Con cientos de bajas enemigas, los operadores de aparatos no tripulados de Ucrania se han convertido en los nuevos ‘héroes’ de la guerra mientras que sus unidades estrenan cada día modelos más mortíferos Leer Con cientos de bajas enemigas, los operadores de aparatos no tripulados de Ucrania se han convertido en los nuevos ‘héroes’ de la guerra mientras que sus unidades estrenan cada día modelos más mortíferos Leer
Olexander aparece con el pelo largo, gafas de surfero, habanos Davidoff, uniformidad creativa y un dron del tamaño de una lámpara de araña. Las unidades de operadores no sólo diseñan sus propios parches para todos sus miembros: ahora los pilotos también lo hacen de manera individual. Olexander nos regala su propio logo, que podemos pegar con velcro a nuestra mochila, y nos enseña las camisetas que imprime con su propio nombre de guerra o callsign, El Montero, referido al cazador que participa en monterías, estampado en letras doradas con el lema escrito en español: «Buenos días, pidars (maricones, en ucraniano)».
El Montero es piloto de drones y hace pareja con Dmitro, que antes era francotirador. Uno maneja el dron de observación y el otro, el kamikaze, que se lanza a toda velocidad sobre el blanco. Es decir, uno localiza el objetivo y el otro lo abate, exactamente igual que sucede con las parejas de francotirador y observador. «Estaba aburrido de ser francotirador. Antes podía disparar a soldados rusos en contadas situaciones. Me pasaba los días escondido en una posición. Ahora puedo atacarles a diario. No voy a decirte mis cifras de rusos abatidos, pero sí te diré que nuestra unidad es de las más exitosas de este frente», cuenta Dmitro.
Estos dos militares ucranianos son parte de esa punta de lanza, esos pilotos Top Gun que tratan de frenar a los rusos en todos los frentes de batalla, a costa de provocar enormes pérdidas en su infantería y blindados. Para combatirles, los rusos también envían sus mejores unidades de drones contra ellos, en una batalla tecnológica que recuerda a los duelos de pistoleros en OK Corral, pero a distancia. «Ahora nosotros tenemos frente a nuestras posiciones a un grupo de pilotos rusos que ganó el campeonato militar de habilidades con un dron, es decir, nos han enviado a un grupo de élite para cazarnos mientras que nosotros les cazamos a ellos. Esto es un duelo al sol, pero por control remoto», cuenta Olexander. Los pilotos de ambos lados buscan a sus enemigos en plataformas como Facebook para saber de ellos todo lo que puedan y conocer sus perfiles.
Aunque los drones se manejan a distancia, los muertos son reales. Ambos bandos buscan las posiciones ocultas de sus enemigos durante días hasta que la salida de drones enemigos los delata. Entonces un enjambre de estos aparatos irrumpe en los refugios con su sonido de terror y sus cabezas explosivas.
Cuando comenzó la guerra, los voluntarios que se apuntaban en los centros de reclutamiento pedían destinos como artillería, carros de combate o infantería de asalto. Ahora los nuevos reclutas quieren ser todos pilotos de drones, percibidos como los nuevos héroes de esta guerra, no sólo por su daño al enemigo, sino por su capacidad para transportar comida, medicinas o municiones a las posiciones más comprometidas del frente sin que esos mismos soldados tengan que salir y exponerse a campo abierto.
El reciente éxito del ataque contra la flota rusa de bombarderos estratégicos con drones kamikaze baratos ha vuelto a poner a estos pilotos en el centro de atención de la guerra contra Rusia. A diferencia del soldado ucraniano o ruso de primera línea, sometido a unas condiciones cercanas a las padecidas en la Segunda Guerra Mundial, el piloto de drones no está tan cercano a las trincheras, puede ver al enemigo antes de que el enemigo lo vea a él y resulta vital para la defensa de sus compañeros.
Algunos pilotos de drones se están convirtiendo en auténticas estrellas de la guerra: el antiguo DJ de música tecno Artem Timofeev, presunto cerebro de la Operación Telaraña, junto al ex tenista ucraniano Alexander Dolgopolov, que llegó a ser el número 13 en la lista de la ATP y ahora opera drones de combate, son dos de los más conocidos, pero otros anónimos como Darwin, Strilok, Robert Magiar Brovdi o Andrii Skyba Skibin han conseguido, cada uno, cientos de bajas.
La gamificación de la guerra ha llevado al Ministerio de Tecnología de Ucrania a lanzar una curiosa iniciativa: una competición interna que otorga seis puntos al ruso muerto, 20 al blindado alcanzado, 30 al blindado destruido…
El combate tecnológico es tal que cada día ambos ejércitos luchan por penetrar en el cerebro de los drones enemigos, ver lo que ven ellos y, en último término, secuestrar los mandos del aparato para lanzarlo contra sus antiguos dueños. Eso sucede delante de nosotros en el taller de drones de Capellán, un sargento que, tras unos minutos de hackeo, muestra en la pantalla lo que ve un dron ruso de observación sobre las posiciones ucranianas. Tras un poco más de trabajo, el sargento accede a su control y lo estrella contra el suelo.
El comandante ucraniano Olexander Yabchanka, líder de la unidad de asalto Lobos Da Vinci habla con admiración de uno de sus pilotos de drones: «Este tipo lleva más de 400 bajas confirmadas. Y ahora vamos a centrarnos en hacerlo también con drones terrestres», dice retorciendo su bigote de cosaco. «Estamos ante la mayor revolución bélica desde la invención de la pólvora», remata.
Mientras tanto, empresarios y startaperos ucranianos como Oleksiy Babenko, fundador y CEO de la compañía Vyriy Drone de 24 años, producen cientos de unidades al día de drones de fibra óptica, capaces ya de atacar a 40 kilómetros de distancia. «Nosotros estamos en contacto con pilotos de drones. Ellos prueban los modelos en combate y nos dicen en qué podemos mejorarlos. Es como si trabajaran para nosotros. Y nosotros, para ellos».
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