En su cosmovisión, el presidente estadounidense cree que el más fuerte tiene el derecho y el deber de usar su posición para conseguir lo que necesita, sin importar las consecuencias Leer En su cosmovisión, el presidente estadounidense cree que el más fuerte tiene el derecho y el deber de usar su posición para conseguir lo que necesita, sin importar las consecuencias Leer
El pasado viernes, poco antes de subirse al Air Force One para pasar el fin de semana jugando al golf en Florida, Donald Trump respondió a preguntas de periodistas sobre aranceles y guerras comerciales. En sus palabras están las claves de su cosmovisión, no sólo de cómo percibe la economía -en general un juego de suma cero-, sino también las relaciones de poder.
Por un lado, presumió de haber impuesto en el pasado aranceles al acero y el aluminio, asegurando que no habría industria ahora en el país sin ellos. Por otro, afirmó que los trabajadores metalúrgicos son los que más le aman -y que siempre tiene que mencionar los estados en los que ganó las elecciones-. Y para él, toda acción requiere una recompensa: si tú me votas y me quieres, te ayudo. Además, mostró su particular entendimiento de la historia del país, repitiendo que es imprescindible levantar un muro comercial para tener grandeza.
«Éramos el país más rico del mundo. Fuimos el más rico entre 1870 y 1913, cuando éramos un país con aranceles. Y luego adoptaron un concepto de impuesto a la renta», sostuvo, con su nueva tesis de que, si el resto del planeta paga mucho a Estados Unidos por sus exportaciones, se podría llegar a prescindir del IRPF.
Pero la parte más significativa de este Trump II, muy diferente en su hoja de ruta al del primer mandato, vino a continuación. «Nadie puede competir con nosotros porque tenemos, con diferencia, la hucha más grande», afirmó. Ha insistido una y otra vez en que su economía, la más grande del planeta, y su ejército, el más poderoso, los hacen únicos. Trump cree que el más fuerte tiene el derecho y el deber de usar su posición para conseguir todo lo que necesita, o desea, por encima de vecinos, aliados o tratados. En su interpretación, los déficits comerciales de Estados Unidos sólo pueden ser culpa de que su país sufra malos tratos por parte de todo el mundo, de gorrones y aprovechados. No de tener un dólar demasiado fuerte -las amenazas a los BRICS por contemplar otra divisa internacional son cada vez más fuertes-, una alta deuda o incluso de algo más básico: una potente demanda interna.
Pero a todo eso se suma una de resurrección de la idea del Destino Manifiesto, concepto acuñado a mediados del siglo XIX por primera vez. Sin embargo, ya no se trataría de exponer su modelo civilizatorio o democrático por el continente o el planeta -los valores ‘liberales’-, sino todo lo contrario: coger lo que cree que les pertenece por derecho propio con un regusto imperial. Del Canal de Panamá a Groenlandia. Eso explica la agresividad del presidente y su secretario de Estado, Marco Rubio, que en su primer viaje ha forzado deportaciones hacia Colombia desde Panamá, mientras obligaba a las autoridades locales a cambiar su política hacia China, o a dar exención de pago a los buques de la armada de Estados Unidos que quieran atravesar el Canal. Con la amenaza completamente abierta de ocupar por la fuerza, de nuevo.
«No se lo dimos a China. Se lo dimos a Panamá y lo vamos a recuperar», declaró Trump en su discurso de inauguración en el Capitolio. «Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera hacia nuevos y hermosos horizontes», afirmó. «Y perseguiremos nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar las estrellas y las rayas en el planeta Marte», agregó, como un guiño a su principal aliado, Elon Musk.
Lo ocurrido con México y Canadá es otro ejemplo. El lunes, tras la caída de las Bolsas, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que, tras una llamada con la Casa Blanca, Washington aceptaba paralizar durante al menos un mes los aranceles a cambio de que su Gobierno refuerce «la frontera norte con 10.000 elementos de la Guardia Nacional». La amenaza de Trump no era sólo económica. Estados Unidos ha designado a los cárteles como organizaciones terroristas, arrojándose la potestad de lanzar operaciones militares contra ellos, como en Oriente Próximo o África. Y además, el sábado acusó al Gobierno de su vecino de ser un «aliado» de las bandas de narcotraficantes, con las consecuencias que de ello se podría derivar.
El caso canadiense es aún más sangrante. Aunque en los últimos años se han multiplicado los laboratorios que producen fentanilo, «el año pasado, agentes de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos interceptaron alrededor de 19 kilogramos de fentanilo en la frontera norte, en comparación con casi 9.600 kilogramos en la frontera con México, donde los cárteles producen la droga en masa», según datos recogidos por The New York Times. Trump ha dicho una y otra vez que el flujo es «masivo», pero en su mensaje de este lunes, tras hablar con Justin Trudeau, al que llevaba semanas sin cogerle el teléfono, apuntó a otro elemento: «Canadá ni siquiera permite que los bancos estadounidenses abran o hagan negocios allí. ¿A qué se debe todo esto?», escribió en su red social.
Invocar la crisis de sobredosis es la forma de poder usar las leyes de emergencia nacional y violar unilateralmente los acuerdos de libre comercio que él mismo obligó a todos a renegociar en su primer mandato. El gran problema de la retórica imperial, de azuzar la fuerza del dólar y del ejército, es que, una vez liberada, es muy difícil de controlar. En su primer mandato, Trump hizo todo lo posible por demoler el orden internacional vigente desde hace décadas, desde la ONU hasta la OTAN. Ahora, como dice el periodista Franklin Foer, «pretende plantar su bandera sobre los escombros».
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