¿Está en peligro la música de Beethoven? Es el temor que Norman Lebrecht (Londres, 76 años) expresa en el epílogo de su libro de 2023 ¿Por qué Beethoven? Un fenómeno en cien obras, que acaba de publicar Alianza Música en español: “Se ha pedido que se prohíba a Beethoven por ser hombre y blanco, que se le silencie para dejar espacio a las voces reprimidas”. Prosigue con un vaticinio nada alentador: “No pasará mucho antes de que algún académico en busca de titularidad con un primo que se dedique a las relaciones públicas presente pruebas de que Beethoven tuvo acciones en una empresa de tráfico de esclavos, hizo que las cantantes adolescentes de su Novena Sinfonía le besaran en la boca, insultó a las minorías y se expuso en un lugar público”. Y lo remata dejando al lector francamente preocupado: “En realidad, todas estas afirmaciones son ciertas, menos una, como demuestra el libro que acaba usted de leer. En la situación actual, la prohibición de Beethoven está tan cerca como la aparición de un titular woke en The New York Times”.
La editorial Alianza publica en español el último libro del influyente crítico y ensayista británico donde repasa la vida del compositor de Bonn a través de un centenar de obras con anécdotas, grabaciones favoritas y mucho sensacionalismo
¿Está en peligro la música de Beethoven? Es el temor que Norman Lebrecht (Londres, 76 años) expresa en el epílogo de su libro de 2023¿Por qué Beethoven? Un fenómeno en cien obras, que acaba de publicar Alianza Música en español: “Se ha pedido que se prohíba a Beethoven por ser hombre y blanco, que se le silencie para dejar espacio a las voces reprimidas”. Prosigue con un vaticinio nada alentador: “No pasará mucho antes de que algún académico en busca de titularidad con un primo que se dedique a las relaciones públicas presente pruebas de que Beethoven tuvo acciones en una empresa de tráfico de esclavos, hizo que las cantantes adolescentes de su Novena Sinfonía le besaran en la boca, insultó a las minorías y se expuso en un lugar público”. Y lo remata dejando al lector francamente preocupado: “En realidad, todas estas afirmaciones son ciertas, menos una, como demuestra el libro que acaba usted de leer. En la situación actual, la prohibición de Beethoven está tan cerca como la aparición de un titular woke en The New York Times”.
Todo esto proviene de una de las voces más influyentes de la crítica de música clásica en inglés. Lebrecht es el propietario de Slipped Disc, el portal de noticias de clásica más influyente, y autor de varios libros provocadores, como El mito del maestro(Acento, 1997) y ¿Quién mató a la música clásica? (Acento, 1998), donde cuestiona el culto a la figura del director de orquesta y desvela los entresijos comerciales de la clásica. También es un ameno ensayista y hasta un novelista de éxito, con su libro Genio y ansiedad: Cómo los judíos cambiaron el mundo, 1847-1947 (Alianza, 2022) y su best-seller titulado La canción de los nombres olvidadosque fue adaptado a la gran pantalla en 2019. Su intensa actividad en los medios ha combinado el columnismo periodístico (de The Daily Telegraph a la revista The Critic) con los programas radiofónicos (en BBC Radio 3) y, en España, escribe desde hace casi 30 años en la revista Scherzo.
Lebrecht es, ante todo, un “descuidado pero entretenido muckraker británico”, según la certera descripción del musicólogo estadounidense Richard Taruskin. Un brillante “removedor de basura” que ha combinado una atractiva vena narrativa con frecuentes inexactitudes y una natural inclinación al sensacionalismo. Sus desmanes editoriales obligaron a retirar de las librerías su monografía Maestros, Masterpieces and Madness en 2007, tras una denuncia por difamación de Klaus Heymann, fundador del sello discográfico Naxos. Y su odio hacia el academicismo que representa la musicología no ha parado de crecer, tal como demostró este mismo mes, en su columna en The Critic, donde tilda al difunto Taruskin de “fanfarrón” por cuestionar la veracidad de las memorias de Shostakóvich publicadas por Solomon Volkov en 1979, un libro completamente desacreditado desde hace décadas para la mayor parte de los especialistas y para no pocos críticos.
Esta nueva monografía de Lebrecht sobre Beethoven es una especie de segunda parte de ¿Por qué Mahler? Cómo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo (Alianza, 2011). Si en el anterior libro repasaba la impresionante fortuna de la música de Mahler en contraste con la indiferencia que cosechó en su tiempo, ahora procede en sentido inverso con el caso único de Beethoven, un compositor cuyo perenne éxito no ha decaído desde su tiempo hasta nuestros días. Sin embargo, afirma sin ninguna prueba que todo va a cambiar por culpa de una musicología que escucha a los movimientos sociales del Me Too y Black Lives Matter. Conviene aclarar que ningún musicólogo ha propuesto “cancelar” a Beethoven, sino más bien afrontar la falta de diversidad en la música clásica y la necesidad de ampliar la programación con obras de compositores marginados. Vencer ese conservadurismo con un repertorio más diverso e inclusivo ha permitido, por ejemplo, el renacer de la compositora afroamericana Florence Price. Pero esto es negativo para Lebrecht: “La Orquesta Sinfónica Nacional de Estados Unidos solo puede interpretar un ciclo de Beethoven junto con las obras de dos compositores afroamericanos, George Walker y William Grant Still, ninguno de los cuales presumiría de estar a su altura”, afirma en alusión al ciclo de conciertos Beethoven & American Masters de la NSO de Washington.
