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El chavismo ha admitido que no tiene futuro político ni fe en sí mismo. Tampoco en sus seguidores, cada vez más y más menguados. Sabe que no tiene vida por la vía institucional. No es un Ave Fénix. Y ha tomado el único camino que le queda para conservar el poder: el fraude y la represión. La agonía del movimiento personalista que llegó a encandilar a millones de venezolanos no es nueva. Comenzó hace años, al mismo tiempo que la de su máximo líder
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