El debate sobre el paro efectivo es relevante: el descenso de la afiliación en agosto es un golpe a la credibilidad económica del Gobierno. Leer El debate sobre el paro efectivo es relevante: el descenso de la afiliación en agosto es un golpe a la credibilidad económica del Gobierno. Leer
Los datos de paro de agosto, más que motivo de celebración, evidencian una verdad incómoda y persistente. El aumento de 21.905 parados registrados y la pérdida de casi 200.000 afiliados no son meras fluctuaciones estacionales, sino la manifestación de la desaceleración económica en curso y, sobre todo, de un paro estructural crónico que sigue siendo el gran problema y la gran debilidad del país. Mientras el Gobierno destaca la reducción interanual del desempleo, una mirada fría y crítica revela que el mercado laboral sigue siendo frágil, ineficiente y estructuralmente disfuncional.
De entrada, un análisis riguroso ha de distinguir entre los titulares ofrecidos por el Gobierno y la realidad. Es cierto que el número total de parados, 2.426.511, es la cifra más baja para un mes de agosto desde 2007. Este es el dato empleado para dibujar un panorama de éxito. Sin embargo, este mismo dato oculta dos verdades fundamentales: primera, la fragilidad de la creación de empleo, que se ve reflejada por un aumento del paro de 21.905 personas, uno de los peores registros para un mes de agosto de la última década (excluyendo el año de la pandemia). Esto sugiere que la economía española no tiene la misma capacidad para absorber a los trabajadores que terminan sus contratos de verano que en años anteriores. Es una señal de advertencia sobre la desaceleración.
Por otra parte, agosto ha sido un mes negro para la afiliación. La caída de 185.385 cotizantes en agosto no es una anomalía ni una anécdota; es la prueba irrefutable de la fragilidad sistémica del mercado laboral español. El Gobierno puede escudarse en la estacionalidad, pero esa excusa tiene una escasa consistencia. La cuestión es que España vive de la precariedad y de los trabajos de temporada, y el mes de agosto es simplemente el momento en que se le cae la careta al modelo. Por tanto, el descenso de la afiliación en agosto es un golpe directo a la credibilidad de la política económica de la coalición socialcomunista y una muestra de su fracaso o, al menos, de sus límites.
En este contexto, el debate sobre el paro efectivo sigue siendo más relevante que nunca o tan relevante como siempre. La cifra oficial de parados no incluye a los miles de trabajadores con contratos fijos discontinuos que están inactivos, es decir, que no están trabajando ni cobrando un sueldo, pero que tampoco figuran en las listas del paro. Se estima entre un suelo de 800.000 y un techo de 1,3 millones de personas en esa situación. Esto significa que el volumen de personas sin trabajo es significativamente superior a los 2,42 millones de los que hablan las estadísticas oficiales. En consecuencia, ocultar esta cifra es distorsionar la realidad
El mantenimiento del desempleo en niveles tan elevados cuando la economía española ha crecido significativamente tras la pandemia es una muestra palpable de algo fundamental: la naturaleza neoclásica o estructural en vez de keynesiana del paro nacional. Si se toma la última EPA, la tasa de paro se situó en el 10,29%. Si se la compara con la estimación de la NAIRU más reciente, por ejemplo, el 10,3% del Plan de Estabilidad, que es el indicador clásico para medir el desempleo estructural, se ve con claridad que el existente en España es casi totalmente de esa índole. Ello indica que el principal problema no es la falta de demanda, sino la ineficiencia y las rigideces del mercado laboral patrio.
Esa tesis se hace aún más evidente -o, para decirlo con mayor claridad, se refuerza de manera significativa- al comparar los datos de desempleo español con los registrados por la economía europea cuyo PIB ha crecido en promedio por debajo del de España durante los últimos años. Mientras la tasa de paro en la Eurozona y en la Unión Europea se sitúan en mínimos históricos, 6,4% y 5,9% respectivamente, España sigue siendo el estado de los integrados en esas áreas con los niveles de desempleo más altos, muy por encima del resto. Es el país con un mayor desempleo, muy superior al anotado por el resto de los estados continentales.
Lo dicho prueba que las reformas introducidas por el Gobierno no han tenido impacto significativo alguno capaz de reducir el componente estructural del mercado laboral y algunas de ellas -léase, la recentralización de la negociación colectiva, el fortalecimiento de la ultraactividad de los convenios, la desaparición y limitación de los contratos temporales etc.- han incrementado las rigideces. De igual modo, los costes de entrada (cotizaciones sociales) y de salida (despidos) del mercado de trabajo elevan los costes laborales no salariales penalizando el empleo.
El mercado laboral español es un reflejo de una economía intervenida y disfuncional, y se asienta sobre unos cimientos de precariedad y de rigidez. Es una muestra perfecta de cómo las reformas fallidas, las contrarreformas inadecuadas y la inercia política han creado un marco institucional que ignora el talento y condena a una gran parte de la población al desempleo o a la inestabilidad. Es un monumento a la ineficiencia y a la injusticia.
*Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket.
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