Si Lebrecht hubiese leído a Taruskin, en lugar de insultarlo, habría comprendido la verdadera razón de la pervivencia de la música de Beethoven, algo que no aclara en las 400 páginas de su libro. En el segundo tomo de su monumental Oxford History of Western Music, el musicólogo estadounidense explica que la música de Beethoven inauguró el mundo musical en el que vivimos hoy. Sus composiciones cambiaron lo placentero por lo grandioso como finalidad artística, lo que les otorgó un cariz sagrado con inmensas repercusiones venideras. Las grandes obras musicales, al igual que los grandes cuadros, comenzaron a exponerse en espacios públicos especialmente diseñados para ello. Así nacieron las salas de conciertos como museos o “templos del arte” donde el público no acude a entretenerse sino a elevarse. Y la exégesis sonora de esos textos sagrados ha configurado, con el paso del tiempo, una serie de grandes interpretaciones que atesoramos desde principios del siglo XX gracias a las grabaciones. Tras Beethoven, desaparecieron prácticas tan habituales hasta entonces en la música clásica como la improvisación (hoy relacionada con el jazz), y los intérpretes clásicos se convirtieron en los grandes “lectores” de partituras escritas que siguen siendo en la actualidad.
Precisamente a esto se dedica el libro: el autor selecciona un centenar de esas composiciones o “textos sagrados” de Beethoven, comenta sus particularidades y destaca las grabaciones que más le gustan. La selección no es cronológica y está agrupada por temas (Beethoven enamorado, Beethoven encerrado, Beethoven en apuros…). Esta estructura permite al autor una amena sucesión de comentarios biográficos del compositor, anécdotas de sus intérpretes junto a vivencias personales del propio Lebrecht. Comienza en 1798 con la Sonata Patética para comentar el mecenazgo que permitió a Beethoven dedicarse a componer y culmina con los Drei Equali (1812) que sonaron en su funeral. Pero Lebrecht adereza cada historia con aspectos escabrosos y sensacionalistas como los peculiares hábitos sexuales del príncipe Lichnowsky o el rudimentario cateterismo que le practicó el doctor Wawruch en sus últimos meses. Esta obsesión le lleva a extrañas contradicciones, como afirmar que Beethoven nunca mantuvo relaciones sexuales y, al poco tiempo, plantear la hipótesis de que tuviera una hija secreta con la condesa Josephine Brunsvik, a la que también convierte en su “Amada inmortal”.
Dejando a un lado todas las consideraciones biográficas de Beethoven, tejidas con más o menos imaginación y a veces contrastadas con la Wikipedia, los comentarios más interesantes del libro tratan sobre los intérpretes. Lebrecht ha conocido a muchos de los grandes directores e instrumentistas beethovenianos de los últimos 40 años. Sus retratos de primera mano de directores como el “santo loco” Klaus Tennstedt y el “pacificador” Neville Marriner son muy atractivos. De hecho, investiga que la Séptima sinfonía es la obra de Beethoven más programada por las grandes orquestas y pregunta por ello a directores como Iván Fischer, Simon Rattle, Riccardo Chailly, Franz Welser-Möst, Leonard Slatkin y Fabio Luisi. También les consulta sus grabaciones favoritas, como hace en el Concierto para violín con Gidon Kremer, y termina decantándose por la maravillosa grabación en vivo de Ginette Neveu, en septiembre de 1949, un mes antes de morir en un accidente aéreo a los treinta años. Hay muchas recomendaciones y comentarios interesantes sobre grabaciones de Beethoven, entre las que destacan Alicia de Larrocha y el Cuarteto Casals como únicas representaciones españolas.
La parte más personal (y sincera) del libro se centra en la Sinfonía Pastoral. Aquí el autor narra la terrible relación con su madrastra, que le llevó a odiar instintivamente esa composición y el disco de Bruno Walter que le ponía en casa. Pero Lebrecht dedica un interés especial a dos famosos temas especulativos beethovenianos con desigual fortuna. Por un lado, sigue manteniendo la rocambolesca historia de las raíces familiares españolas del compositor, algo que fue desmentido en EL PAÍS hace tres años, tras la difusión del registro bautismal de su abuela paterna que había nacido en Châtelet, un municipio belga próximo a la ciudad de Charleroi. Y, por otro, la dedicatoria de la famosísima bagatela Für Elise, que el autor convierte en un episodio de “robos, fraude, sexo, nazis, engaño intencionado y corrupción”. En este caso, Lebrecht aporta una nueva y complejísima teoría, con ayuda de Michael Lorenz de la Universidad de Viena, donde atribuye el título de la obra a una falsificación para otorgar posteridad a Elise Schachner, la nieta que tuvo la poseedora del autógrafo desaparecido de la obra. Pero no toma en consideración la última aportación de Klaus Martin Kopitz, publicada en 2020 en The Musical Times, donde mantiene viva la hipótesis de que la obra se dedicó a la cantante Elisabeth Röckel.
En resumen, Beethoven sigue siendo prácticamente un sinónimo de lo que hoy llamamos “música clásica”, por lo que es imposible su cancelación. De hecho, a esa misma conclusión llega el artículo de James Mitchell en Varsity, una publicación independiente de la Universidad de Cambridge, en diciembre de 2020, que Lebrecht no cita en este libro, pero sobre el que apoya todos sus temores infundados. Larga vida a la música de Beethoven, pero ojalá dentro de un repertorio cada vez más diverso e inclusivo.
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