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«¿No se puede salvar nada?». Fue lo primero que preguntó María Mercedes (63 años) cuando hace unos días entraron por primera vez a limpiar las capas y capas de barro que anegaban la escuela infantil de Paiporta (Valencia) en la que ha trabajado toda la vida. La respuesta fue negativa. Nada de lo que había quedado sumergido bajo el lodo servía: ni los juguetes, ni el material de papelería, ni el timbre eléctrico que acababan de instalar en un negocio que abrió sus puertas por primera vez en 1984. «Me resistía a tirarlo todo porque es mi vida, estoy aquí desde los 22 años», relata esta vecina que, hasta el pasado 29 de octubre, atendía a una veintena de niños del pueblo en la escuela infantil Garabatos. Hoy, tres semanas después de que la DANA franqueara las puertas del establecimiento, que afortunadamente estaba cerrado cuando comenzó la riada, Mercedes, al igual que otros pequeños negocios de la zona, ha encontrado una vía para seguir adelante: el crowdfunding.
«Esa escuela es toda mi vida, mi vocación, son mis niños», lamenta Mercedes en una llamada con EL MUNDO, mientras continúa con las labores de limpieza y restauración gracias al apoyo de sus familiares y amigos, y de su campaña de financiación colectiva. La iniciativa fue obra de su hijo Ismael (32) y una amiga de este, María (29), quien publicó el caso de la escuela Garabatos en la plataforma GoFundMe, lo que le ha permitido recibir más de 400 donaciones. «Que no se preocupe tu madre, que vamos a salir adelante», fue su consigna.
El crowdfunding o financiación colectiva es la recaudación de fondos para financiar proyectos o empresas, normalmente, asociadas al mundo de la cultura. En el caso de los comercios valencianos afectados por las inundaciones, han sido las generaciones más jóvenes las que han recurrido a este método para resucitar los negocios en los que padres, tíos o abuelos pusieron su empeño, su sudor y sus ahorros y que, durante años, fueron el sustento familiar. Plataformas como GoFundMe les han servido para exponer sus casos, a través de los datos de una persona responsable, recibir las donaciones de decenas de voluntarios. Por este servicio, la plataforma cobra una comisión automática por transacción del 2,9% del importe aportado, más 0,25 euros fijos, según refleja su página web.
«Vimos que era una forma de financiación rápida, porque el dinero va automáticamente a la cuenta de la persona que lo organiza», explica Ismael, quien añade que, en paralelo, han tramitado las solicitudes de indemnización al seguro de la escuela, trámite que sigue a la espera de la visita de los peritos, quienes ya forman parte del paisaje de Paiporta, «reconocibles por sus carpetitas». «Al final, las ayudas del Estado y demás están muy bien, pero ¿cuándo van a llegar?«, argumenta ante el hecho de que cada vez más comercios devastados de la zona se estén sumando a las plataformas de crowfunding. «El tejido empresarial en Paiporta es nulo… aquí no sobra el dinero«, asevera.
«Vimos que algunas personas del pueblo lo estaban haciendo y nos animamos a intentarlo», relata Lydia (32) a EL MUNDO, quien ha recurrido al crowdfunding para rescatar Displast S.L., la papelera familiar. «La motivación de todos los que estamos haciendo esto es buscar una solución más rápida hasta que lleguen las ayudas… Piensa que aquí, en Paiporta, todos los negocios han desaparecido, es que no queda ninguno», insiste. La empresa que dirigen su madre y su tío Antonio se orienta a la venta de material de oficina y escolar. En su caso, a los daños de la maquinaria hay que sumar la pérdida de todo el stock, que ha sido devorado por el agua. «En la empresa hay mucho capital invertido, necesitamos bastantes fondos para cubrir gastos estos meses hasta que, quizá, llegue algo del seguro», explica la joven.
