se prepara para convertirse en primer ministro de Canadá. Un outsider político que deberá capear la tormenta arancelaria de Donald Trump en la antesala de unas elecciones federales en las que todo está en juego. Su nombre es Mark Carney.
Tecnócrata pragmático, el ex banquero central se perfiló desde casi el primer momento para suceder al hijo pródigo de Pierre Elliott Trudeau al frente del Gobierno, tras la dimisión de este el pasado 6 de enero, forzado a abandonar Ottawa por la creciente revuelta en su bancada y la inesperada renuncia de su número dos y ministra de Finanzas, Chrystia Freeland, a quien Carney terminaría imponiéndose este domingo. A medida que la lista de candidatos se reducía de seis a cinco y luego a cuatro -mención aparte para Ruby Dhalla, descalificada por haber cometido diez infracciones del reglamento de la campaña-, Carney se consolidó en cabeza, con el mayor número de apoyos y la mayor recaudación entre los contendientes, entre ellos la propia Freeland, Karina Gould y Frank Baylis. Fue el único en alcanzar una cifra de siete dígitos, recaudando 4,5 millones de dólares canadienses durante los casi dos meses de campaña. Ahora, se convierte en el primer canadiense en tomar las riendas del país sin haber ejercido jamás como diputado.
Poco parece haber importado su falta de experiencia política a los liberales. Tal vez, precisamente, haya sido su mejor baza. El economista pilotó el Banco de Canadá durante la Gran Recesión de 2008-2009 y dirigió el Banco de Inglaterra durante otro cataclismo: el Brexit. Y con ese bagaje, llega ahora a Ottawa para liderar la respuesta a la mayor crisis que ha enfrentado Canadá en décadas: una guerra comercial con su poderoso vecino, Estados Unidos, que amenaza con aranceles punitivos sobre los productos canadienses para forzar al país a convertirse en el 51º estado de la unión.
«Sé cómo gestionar crisis… En una situación como esta, se necesita experiencia en términos de gestión de crisis, se necesitan habilidades de negociación», aseguró durante uno de los dos debates de campaña celebrados a finales de febrero. Sostiene que es el único con las credenciales necesarias para plantar cara a Trump, y puede que no le falte razón. Su ventaja radica en dos factores: entre 2011 y 2018, fue presidente del Consejo de Estabilidad Financiera, lo que le dio un papel clave en la respuesta global a las políticas del presidente estadounidense durante su primer mandato; y, quizá lo más determinante, no es Justin Trudeau.
Nacido en 1965 en Fort Smith, en los remotos Territorios del Noroeste, Carney se crió en Alberta, el corazón petrolero de Canadá. Hijo de un director de instituto, consiguió una beca para la Universidad de Harvard, donde compaginó sus estudios con el más canadiense de los deportes: el hockey sobre hielo. En 1995, se doctoró en Economía por la Universidad de Oxford. Su carrera comenzó en Goldman Sachs, donde pasó 13 años trabajando en las oficinas de la firma en Londres, Nueva York, Tokio y Toronto. Allí ejerció como codirector del departamento de riesgo soberano y director ejecutivo en banca de inversión, y trabajó en la incursión de Sudáfrica en el mercado de bonos internacionales tras el apartheid. En 2003, abandonó el sector privado para unirse al Banco de Canadá como subgobernador. Un año después, fue reclutado para unirse al Departamento de Finanzas, donde permaneció hasta ser nombrado gobernador del banco central de su país en noviembre de 2007, poco antes de que los mercados globales colapsaran, sumergiendo al país en una profunda recesión.
Aunque los banqueros centrales son notoriamente cautelosos, Carney fue transparente sobre sus intenciones de mantener los tipos de interés bajos durante al menos un año, después de haberlos recortado drásticamente. Esta medida acabaría siendo ampliamente elogiada por ayudar a las empresas a seguir invirtiendo incluso cuando los mercados se hundieron. Más tarde adoptaría un enfoque similar cuando, en julio de 2013, regresó a Londres, esta vez como gobernador del Banco de Inglaterra, convirtiéndolo en el primer no británico en ocupar el cargo en sus tres siglos de historia y en la primera persona en dirigir dos bancos centrales del G-7. El entonces ministro de Finanzas británico, George Osbourne, lo calificó como el «gobernador más destacado de su generación».
Un ferviente defensor de la sostenibilidad medioambiental, en 2019 fue nombrado enviado especial de la ONU para el Cambio Climático, y en 2021 lanzó la Alianza Financiera de Glasgow para el Net Zero, una agrupación de bancos e instituciones financieras que trabajan para combatir el cambio climático. Pero siempre se ha rumoreado que Carney quería dar el salto a la política, lo que le llevó a responder con una irritación que, a veces, aún resulta evidente. «¿Por qué no me hago payaso de circo?», espetó a un periodista en 2012 cuando le preguntaron si estaba pensando en cambiar de carrera. No obstante, se declaró liberal en la convención del partido de 2021 y, hace seis meses, aceptó liderar un grupo de trabajo que asesoraría al Gobierno de Trudeau sobre el crecimiento económico.
Pero fue en diciembre cuando todo cambió. Carney aceptó una invitación para liderar la cartera económica de Canadá, lo que provocó que Freeland abandonara ruidosamente el gabinete, aunque luego rechazaría la oferta. Este tumulto condujo directamente a la dimisión de Trudeau y abrió las puertas a Carney, quien ha hecho gala de astucia al posicionarse para heredar el manto liberal, a la vez que se ha deshecho hábilmente de las partes menos populares del legado de su predecesor. Adiós al impuesto al carbono, una de las políticas emblemáticas del Gobierno de Trudeau, si con ello puede librarse de los ataques del líder conservador Pierre Poilievre en la inminente campaña electoral, que, paradójicamente, ahora está reñida entre los Liberales y los Conservadores, según los sondeos, gracias a la salida de Trudeau y las amenazas de Trump.
Se espera que Carney convoque elecciones federales -que deberán celebrarse antes del 20 de octubre- en las próximas semanas, ante el temor de que su Gobierno caiga tras una moción de confianza cuando reanuda el Parlamento el próximo 24 de marzo. Y no será fácil ganar: ha heredado un gobierno en minoría, abandonado por su aliado parlamentario, el Nuevo Partido Democrático; su francés deja mucho que desear, según los estándares de Quebec; y le faltan las habilidades oratorias necesarias para explicar conceptos políticos y económicos complejos a los ciudadanos comunes, algo en lo que Poilievre, un político de carrera cuya retórica no dista mucho de la de Trump, destaca con gran destreza. Pero ahora, la soberanía y la economía de Canadá están en peligro. Para fortuna de Carney, el populismo parece menos un cambio refrescante frente al wokeísmo de Trudeau y más un trastorno estadounidense.
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