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Si éste es el marco para los acuerdos comerciales que Trump dice que están a la vuelta de la esquina, no hay motivos para el optimismo. Keir Starmer y Donald Trump han alcanzado un acuerdo de cara a la galería que en lo esencial certifica la brutal subida de aranceles que la Casa Blanca ha ordenado contra todos los países del mundo con la excepción de naciones como Rusia, Bielorrusia, Venezuela, Cuba, y Corea del Norte.
La motivación parece, sobre todo, política. Starmer tenía que demostrar a sus votantes que éstos le importan, aunque no lo demostrara el viernes cuando se dieron a conocer los resultados de las elecciones locales inglesas que ganó la ultraderecha y se limitó a contestar con un surrealista «ya lo he pillado».
Y Trump tenía que demostrar a los suyos que también le importan, y que no está dispuesto a mandarlos a la Edad de Piedra para ganar la guerra comercial, aunque tampoco lo demostrara el miércoles de la semana pasada cuando dijo que, si por culpa de sus aranceles, los niños estadounidenses solo tendrán «dos muñecas en vez de treinta», pues qué se le va a hacer.
El acuerdo es típicamente ‘trumpiano’. En primer lugar, no es un acuerdo. Es solo un acuerdo-marco, que es lo que se dice cuando lo verdaderamente complicado aún no se ha resuelto. En segundo lugar, es minúsculo. La práctica totalidad de los aranceles siguen. Lo que ha hecho Trump es el equivalente de que a usted su jefe le dijera: «En vez de bajarte el sueldo un 25%, te lo voy a cortar un 10%». Y, finalmente, en el más ‘trumpiano’ sentido del término, es provisional. Solo durará doce meses. Si las empresas valoran la estabilidad y la predictabilidad, que se sienten, que el empresario que vive en la Casa Blanca les va a hacer la vida divertida.
Lo más llamativo del pacto (o del «pre-pacto», para ser precisos) es su tamaño. Haciendo la ‘cuenta de la vieja’, solo beneficia al 20,6% de las exportaciones británicas a EEUU, aunque es posible que en el futuro abarque un poco más, tal vez hasta el 25%, si, como dice Starmer que va a pasar, sus exportaciones de productos farmacéuticos se libran del ‘rejón arancelario’ extra que Trump les está preparando. Claro que esa ganancia puede verse más que destruida por las barreras que Trump quiere poner a las películas y series extranjeras, algo preocupante para la muy potente industria audiovisual británica.
Así que no hay ganancia. Simplemente, una reducción de pérdidas. Los aranceles del 25% impuestos por Trump a los coches, la carne, el aluminio y el acero y las piezas, maquinaria y equipo industrial hecho con esos dos metales caerán al 10%. Aun así, eso es mucho más que lo que tenían antes de que se mudara a la Casa Blanca. Para el resto de los bienes que Gran Bretaña exporta, los aranceles siguen en el 10%.
Así pues, el acuerdo sanciona la subida de tasas aduaneras de EEUU al Reino Unido. Como dijo ayer la líder conservadora Kemi Badenoch, el arancel medio que pagan las empresas estadounidenses por entrar en Gran Bretaña queda en el 1,8%, mientras que el estadounidense es del 10%. Aunque Badenoch exageraba, el claro que el terreno de juego está inclinado en favor de un equipo.
Y ¿qué consigue Trump a cambio? Realmente, nada. Londres no va a tocar su ‘tasa Google’, aunque se compromete a negociar con Washington un acuerdo sobre la fiscalidad de las grandes tecnológicas, que son todas estadounidenses. Hay también el clásico anuncio fantasmagórico de Trump de la supuesta compra de aviones a Boeing por 10.000 millones de dólares, que es algo que AIG – de la que forma parte Iberia – lleva analizando desde hace meses, pero que aún no ha decidido. Y más exportaciones agrícolas. Eso es todo.
Ahora, Starmer y Trump pueden declarar victoria y dedicarse a otra cosa.
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