Trudeau y Carlos III de Inglaterra analizan las amenazas de Trump de anexionarse Canadá

El monarca británico también es el jefe de Estado canadiense Leer El monarca británico también es el jefe de Estado canadiense Leer  

Donald Trump está en todas partes, incluyendo Sandringham House, el palacete de ladrillo a unos 190 kilómetros al norte de Londres que la reina Victoria adquirió en 1862 y que hoy es una de las residencias de su tataranieto, Carlos III.

El fantasma de Trump revoloteaba este lunes por Sandringham mientras el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se reunía con el rey en el que iba a ser su último encuentro oficial, puesto que el domingo deja el cargo. La audiencia había sido solicitada por Trudeau y, aunque, conforme a la costumbre, la Casa Real británica no comentó los temas que se trataron, uno de los más importantes fue la amenaza constante de Trump de lanzar una guerra económica contra Canadá y anexionarla a Estados Unidos.

La actitud del presidente estadounidense toca directamente a Carlos III por una razón muy sencilla: él es el jefe del Estado de Canadá, al igual que de otras 14 ex colonias británicas, fundamentalmente en el Caribe, aunque también en el Pacífico, como Australia y Nueva Zelanda. Por consiguiente, en el caso de una más que improbable anexión de Canadá por Estados Unidos, la Monarquía británica perdería ese título, de carácter honorífico pero emocionalmente significativo. Pero, además, está también la cuestión psicológica: los estadounidenses sienten verdadera devoción por las monarquías en general y por la británica en particular. Así que, la posición del Palacio de Buckingham puede tener cierta relevancia en una situación tan ridícula como complicada entre dos países, vecinos y aliados.

La Casa Real británica ha mantenido un silencio absoluto ante las amenazas, bravuconadas y, directamente, insultos, dirigidos por Trump a la soberanía de su vecino del Norte. Esto, a su vez, ha causado un cierto debate en Canadá. Para algunos, no estaría de más que el rey recordara la inviolabilidad de la soberanía canadiense. Otros, sin embargo, arguyen que el monarca sólo actúa por consejo del Gobierno de Ottawa, es decir, del propio Trudeau.

El domingo, en Londres, adonde había asistido para participar en la cumbre de países europeos de apoyo a Ucrania, Trudeau dejó claro que el surrealista expansionismo trumpiano iba a ser tratado en Sandringham House. «Nada es más importante para los canadienses ahora mismo que mantenernos firmes por nuestra soberanía e independencia como nación», dijo el primer ministro sobre el encuentro.

Carlos III está jugando una importante baza diplomática desde la segunda venida de Donald Trump a la Casa Blanca. El jueves pasado, el primer ministro británico, Keir Starmer, entregó una carta del rey al presidente de Estados Unidos invitándole a realizar una segunda visita de Estado al Reino Unido. La propuesta forma parte de la formidable ofensiva diplomática de Londres para ganarse el favor de Trump. Éste, que es muy sensible a todo lo que sea muestras de deferencia hacia él, mostró con orgullo el documento a los periodistas que cubrían la visita de Starmer en el Despacho Oval.

En la misiva, Carlos sugería un encuentro preparatorio en Escocia, donde Trump tiene un campo de golf. Precisamente en Escocía, a juzgar por los que le conocen bien, nació el odio de Trump por la energía eólica, dado que, a pesar de todos sus esfuerzos en los tribunales, no ha logrado impedir la construcción de un parque de molinos delante de su propiedad, lo que, en su opinión, arruina las vistas de ésta.

Canadá carece de los activos monárquicos británicos que le vendrían muy bien para tratar de frenar el deterioro sin precedentes de la relación bilateral con EEUU. Trump se refiere a Trudeau como «gobernador», y ha colgado imágenes en las que se le ve junto a la bandera canadiense, en un paisaje montañoso que, supuestamente, hace referencia a ese país y a su próxima conquista por el habitante de la Casa Blanca. Detalle curioso: en esas imágenes, la montaña más visible no es otra que el Cervino, en los Alpes, que marca la frontera entre Italia y Suiza. Con semejante solidez geográfica, Trudeau y Carlos III tal vez hasta tuvieron tiempo de reírse un poco en Sandringham House.

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