Aún no han terminado las labores de limpieza de la empresa, donde la familia se vale de carretillas y palas para sacar a la calle todo el material destrozado, pero Antonio (46) ya adelanta que las donaciones, que llegan a las 50 aportaciones, irán principalmente a reponer maquinaria. Aunque todavía es pronto para hacer cálculos, el empresario se prepara para un duro golpe, pues ya solo la reparación de alguna de las máquinas afectada conlleva un coste de 20.000 euros. «Nuestra gestoría ya ha solicitado ayudas. Todo lo que vaya saliendo lo vamos a pedir, pero no sabemos si nos lo van a conceder, así que, hasta la fecha, lo único que hemos recibido es lo que hemos recaudado vía crowdfunding«, explica este vecino.
El último informe disponible de la Cámara de Comercio de Valencia, publicado el pasado 12 de noviembre, calcula que 5.228 comercios minoristas afectados por la DANA, con distintos niveles de gravedad. El coste estimado para la reparación de estos locales, según reza el mismo informe, asciende a 666 millones de euros, con los que se solventarían daños estructurales, limpieza y reparación de interiores y exteriores, reposición de inventario. La interrupción de la actividad comercial implica pérdidas en ventas de entre 350 y 440 millones de euros, y una pérdida económica para las propias empresas de al menos 50 millones de euros, según comunica la Cámara. Por otro lado, se calcula que 8.842 establecimientos de servicios, como sería el caso la escuela Garabatos, habrían sufrido daños graves. Para la reparación de estos locales sería necesaria una inversión de 1.012 millones de euros, según las primeras estimaciones.
La DANA también se llevó por delante el trabajo de otra vida entera, la de Vicente (59), quien hace treinta años arrancó Talleres Mocholís, la empresa que trató de proteger de la riada. «Eché a correr hacia el taller, intenté cerrar las puertas, pero el agua se metió dentro. Me arrastró, me pegó contra los coches que había dentro…». Tuvo suerte y consiguió salir del local justo a tiempo de ponerse a salvo. Pero, en su embestida, dos metros de inundación y lodo dejaron inservible todo el material eléctrico, decenas de piezas de recambio, la maquinaria e, incluso, los coches.
También la gestoría de Vicente se ha apresurado a tramitar las ayudas anunciadas por el Gobierno, aunque él recela: «Confío poco porque los afectados por el volcán de la Palma no las han cobrado aún». En su caso, fue su hija Cristina (26) quien se lanzó a recaudar fondos. «Tengo amigos y familiares que han donado bastante. No llega a cubrir todo lo que necesitaríamos para restaurar el negocio, ni mucho menos, pero ayuda», relata la joven. Los más de 90 donativos recibidos insuflan confianza. «Tengo la moral alta. Quiero remontar, lo que pasa es que he perdido tanto… Poco a poco iré reponiendo las herramientas, iré comprando y ya veremos a ver. Lo que no puedo hacer es hundirme y rendirme», concluye Vicente.
En la escuela Garabatos ya progresan las labores de limpieza de «dos metros y medio de lodo», relata María Mercedes, gracias al apoyo de los voluntarios y las donaciones de particulares. «Hemos recibido mucha ayuda humanitaria. Nos traen de comer caliente», cuenta la maestra sobre las semanas que han pasado desde que se produjo el desastre. Califica de «desolador» el paisaje que les ha quedado a los habitantes y negocios de Paiporta, y reclama una mayor presencia institucional: «El Estado se tendría que involucrar más, siempre hemos pagado nuestros impuestos y nos han dejado abandonados«.
Para Lydia, lo vivido compone una suerte de pesadilla que ha dejado a los polígonos que tan bien conoce en una situación «surrealista«. Afirma que, en las tres primeras semanas tras la DANA, las labores de limpieza de las naves corrieron a cargo de sus propietarios y de voluntarios, sin presencia «de un militar, ni un policía, ni un bombero, nada». A ello se suma la inseguridad por las noticias de robos en la zona donde se encuentra el negocio familiar. «Es comprensible que lo primero sean las casas, pero han transcurrido muchos días desde que controlaron la situación del pueblo hasta que acudieron a los polígonos».
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